Dos fechas

Estos días se celebran dos fechas en las que aparecen mujeres con protagonismo público. La primera se refiere a la implantación del voto femenino en España el 1 de octubre de 1931, hace 90 años. Una de las impulsoras del cambio fue Clara Campoamor y curiosamente las izquierdas se opusieron con el curioso argumento de que las mujeres se dejarían influenciar por los sacerdotes. No le fue bien a Clara, ni con las derechas ni con las izquierdas, ya que ambos partidos eran machistas y no estaban plenamente conformes con la decisión. Ella se tuvo que exilar primero a Argentina y luego a Suiza donde murió. Con la dictadura de Franco los españoles no pudimos votar, tanto varones como mujeres, hasta después de su muerte en 1977

            La segunda noticia proviene de la Iglesia con la decisión del Papa Francisco de autorizar en el sínodo el voto a los laicos entre los que se incluye a las mujeres. No tendría que ser noticia ya que un sínodo, a diferencia de un concilio que es una reunión de obispos, es una asamblea de todo el pueblo de Dios en el que se encuentran obispos, sacerdotes y laicos, pero lo es ya que las féminas, han sido siempre postergadas y el cambio supone una novedad. Durante el concilio Vaticano II, Pablo VI en 1965, nombró algunas auditoras lo que generó esperanza de que ese nombramiento supusiera la apertura de algunas puertas, hasta entonces cerradas, pero la evolución posterior de la jerarquía eclesiástica destruyó las ilusiones generadas

            Ambas decisiones las del parlamento español hace 90 años y la del sínodo en 2023 nos hacen ver el problema que tiene una institución universal para acomodarse a los signos de los tiempos. La composición social de unas naciones católicas hoy día no difiere de la que tenían las sociedades occidentales hace 100 años y que hoy han evolucionado dando mucho más protagonismo a las mujeres. Me pregunto ¿Cómo puede la Iglesia acomodar su doctrina a situaciones mundiales tan diversas? Llego a una respuesta: tiene que dar pasitos cortos que no irriten a los muy conservadores y que se quedan cortos de las aspiraciones de los más liberales. A esto se puede sumar la doctrina de los hechos consumados que supone el protagonismo que alcanzan las mujeres líderes, sin títulos que las respalden, y que las convierten en directivas de comunidades donde no hay sacerdotes, un hecho que se acelera ante la ausencia de vocaciones sacerdotales.

            Esta carencia me abre a otras preguntas ¿Qué pasa cuando un sinfín de comunidades se queden sin sacerdotes? De momento la jerarquía no se abre a este problema pensando que el Espíritu Santo generará personas deseando entregarse al sacerdocio, pero la realidad social ha cambiado, hay menos nacimientos en las familias y el sacerdocio tiene menos prestigio social y está peor pagado lo que me genera dudas de que se produzca un vuelco en la situación actual, al menos en las democracias occidentales que salen al paso del problema importando sacerdotes ¿No sería mejor pensar en un relevo laical que dejar a muchas comunidades sin pastor?

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