Obispos a los que les gusta la política más que una tiza a un tonto.

Acabamos de ver el caso del obispo argentino, nacido en España, Piña Batllevel, de la Compañía de Jesús. Ahora tenemos a un paraguayo.

El catalán consiguió derrotar al gobernador de su provincia que aspiraba a perpetuarse en el cargo con el apoyo del presidente Kirchner, alias "el Pinguino". Había el prelado cumplido ya los setenta y cinco años y el Vaticano se apresuró a pasarle a la condición de emérito de su obispado marginal de Puerto Iguazú. En Roma no pasan por esos pruritos políticos de obispos que curiosamente son todos de la misma línea: la liberacionista.

Piña, nacido en Sabadell en 1930, era un obispo progresista y pintoresco. De lo primero dejó constancia más que sobrada en cuanta ocasión se le presentaba. Fue, por ejemplo, de los pocos obispos en activo, pues casi todos eran eméritos, encabezados por el cardenal Arns, que reclamaron a Juan Pablo II la celebración de un nuevo Concilio que devolviera a la Iglesia el para ellos asesinado Vaticano segundo. Respecto a lo segundo no hay más que leer sus escritos pastorales en los que uno no sabe si sus diocesanos eran unos retras a los que había que hablar así pues en otro caso no se enterarían o si el retra era el obispo.

Lo cierto es que ganó las elecciones, derrotó a un gobernador impresentable y en estos momentos creo que se debate entre gobernar la provincia o retirarse.

Pues el ejemplo cundió y tras el argentino tenemos a un paraguayo. Que tiene que tomar en estos días la decisión de presentarse a candidato a la presidencia de aquella república. Y los sondeos le colocan por encima del actual presidente que naturalmente aspira a la reelección. También otro impresentable el político paraguayo.

El obispo de la patria de los López, aunque de la misma camada que los Casaldáliga, los Padim, los Bambarén y los Piña, con no pocos de los cuales firma manifiestos junto a personas tan recomendables como Leonardo Boff, Ernesto Cardenal, Pérez Esquivel o la Hebe de Bonafini, amiga de la ETA, no es un anciano como Piña que ya ha entregado a la Iglesia lo mucho, lo poco o lo nada que podía entregar.

Este, para obispo, es un jovenzuelo pues tiene sólo cincuenta y cinco años. En 1994 fue nombrado obispo de San Pedro en uno de esos goles que más de una vez colaban a Juan Pablo II. Responde al serialesco nombre de Fernando Armindo. Sus apellidos son mucho más normales: Lugo Méndez.

Pues Fernando Armindo, subiendo o bajando del tamarindo -y ya sé que Cigoña rima con coña, ponzoña, carantoña, carroña, moña y zampoña, por si no se le había ocurrido a algún ingenioso comentarista-, sacerdote del Verbo Divino, obispo a los cuarenta y cuatro años, resulta que renuncia a su diócesis en enero de 2005 pasando a la condición de emérito.

Evidentemente no fue por razones de salud. Está como un roble y pensando si se "candidata", como por allí dicen, o no a la presidencia de su República. ¿Cuáles fueron los motivos de su voluntaria o forzada renuncia? Me consta que este Blog tiene lectores en Paraguay. Tal vez alguno quiera aclararnos ese extremo.

Ya he dicho que el presidente de Paraguay me parece impresentable. Pero también pienso que los obispos no están para "candidatarse" a presidentes de República. Con que sean obispos basta y sobra.
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