Rezad el Rosario.

Yo voy a hablaros ahora de una de esas nimias heróicidades que soy el primer convencido de que no lo son. Pero que llenan. Y no quiero dejaros a vosotros sin que podáis experimentarlas. Me dirijo sobre todo a los jubilatas pero sirve para todos.
Yo recé de niño infinitos rosarios. En mi casa en familia. En el colegio. En aquellos distantes años en los colegios de los jesuitas había misa por la mañana y rosario por la tarde. Algunos, mucho más jóvenes, os quedaréis con los ojos a cuadros. Pero era así.
No voy a decir que aquello despertara en mí una devoción por aquel rezo. Me pasé muchos años después sin rezarlo. No es que lo odiara pero no me apetecía. Si alguna vez en algún acto al que asistía se rezaba yo participaba en él sin el menor problema. Pero eso me ocurría una o tres veces al año. Y no lo hicimos, mi mujer y yo, con nuestros hijos. Alguna vez, de cuando en cuando, en alguna excursión.
Me consta que mi mujer lo rezaba habitualmente pero en su intimidad. Hasta que, ya muy mayor, lo redescubrí. Y me siento feliz con el redescubrimiento.
Hoy tengo dos gozos. El de rezarlo y el de encontrármelo tantas veces al día en el bolsillo. Cuantas veces meto la mano en él y me lo encuentro, y lo acaricio, pienso que estoy haciendo una jaculatoria a María.
Los jubilatas tenemos mucho tiempo. O bastante. Incluso a los que nos parezca poco. Ese paseo recomendado por los médicos, la compra diaria, que es mi caso, son momentos maravillosos para rezar el rosario. Y vuelves a casa pensando que has hecho algo. Y contento por haberlo hecho.
Yo lo hago sin ostentación. No cuelga la cruz de mi mano pues la llevo recogida en ella. Y me gusta notarla, sentirla, en mi mano. También musito las avemarías. Pero seguro estoy que más de uno pensará que estoy ya muy acabado y que hablo solo. Y, quien se fije, verá que rodeando mi mano están la cuentas.
Sé que no soy el único. En muy poco tiempo me crucé con una monjita ancianísima que iba cuasi ensimismada rezándolo. Ella con ostentación. O sin ninguna. Colgando el rosario de sus manos. Y con un excelente sacerdote de Pozuelo. Casi nos tropezamos. Perdón, Don José Manuel, iba distraído rezando el rosario. Yo también, me dijo. Y de su bolsillo sacó el que iba desgranando.
Os lo recomiendo a todos. Pero sobre todo a tantos que hacen paseos sin sentido, o sin más sentido que combatir el colesterol. Un ratillo de ese paseo con el rosario. Además, con intenciones. Para que ese canto a María le pida a ella la resolución de mil problemas cotidianos. O simplemente se los encomiende. La salud de un ser querido, las dificultades de un hijo o una hija, las necesidades de la Iglesia o de la Patria.
Cada día una. O mucho tiempo la misma. A María. La mediadora de todas las gracias,
Quien lo pruebe seguro que me lo va a agradecer.
Y qué oración más hermosa que aquella en la que, después de cantar sus alabanzas, la invocamos como Salud de los Enfermos, Auxilio de los Cristianos, Refugio de los Pecadores.