Libros IX: Los muchísimos errores del catalanismo eclesial (y II)

VV.AA.: DICCIONARI D’HISTORIA ECLESIÁSTICA DE CATALUNYA (II). 3 vols. Barcelona, Generalitat de Catalunya y Editorial Claret, 1998, 2000 y 2001, 667, 773 y 749 págs.

En el VERBO 433-434 de marzo-abril 2005 (pp.339-345) dimos cuenta del gran número de errores que aparecían en este Diccionario, acabada muestra de catalanismo eclesiástico y defraudante muestra de buen hacer histórico. Sobre la recensión sostuvimos una interesante correspondencia con el más importante de los directores de la obra, Don Albert Manent, en la que por su parte disculpaba, con más voluntad que argumentos, las muchas incorrecciones señaladas, algunas tan llamativas como las de equivocar las fechas de nacimiento o fallecimiento de los dos grandes santones del catalanismo eclesiástico: el obispo Torras y Bages y el clérigo Carlos Cardó. Que viene a ser algo así como si en una obra de la Fundación Francisco Franco se dijera que el Generalísimo nació en Pontevedra o que nuestra guerra comenzó en 1937.
Señalar tal cúmulo de inexactitudes evidentemente no agradó al último responsable de la obra y, aunque el tono de sus cartas es correcto, cosa que le agradezco mucho, se le escapó un calificativo despectivo hacia mi trabajo y me llamó cazamoscas. No me siento nada molesto por ello, comprendo el desasosiego de Don Albert Manent y sin ánimo de producirle más disgustos sino tan sólo con el de ilustrar a eventuales lectores y darles hecho un trabajo a los responsables del Diccionario con vistas a una segunda edición voy a ampliar mi primera crítica.
No me parece fácil en estos momentos la reedición de la obra pues el catalanismo eclesial ha llevado involuntariamente por su parte a una doble situación muy poco favorable a que se pueda hacer una segunda edición del Diccionario. En primer lugar estamos ante una crisis eclesial sin precedentes que llevó a Cataluña, verdaderamente una tierra de santos, a ser la región más secularizada de España. Allí, hoy, todos los parámetros son contrarios a la Iglesia. Es el lugar donde hay menos vocaciones al sacerdocio, donde los matrimonios civiles superan a los eclesiásticos, donde menos se pone la cruz a favor de la Iglesia católica en la declaración de renta, donde hay más contestación eclesial, donde los obispos son más rechazados por unos o por otros, donde el idioma en vez de unir a los fieles en la alabanza a Dios les separa...
Sé que no falta quien achaque esto precisamente al catalanismo religioso. Yo no voy a decir tanto. Me limitaré a constatar la coexistencia de ambos fenómenos.
Pero hay otra coexistencia que también algunos atribuyen a ese catalanismo y sobre lo que tampoco me voy a pronunciar. Y es la de esa crisis eclesial con el Tripartito. Y si se quiere con el proyecto de Estatuto que cuando estas líneas se publiquen tal vez haya dejado de ser proyecto. Si el catalanismo de Convergencia y Unión respetaba a la Iglesia y sufragaba la edición del Diccionario, el Gobierno del socialismo, Ezquerra Republicana y los restos del comunismo es abiertamente antieclesial. Nadie puede pensar que vayan a subvencionar obras como la que venimos comentando. Ni que la Iglesia vaya a sacar la menor ventaja de ellos.
La famosa frase de Torras y Bages de que Cataluña será cristiana o no será hoy ya no se la cree nadie. La Cataluña que está naciendo de tantas concausas va a tener de cristiano lo que yo de hare krisna. Cierto que quedarán los bellísimos monasterios, las pinturas románicas, las catedrales... Pero como en Egipto las Pirámides. Como reclamo turístico.
Ojalá me equivoque y la caída en picado de la Iglesia catalana se detenga y vuelva a remontar a las excelsas cotas que conoció en el pasado. Yo no soy optimista pero en las cosas de Dios nunca se sabe. Es capaz de convertir las piedras en hijos de Abraham. Pero, sea lo que sea, no es ese el objeto de esta recensión.
Ni que decir tiene que todas estas moscas que he cazado quedan a disposición de los directores de la obra. Y gratuitamente. No tienen que pagarme nada por todo lo que contribuirá a que una eventual segunda edición sea mucho más presentable que la primera. Sería de pura justicia el que me citaran entre los colaboradores más destacados pero tengo asumido que ello no va a ocurrir. Sin duda todos los redactores, historiadores acreditadísimos, no incurrieron en palmarias ignorancias sino en una disculpable negligencia al corregir las pruebas. Los impresentables eran antes los linotipistas y ahora los ordenadores. Que se empeñan en dejar en mal lugar a tanto sabio como en Cataluña hay suelto.
Y por último está la plaga de las moscas. Porque en este caso ya es una plaga. Sin duda Don Albert Manent lo encontrará muy natural. A un panal de rica miel. Pero es que las moscas también van a otros sitios. Y modestamente me permito opinar que, con tanto error, el Diccionario es otro sitio.
Pues, a cazar más moscas.
Josep M. Totosaus en su extensa voz sobre Acción Católica nos dice que se reanudan en “1946 las colonias de vacaciones, inspiradas en las antiguas Colonias Escolares, que morirán como tantas otras cosas en 1939” (I, p. 12). Pues no, señor Totosaus, cuando murieron muchísimas cosas, y muchísimas personas, eclesiales no fue en 1939. Fue en 1936. ¿O es que de 1936 a 1939 la Iglesia pudo mantener sin problema alguno sus colonias escolares? Pero es que además de vérsele demasiado la oreja va usted contra lo que dice clarísimamente y en montones de sitios el mismo Diccionario.
Albert Manent se ocupa del jesuita P. Alba (I, p. 37) y señala su “formación integrista” cosa que yo no le discuto. Pero lo que se deduce del texto es que el jesuita por propia voluntad y porque le gustaba se formó en el integrismo como podía haberlo hecho en el progresismo, en el modernismo o en el marxismo. Pues no, su formación fue la que le dio la Compañía a él y a todos los jesuitas de la época. Que muchos años después, e independientemente de su formación, que para todos fue igual, otros hermanos de Orden eligieran otros caminos es cuestión bien distinta.
Si tomáramos al pie de la letra lo que dice Corts Blay al hablar de Félix Amat, atribuyendo el motivo de redactar éste las Seis cartas a Irénico a querer “impugnar las ideas del contrato social divulgadas por el siciliano Nicolás Spadalieri” (I, p. 69), llegaríamos a la conclusión de que el historiador no sabía nada de Rousseau ni de Spedalieri. Como no es así, y sus páginas sobre este último en su magna obra sobre Félix Amat (Barcelona, 1992, pp. 325 y ss.) demuestran todo lo contrario, no sabemos que opinar al respecto. Tal vez una redacción apresurada.
La voz Andreu y Guerrero parece un puro dislate atribuible a la “Redacción” (I, p. 79). En primer lugar no sabemos que pinta este muerto en este entierro porque de catalán sólo debía tener el primer apellido. Todas las fuentes que hemos consultado, salvo Egaña y el Diccionario que le hacen nacer en Cataluña, dicen que nació en Tarifa. Y especifican la fecha de nacimiento que ignora la Redacción. “Fue a Chile, donde se estableció como miembro de la Congregación de Clérigos Menores de Lebrija y a la Isla de León, donde conoció a Juan Antonio Bauzá”. Algo así como si de alguien nacido en Cervera se dijera: fue a Turquía y a Mollerusa. De donde parece deducirse que primero fue a Turquía y luego regresó a un pueblo de al lado del que nació. Lo de los clérigos de Lebrija, salvo que en Chile haya un Lebrija, se entiende todavía menos. No sabemos si fue a Montevideo desde Chile o desde la isla de León que seguramente la Redacción ignora que es el actual San Fernando en Cádiz. Charcas no está en Chile sino en Bolivia y obispo auxiliar sólo lo fue de Charcas aunque se inmiscuyera en otras jurisdicciones. Creemos que confunde el monasterio de Lérez, donde fue recluido por Fernando VII con Jerez de la Frontera. Si se quiere la diferencia sólo está en la inicial y en un acento de nada pero aun así.
Creemos que Valentí Girbau i Tapies retrasa en un año el nacimiento del obispo de Vich Artalejo o Hartalejo ( I, p. 136)
Creemos también que Raguer pretende llevar a Balmes a un campo mucho más catalanista y liberal de aquel en el que estuvo (I, pp. 186-187), que de catalanista, al menos como hoy se viene entendiendo, no tenía nada.
Llamar a Perpignan o al Rosellón, Cataluña Norte (I, p. 198) como lo hace Roig i Montserrat nos parece por lo menos utópico.
Joaquín Millán y Rubio llama a los conocidísimos monasterios gallegos de Poyo y Conjo, El Poyo y El Concho (I, p. 293)
Para Jordi Ventura i Subirats el famoso historiador Modesto Lafuente es “ultraconservador” (I, p. 293). O no tiene ni idea de quien es o lo confunde con Vicente de la Fuente.
Ramón Miravall i Dolç llama al cardenal Guisasola, Guisarola (I, p. 309), en lo que estamos dispuestos a reconocer un error de teclado y no una ignorancia supina, aunque desmerezca el texto. Su animadversión por el obispo de Tortosa, Félix Bilbao, parece excesiva.
Un personaje para mí totalmente desconocido, y supongo que para la generalidad de los mortales, es el claretiano Agustín Blanch y Ferrer. Manuel Casanoves y Casals, supongo que también claretiano por su encomiable afán, encomiable para los claretianos, de darnos a conocer a cualquier mediocridad de una congregación llena de mediocridades, con honrosas excepciones, nos da cuenta no sólo de este Agustín sino hasta de dos hermanos suyos, de sangre y de hábito, llamados Jacinto y Benito a quienes apenas conocerían en su convento a la hora de comer. Uno de ellos murió mártir en 1936 y ello hará que quizá le veamos en los altares. Pero sin otro mérito que ese por extraordinario que sea. Aunque puntual. Pues de Agustín se nos dice que “fue injustamente incluido entre los libros prohibidos” su obra La maternidad humana de María (Barcelona, 1906), “malinterpretado por la censura eclesiástica romana” (I, p. 315). ¡Qué malos son en Roma! Pero al pobre Agustín ni eso sirvió para darle fama. Miret Magdalena no debe saber ni que existió porque en otro caso nos estaría restregando opportune et inopportune la existencia de tan esclarecido teólogo.
Joseph M. Marquès i Planagumà nos da cuenta de uno de los innumerables sacerdotes mártires de Cataluña en 1936: Sanç, entiendo que Sancho, Boada i Calsada (I, p. 319). Siempre le había visto citado como Santos y no como Sancho.
Nuestro ya conocido Joseph M. Totosaus se encarga de la semblanza de Manuel Bonet i Muixí (I, pp. 332-333). Antifranquismo puro y duro. Y una gran frustración para el catalanismo eclesial pues murió muy joven. Cuando aun no había cumplido, o acababa de cumplir, los 56 años. No recuerdo ahora si los auditores de la Rota Romana por la Corona de España, en este caso la de Aragón, eran de presentación del Jefe del Estado. En el caso de que lo fueren en 1950 fue presentado Bonet. Eso es lo que se llama una persecución. Y la de 1936, agua de borrajas.
AAV, que en el Índice de siglas de colaboradores no se nos dice quien es, aunque por el tomo II sabemos que es Aureli Álvarez Villa, desconoce la fecha del fallecimiento del jesuita Agustín Cabré (I, p. 373). En mi decidido afán por mejorar tan mejorable Diccionario le comunicó que murió el 24 de febrero de 1892 en Palma de Mallorca.
Ahora una ausencia, que se debería llenar en el caso de una reedición. La del vicario capitular de Solsona, Ramón Casals, en años complicados, hasta que la diócesis recuperó obispo, aunque sólo lo fuera el de Vich con carácter de Administrador apostólico, por breve tiempo, hasta que les llegó el residencial.
Joaquín Millán y Rubio no sabe cuando nació Manuel Casamada (I, 460). Yo, desde luego, no pongo la mano en el fuego por Gil Novales pero en su Diccionario biográfico del Trienio Liberal, también plagado de errores, nos dice que en 1772. No habrá que creerse todo lo que dice pero es de obligada lectura para escribir sobre la época.
Antón Jordá i Fernández y Albert Manent abren dos voces para la misma persona (I, pp. 581-582 y 584). El obispo de Menorca y Teruel Comes y Vidal a quien el primero llama Comas. Pero no sólo se contradicen en una letra. El primero le mata en 1905 y el segundo en 1906. El pifiazo es notable. Me refiero sobre todo a darlo por duplicado.
Todas las referencias que he visto del nacimiento del arzobispo Costa y Fornaguera lo sitúan en 1831, Ramir Viola lo adelanta a 1828 (I, p. 647).
Antón Jordá hace a Echánove y Zaldívar obispo in partibus de Leucosia, diócesis inexistente, cuando lo fue de Nicosia (II, p. 49). Y el espacio que le dedica nos parece sumamente escaso.
Antoni Pladevall i Font dedica gran extensión a la voz Església Catòlica a Catalunya (II, pp. 98-105). No tengo ningún reparo que oponer a la extensión. Ya bastantes a su contenido. No entraré a analizar unos siglos que desconozco. Me limitaré a los contemporáneos. “La mayoría de los católicos de Cataluña, aconsejados por el clero, se decantaron por el carlismo o el absolutismo, mientras que, como reacción, el gobierno liberal procedía a la exclaustración de todos los religiosos (1831-1837) y a la desamortización de los bienes eclesiásticos (1836 y 1841), hecho que, unido a la matanza de religiosos y, antes a la supresión de los diezmos y otros privilegios eclesiásticos, acabó por generar un rechazo total de los católicos contra el gobierno liberal. En realidad lo que pasaba era que la Iglesia se resistía a perder los privilegios de los que gozaba hasta entonces y no aceptaba un estado que no fuese confesional” (II, p. 102).
Vaya sarta de disparates mezclados con algunas verdades. Hasta la muerte de Fernando VII e incluso en los primeros momentos de María Cristina –las Cortes de Cádiz, Napoleón y el Trienio eran agua pasada y no tenían nada que ver con 1831- no hubo ninguna exclaustración. La supresión efectiva de los diezmos fue posterior a la matanza de frailes y no anterior. Claro que la Iglesia se resistía a que se suprimieran las órdenes religiosas y a que se le despojara de sus bienes. Sólo faltaba que bailara por alegrías. Y el Estado seguía siendo confesional. En la Constitución de Cádiz, en la de 1837 y en la de 1845.
“Se calcula que en Cataluña fueron asesinados unos 2.500 sacerdotes y religiosos y un número muy superior de laicos por el simple hecho de haberse significado en el campo católico” (II, p. 104). Ciertísimo y nada que oponer. O algo sí. Porque, ¿es significarse ser sacerdote o monja o ir los domingos a misa? Y 2.500 asesinados entre los curas. No molestados, inquietados, multados... Asesinados.
Pero luego vino lo peor. Lo que acabamos de decir fue una bagatela. Lo verdaderamente grave vino después. “La dictadura del general Franco restauró inmediatamente el culto y reparó las iglesias, pero con un carácter triunfalista y de represión contra todo aquello que tenía un carácter catalán; se acuñó el apelativo de rojo-separatista, que se aplicaba indistintamente a cualquier iniciativa autónoma, y así los movimientos de formación de grupos, como el scoutismo católico que promovía siempre con riesgo el sacerdote Antonio Batlle, tenían carácter clandestino, como la celebración de actos de culto durante la guerra civil. El monasterio de Montserrat y sus publicaciones fueron durante mucho tiempo un símbolo de resistencia a las arbitrarias disposiciones del gobierno y un símbolo de la catalanidad oprimida; enseguida se sumaron otros pequeños grupos y el obispo Ramón Masnou, de Vich, que amparó publicaciones religiosas y populares en catalán. El despertar de la conciencia del catolicismo catalán fue obra más de pequeños grupos que de propuestas de la jerarquía, mayoritariamente no catalana, sujeta a dictados extranjeros y partidaria de celebrar actos multitudinarios y triunfales, como el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en Barcelona en 1952, o grandes asambleas generales de Acción Católica. A partir de la década de 1955 a 1965, coincidiendo con un comienzo de apertura política del régimen y en especial con los nuevos aires aportados por el Concilio Vaticano II (1962-1965), aparece una nueva vitalidad en el catolicismo catalán, manifestada en la reanudación de la edición de revistas (Serra d’Or, Criterion, Qüestions de Vida Cristiana) y de libros hechos para editoriales como Estela, Publicacions de l’Abadia Montserrat, Nova Terra y otras. La acción decidida en 1966 de grupos católicos catalanes consiguió que las diócesis catalanas fueran provistas con obispos del país. Se reanudaron muchas actividades y la Iglesia catalana volvió a tener plena conciencia de su identidad, incluso antes de que cayera la dictadura franquista. La jerarquía comenzó a institucionalizar reuniones periódicas y cristalizó la celebración de un concilio de la Tarraconense (1994) orientado a tomar el pulso del estado y necesidades de nuestro cristianismo, y que fue visto con poca simpatía por la Conferencia Episcopal Española y por el Vaticano, que retrasó injustificadamente su reconocimiento. Cabe remarcar el papel de eclesiásticos en el campo de la cultura: historiadores, científicos, archiveros, teólogos, liturgistas, etc., entre los cuales sobresale el jesuita Miguel Batllori. El catolicismo catalán, consciente de su papel minoritario en una sociedad despreocupada por el problema religioso, lucha por ofrecer caminos de diálogo y formas que hagan atrayente la fe. La creación de una Conferencia Episcopal Catalana, propugnada por un grupo de religiosos y laicos militantes, se ve como una necesidad para tomar el pulso de nuestro cristianismo y proponer los medios y los caminos para vivir la fe en un mundos hostil o cada vez más materializado y hedonista” (II, p. 104).
Perdóneseme la larga cita pero me parecía absolutamente necesaria para acreditar la miseria del Diccionario y para reflejar la actual situación del catolicismo en Cataluña. Porque lo refleja muy bien.
La tremenda persecución religiosa que padeció Cataluña, no conocida ni en los días romanos, está perfectamente descrita. En muy pocas líneas. Y en el resto de las páginas del Diccionario no se oculta. Aparecen innumerables nombres de sacerdotes asesinados sin que se oculte el hecho de su asesinato, de iglesias devastadas, de arte desaparecido. Esta no es una publicación comunista, o socialista, o anarquista que quiera ocultar o disimular aquellos hechos. Pero, a su lado, la verdadera persecución que sufrió la Iglesia en Cataluña fue por el franquismo.
Yo no voy a negar errores e incluso puñeterías de aguerridos militantes del “Movimiento” contra algunos catalanes. Qué seguro que molestaron innecesariamente. ¿Pero es que alguien fusiló a Batlle? ¿O a algún otro cura catalán? Los otros a 2.500. Qué se dice pronto. ¿Alguien fusiló a monseñor Masnou? ¿O le metió en la cárcel? Los otros a monseñor Irurita, obispo de Barcelona, a monseñor Huíx, obispo de Lérida y a monseñor Borrás, obispo auxiliar de Tarragona. Y los restantes salvaron de milagro. ¿Quemaron Montserrat o asesinaron a sus monjes? Toda comparación es de broma. De broma macabra y miserable.
Pero llegaron los nuevos tiempos. ¿Dónde está la primavera? Y las revistas y editoriales citadas han desaparecido prácticamente todas en el olvido. A la situación actual del catolicismo en Cataluña ya me he referido antes. Y los epígonos de la nueva Jerusalén ya se contentan con ser una minoría en una sociedad despreocupada por el hecho religioso. Parece que ya a lo único que aspiran es a abrir caminos de diálogo por los que no quiere transitar nadie y por hacer atrayente una fe que cada vez atrae a menos gente. Pues como para que se sientan felices en su descomunal fracaso.
“La plena época de las catacumbas del franquismo”, en frase de Josep M. Pinyol i Font (II, p. 213) fueron una época dorada comparada con las verdaderas catacumbas. Aquellas de las que si salía un cura sabía que era camino de la cuneta de alguna carretera.
La voz González Martín, de la que es autor Joan Bada i Elías (II, pp. 298-299) resulta muy cicatera con Don Marcelo y no es cierto que acogiese “ a sectores conservadores del clero en un seminario especial”. Todos sus seminaristas estaban acogidos en el seminario diocesano que de especial sólo tenía el estar lleno cuando los otros estaban vacíos.
La semblanza que hace Raguer del obispo Guitart (II, pp. 343-344) es la de esos héroes imaginarios que sólo existen en la imaginación de quien crea las leyendas. “Resistió las presiones para que se pasase a la zona llamada “nacional” y eludió tanto como pudo firmar la carta colectiva de los obispos españoles”. Pero sin que nadie le obligase se pasó a esa zona y también sin que nadie le pusiese una pistola al cuello firmó la carta colectiva. Por el relato parece que Franco retrasó un año la conquista de Cataluña para fastidiar al obispo de Urgel. Y ya lo que es de aurora boreal es lo de que “se negó a colaborar en la represión contra los vencidos”. Lo que sin duda hacían los demás obispos. Bueno, los que quedaban porque los asesinados poco podían colaborar.
Albert Manent calla del clérigo y alcalde comunista de Santa Coloma de Gramanet, Luis Hernández, antes Alcocer y ahora parece que Alcàsser, primero, que fue expulsado del Ecuador y segundo y más grave, que simultaneaba todo: la clerecía, la alcaldía, la simpatía del cardenal Jubany, la compañera, la nueva compañera, las disputas entre ambas... Comprendo la discreción ante hechos que no son públicos pero estos los conoce toda Cataluña.
Hay una fundadora que se llama Llimargues para Paulina Almerich i Padró (II, p. 423) y Llimargas, pásmense ustedes, para la misma Paulina (II, p. 495).
Todo el mundo sabe que Carlos III expulsó de sus dominios a la Compañía de Jesús en 1767. Bueno, no todo el mundo, Antón Jordá i Fernàndez –ya es catalanismo escribir el Fernández con acento grave y digo catalanismo por no decir estupidez-nos dice que fue en 1769 (II, 463).
Albert Manent al hablar del clérigo secularizado Joan Llopis dice que se dedicó a divulgar la reforma litúrgica “en Cataluña, en España y en América latina” (II, p. 502). Él se creerá otra cosa pero hasta el momento Cataluña es España.
Para Salvador Ramon i Vinyes parece que casi lo único bueno que hizo el arzobispo tarraconense López Peláez fue aprender el catalán (II, 516).
La voz López Pulido, escrita por Jesús Castells i Serra (II, 516), es un modelo de simpatía hacia este obispo de Urgel de quien apenas dice que llegó a la diócesis “acompañado de un hermano carnal, de otro de religión, un sobrino, un clérigo, dos pajes y un cocinero”.
A Joan Baptista Manyá se le dedica una extensión desmesurada (II, pp. 538-540), más que, por ejemplo a San Antonio María Claret o al obispo Urquinaona, cualquiera de ellos muchísimo más importantes para la historia eclesiástica de Cataluña que este clérigo que dentro de unos años apenas nadie sabrá quien fue. Pero como era catalanista, pues venga incienso.
Josep M. Mundet i Gifré es responsable de un importantísimo hallazgo histórico. Encontrar guerrilleros carlistas mucho antes que el carlismo apareciera. Así, no sólo nos dice que Antonio Marañón, “El Trapense”, muerto en 1826, era guerrillero carlista, sí, “guerriller carlí” sino que también fue carlista la Regencia de Urgel que, como todo el mundo sabe, menos Mundet, era pura y exclusivamente fernandina. También considera que la sublevación realista contra el Trienio liberal fue la primera guerra carlista (II, p. 542). Descomunal la ignorancia.
El artículo sobre el obispo de Tortosa, Moll y Salord, de Ramon Miravall i Dolç es especialmente sectario (II, pp. 642-643). Era un “ultraderechista de la confianza y al servicio del general Franco”. “Siempre impulsado por el simplismo y la obstinación, abrió un nuevo seminario y la casa diocesana, y actuó enérgicamente en el campo de la enseñanza, incidiendo en los centros oficiales y creando los colegios religiosos de la Inmaculada y San Luis”. Cualquier lector imparcial juzgaría favorabilísimamente estas actuaciones del obispo pero para el señor Miravall parece que sólo fue obra del simplismo y la obstinación. “Se hizo internacionalmente famoso por su escandaloso discurso de exaltación cuasi sacra del general Franco con motivo de la inauguración del monumento a la batalla del Ebro, en Tortosa (1966)”. Pues el obispo debía creer, y no sin razón, que el triunfo de Franco había salvado a la Iglesia en Cataluña y en el resto de España. Y lo diría. Seguramente sería consciente de que él mismo había salvado la vida de milagro pues de haber estado en Tortosa el 18 de julio tal vez hubiera sido el cuarto obispo de Cataluña asesinado. Y lo de la fama internacional nos parece simplemente una tontería.
“El dictador le quiso premiar con honores y dineros pero tuvo que renunciar a ello bajo las presiones de Roma”. No se entiende bien que honores especiales podía conceder Franco a un obispo de los que no gozaran otros. ¿Las tropas iban a rendirle armas? ¿En vez de la marcha de infantes sonaría en su honor el himno nacional? ¿El gobernador civil cuando se dirigiera a él le trataría de Su Santidad en vez de Ilustrísimo y Reverendísimo Señor? Patrañas. Y dineros, para el seminario u otras obras podría darle los que quisiera sin que Roma tuviera nada que decir. No conozco un solo caso en el que Pablo VI obligara a devolver los dineros que se recibían del Estado. Que no eran pocos.
Y ahora un lamento muy propio, y muy repetido, del catalanismo. “Al crearse la diócesis de Segorbe-Castellón se dejó quitar un gran trozo de la diócesis situada en el País Valenciano y en Aragón, rompiendo una unidad casi tan antigua como el mismo catolicismo”. Pues tampoco. El obispo Moll no se dejó quitar nada. El arreglo fue entre la Santa Sede y el Gobierno español. Y seguramente al obispo le hizo escasa gracia. Cierto que durante siglos había sido pacífica la pertenencia eclesial de unos pueblos valencianos a una diócesis catalana. Porque sólo se trataba de cuestiones religiosas. Y el obispo era solamente un sucesor de los Apóstoles. Naciera donde naciera. Ello no tenía la menor importancia. Cuando se hizo cuestión política todo se rompió. Entre otras cosas la mejor parte de la diócesis de Tortosa. Y si no perdió más pueblos fue por no hacerla inviable. Después vino la Franja de Poniente de Lérida. Otra diócesis que ha quedado prácticamente imposible. Y antes o después Tortosa perderá las poblaciones que son valencianas y no catalanas. Y veremos desaparecer dos diócesis históricas, Solsona y Tortosa, absorbidas por Lérida y Tarragona. Se lo han buscado solos. Pues que lo lloren ellos.
Qué el Concilio no le debió agradar mucho, me lo creo. No fue el único. Cuarenta años después es el mismo Papa quien habla de dos Concilios, uno de los cuales resultó penoso. “Fue destituido por la Santa Sede a petición de un grupo de tortosinos creyentes (1969)”. Pues tampoco fue exactamente así. Viéndose permanentemente desautorizado por el nuncio Dadaglio que intentaba gobernar su diócesis en una injerencia abusiva y anticanónica renunció el obispado. Y no fue el único obispo español que lo hizo. La situación actual de Vitoria, la única diócesis de España que no cuenta hoy con un solo seminarista cuando los tenía a centenares, nos puede atestiguar sobre lo acertado o lo errado de la medida.
Miquel dels Sants Gros se equivoca al llemar Belloch al cardenal Benlloch (II, p. 693).
Canalejas en 1912 no era ministro sino presidente del Gobierno (III, p. 10) pese a lo que diga Aureli Alvarez Villa.
El obispo de Perpignan que cita Rotllà Serres Bria no se llamaba Gaussail (III, p. 77) sino Goussaill.
Ramir Viola i Gonzàlez, otro que pone el acento llano en un apellido tan archicatalán como González, nos traza la semblanza del obispo de Lérida, Don Aurelio del Pino, del siguiente modo: “de posición muy conservadora y españolista, tan humilde en la vida privada como aparatoso en la pública, muy celoso de su autoridad, en 1955, en la consagración de la catedral, pronunció un sermón de elogio a Franco que fue muy protestado porque le llamó “el dedo de Dios”” (III, p. 93). Realmente imperdonable en una catedral cuyo obispo había sido asesinado muy pocos años antes. Habrá lector que crea que por el mismo Franco. Pero es que del texto mismo se deduce que pese a haber nacido en Riaza fue un obispo extraordinario. ¿Qué tendrá que ver en su historia un sermón de agradecimiento? Aunque estuviera equivocado. Pero para estas gentes eso constituye el acto más relevante de su espléndido pontificado.
El intento de Isabel Juncosa i Ginesta de hacer de Pla y Deniel un antifranquista notorio que tuvo con el régimen “serios enfrentamientos” (III, P. 103) es una auténtica fantasía moruna. Sin negar algunas discrepancias puntuales en las que no es que la sangre no llegara al río es que ni siquiera hubo sangre.
Josep Clara i Resplandis llama al obispo de Barcelona Jaime Catalá, José (III, p. 115).
La inclusión de Allan Kardec por Jordi Ventura i Subirats (III, p. 257) nos parece realmente pintoresca.
La voz Secretariat d’Apostolat Laïcal, redactada por Josep M. Pinyol i Font no la traemos aquí por encontrar en ella errores sino porque, obra de uno de los protagonistas, da cuenta de la ya mencionada injerencia del nuncio Dadaglio en el gobierno de las diócesis y su intervención en el vuelco de la Iglesia española. Nos parece uno de los artículos más interesantes del Diccionario (III, pp. 409-410).
Al obispo de Barcelona Sichar, a quien se hartaron de llamar Sitjar, cuando Joan Bada i Elias redacta su voz escribe correctamente su apellido aragonés (III, p. 445).
Valentí Serra cree que Carlos III, muerto en 1788 y Pío VII, nombrado Papa en 1800 pudieron tener relaciones de rey a Pontífice (III, p. 446).
Pues también muchas moscas en esta segunda entrega de las mismas. Y seguramente si otro día me diera por cazarlas de nuevo me temo que aparecerían otras tantas. Lo dicho. De panal de rica miel, nada. Tanta mosca ha acudido a otra cosa.
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