Los obispos de Osma-Soria.

LOS OBISPOS DE OSMA-SORIA.
La diócesis de Osma, hoy Osma-Soria, como su hermosa provincia, es una gran desconocida pese a encerrar tanta historia y tanto arte. Enamorado del Burgo y de la capital, de Medinaceli, Santa María de Huerta, Almazán y Ágreda, de San Esteban de Gormaz, de Berlanga y San Baudelio, de Caltojar, de tantos hermosísimos lugares que sería imposible nombrar todos, he querido dejar constancia de mis afectos con un largo artículo sobre los obispos de Osma en el siglo XIX que la revista Celtiberia ha tenido la amabilidad de publicarme, honor que quiero agradecer a su docto director y querido amigo, Don Argimiro Calama, aquí presente.
Me va a permitir vuestra benevolencia unas breves palabras sobre este obispado tan complejo a lo largo de la historia. Hasta extremos tales que lo que hoy es diócesis de Osma-Soria fue en buena parte jurisdicción de Sigüenza mientras que perdió 94 parroquias en favor de Burgos las tierras en las tierras feraces de la Ribera y ello no hace tantos años. También por el nordeste recuperó parroquias de Calahorra y Tarazona hasta que se consiguió coincidieran en 1953 los límites provinciales con los diocesanos. Muy distinto pues el obispado actual del que conocieron los siglos.
Confusísimos los orígenes de la diócesis. No me atrevo a decir nada de los obispos de los días romanos. ¿Realidad? ¿Leyenda? ¿Leyenda con alguna base real? ¿Fue San Astorgio mártir el primer obispo oxomense? ¿Existió realmente? Sería muy pretencioso por mi parte sólo opinar sobre él. Y acerca de los demás obispos de los tiempos romanos. Todos sabemos lo que fueron los falsos cronicones y los deseos de todos los obispados de remontarse a los años apostólicos o casi.
Ya no hay duda en cambio de la existencia de bastantes obispos visigodos pues consta su presencia y su firma en los famosos Concilios de Toledo. Y después, con la invasión musulmana y todo lo que significó, vuelve a hacerse la oscuridad sobre la diócesis. Nombres como los de Etherio y Beato, su combate contra los adopcionistas con Elipando como cabeza, los célebres Comentarios al Apocalipsis, nos dan muchas más seguridades que un Felmiro, un Silo o un Ximeno.
Hasta que llegamos al gran Pedro de Osma, santo patrón de la diócesis, iniciador de la catedral donde está enterrado en uno de los más hermosos sepulcros medievales de España. Él fue el primer obispo de la diócesis restaurada y desde entonces la sucesión episcopal ya no presenta dudas. Eran días de pleitos con obispos vecinos, de recuperación de obispados conforme se iba rechazando al musulmán, de construcción de iglesias y catedrales, de renacimiento de la vida cristiana. El oxomense era un monje francés cluniacense muy unido a la a la reforma eclesial que Alfonso VI impuso en España valiéndose de Bernardo de Cluny tan amigo de Pedro de Osma que se lo llevó con él a España y lo impuso como obispo. Tan fiel le fue el de Osma a su rey que murió en Palencia en 1109 cuando precisamente regresaba del entierro del rey. Debía haber tan entendimiento entre Toledo y Osma, sufragánea del arzobispado que el sucesor de Bernardo en la ciudad imperial fue precisamente el sucesor de Pedro en Osma, Raimundo, que también era francés.
A Juan (1149-1174) le debemos la construcción de la colegiata de Soria, hoy concatedral.
Don Rodrigo Jiménez de Rada fue nombrado obispo de Osma pero antes de ser consagrado llegó al arzobispado de Toledo donde fue uno de los obispos más importantes de aquellos tiempos. Está enterrado en Santa María de Huerta.
Juan Domínguez (1231-1240) es el responsable de la nueva catedral gótica. Acompañó a San Fernando en la conquista de Córdoba y a él le correspondió consagrar la mezquita.
Alfonso Carrillo administró la diócesis de Osma y después fue nombrado obispo de Sigüenza. Fue creado cardenal y a punto estuvo de ser elegido Papa.
Juan de Cerezuela o de Luna (11426-1433), era hermanastro de Don Álvaro de Luna por lo que Osma le debió parecer poca cosa por lo que en 1433 es nombrado arzobispo de Sevilla y en 1434 arzobispo de Toledo.
De familia real era Pedro de Castilla (1433-1440) que terminará de obispo de Palencia.
Personaje mucho más importante fue Pedro González de Mendoza. Hijo del marqués de Santillana, apoyo decisivo de Isabel la Católica en su lucha contra la Beltraneja, consejero áulico de la reina, Obispo de Calahorra, administrador de Osma que no llegó a pisar, obispo de Sigüenza, cardenal, arzobispo de Sevilla y de Toledo, fue una de las más señaladas figuras eclesiales de la época.
A Alonso de Fonseca (1493-1505) le debemos la torre de la catedral y las rejas del coro y la capilla mayor.
Alfonso Enríquez (1506-1523) era hijo del almirante de Castilla. No le gustó el claustro de la catedral y a él le debemos el gótico que hoy contemplamos.
García de Loaysa (1524-1532) fue otra notable figura de la Iglesia hispana. Confesor y consejero del emperador Carlos V, general de la Orden de Predicadores, cardenal, también tuvo el obispado oxomense como trampolín para más altos destinos. El suyo fue el arzobispado de sevilla.
Un portugués, Pedro Álvarez Dacosta (1539-1563) fue uno de los más notables obispos que tuvo la diócesis en su historia. Fundó la Universidad de Santa Catalina, dio estatutos al cabildo, reparó la colegiata de Soria, edificó el convento de Santo Domingo y su iglesia en Aranda de Duero, la capilla mayor del santuario de la Virgen de las Viñas... Fue un auténtico mecenas y una suerte para cualquier obispado que le toque un obispo así. Antes de venir a Osma había sido obispo de León.
Al sevillano Francisco Tello Sandoval (1567-1578) se debe el retablo mayor de la colegiata de Soria. Fue trasladado a Plasencia.
Alonso Vázquez (1578-1582), natural de Tudela, pese a su breve paso por Osma dejó huella en la diócesis. Hombre de notable piedad, confesor de Santa Teresa, en su pontificado llegaron las carmelitas a Soria. Fue trasladado a la archidiócesis compostelana.
Sebastián Pérez (1582-1593) remató el actual coro de la catedral. En sus días llegaron los carmelitas a El Burgo.
Fernando de Azevedo (1610-1613) construyó el seminario conciliar. Será trasladado al arzobispado de Burgos.
Domingo Pimentel (1630-1633), dominico, también utilizó Osma como trampolín para más altos destinos. Fue obispo de Córdoba, arzobispo de Sevilla y cardenal.
Juan de Palafox y Mendoza (1654-1659), el venerable Palafox, había nacido en Fitero, hijo ilegítimo del noble Jaime de Palafox y Mendoza. Notable escritor, obispo celosísimo y ejemplar tanto en Méjico (Puebla de los Ángeles) como en Osma, su fama le viene sobre todo de su oposición a los jesuitas, que podríamos calificar de obsesiva. Ello en cambio le supuso una fama póstuma cuando las Cortes europeas se propusieron acabar con la Compañía de Jesús que llegó a ser disuelta por el Papa Ganganelli. Carlos III apoyó entonces su canonización que comenzó con mucho ímpetu pero restaurada la Compañía de Loyola todo quedó suspendido. En la catedral hay una hermosa capilla neoclásica que creo recordar se llama del venerable.
Alonso de Santo Tomás Enríquez (1662-1663), dominico, hijo bastardo del rey Felipe IV, tambien utilizó Osma como punto de partida primero a Plasencia y después a Málaga.
El también dominico Pedro de Godoy (1663-1672), teólogo notable, introdujo la imprenta en El Burgo para poder editar sus obras. Fue trasladado a Sigüenza.
Y el franciscano Sebastián de Arévalo y Torres (1682-1702) reedificó el hospital de El Burgo.
Antonio Tavira y Almazán (1796-1798) fue una muy discutida figura de la Iglesia hispana. El director de Celtiberia ha publicado sobre él un extensísimo trabajo que me parece de muy notable importancia. Yo, por supuesto que reconociendo todos los valores del obispo que el ilustre historiador señala y la importancia de su persona en la Iglesia española de finales del XVIII y comienzos del XIX soy algo más severo que mi admirado maestro en tantas cosas el doctor Calama. Bien sé que toda su investigación, exhaustiva como todas las suyas, está en línea con lo que sostienen otros autores como por ejemplo quien fue también obispo de Canarias y luego de Córdoba, recientemente fallecido, Infantes Florido. Yo veo en cambio atisbos jansenistas en quien fue obispo de Canarias, después de Osma y por último de Salamanca. Cierto que no en el sentido del obispo Jansenio sino en ese otro que Menéndez Pelayo definió hace ya siglo y cuarto y que tanto se extendió por Europa y también en nuestra patria. Mezcla de tantas cosas diversas como desconfianza ante el Romano Pontífice y voluntad de extender las facultades de los obispos, regalismo, antijesuitismo, malestar por las devociones populares, por la pluralidad de imágenes, por el culto a los santos, las procesiones, los frailes en tanto número y tan decaídos muchos...
En suma, una religión mucho más purificada de adherencias, muy sometida a la autoridad de los obispos como sucesores de los Apóstoles, protegida por los monarcas ilustrados... ¿Era un anticipo de lo que luego vino a reconocer el Concilio Vaticano II? Pues en cierto modo sí. Pensemos por ejemplo en la colegialidad episcopal.
Y ya entramos en los obispos de los que me ocupé en mi trabajo sobre el siglo XIX. Naturalmente habiéndome dejado en el tintero a muchísimos de los prelados que rigieron la diócesis y que me parecieron de menos importancia.
Sobre los del antepasado siglo quien quiera más precisiones podrá hallarlas en Celtiberia. Son casi cien páginas, exactamente 98, en las que los trato con mucha más extensión que en este apunte que me atrevo a presentarles.
Así que haré lo mismo que con los mencionados hasta el momento. Omitiendo a los que considere de menos importancia.
Juan de Cavia (1814-1832) llega a la diócesis tras cuatro años de orfandad de la misma a causa de la invasión napoleónica en España y de estar el Papa Pío VII prisionero en Francia. Era un palentino de Astudillo que se había caracterizado como uno de los más destacados capitulares de la archidiócesis primada. Fueron tranquilos sus años como obispo de Osma en el sexenio absolutista fernandino hasta que el Trienio Liberal (1820-1823) hizo de él uno de los obispos destacados en la oposición al mismo. Y ello fue causa de que el Duque de Angulema, al frente de los “Cien mil Hijos de San Luis” que entraron en España para reponer a Fernando VII en sus prerrogativa, le hiciera parte de la Regencia de Madrid que gobernaría el reino mientras el rey estuviera en Cádiz prisionero de los liberales. Prueba de su alta reputación.
El triunfo liberal, a la muerte de Fernando VII mantuvo a la diócesis huérfana hasta 1847 con el triste gobierno intruso, por anticanónico, de Eusebio Campuzano. Ese año se pudo nombrar obispo de Osma al monje jerónimo y virtuosísimo prelado, Gregorio Sánchez Rubio (1847-1852). Pero muy pronto fue trasladado a Ávila.
Le sucedió un benedictino, Vicente Horcos (1852-1861), que acreditando su valentía en defender los derechos de la Iglesia en el bienio esparterista (1854-1856) conoció los sinsabores del destierro.
Le sucederá quien fue el gran obispo oxomense del siglo XIX: Don Pedro María Lagüera (1861-1892). Él llena más de treinta años del siglo. Prototipo de la ideología integrista, que por otra parte era también la de sus demás hermanos en el episcopado aunque no tan acentuada, la historiadora María Isabel del Campo (Madrid, 1997) nos ha dejado de él una semblanza que es más bien una novela de aventuras. Fue tan firme en sus convicciones que incluso cuando el episcopado español felicitó al Papa León XIII por su encíclica Cum multa (1882), propiciando el entendimiento entre los católicos españoles, divididos entre carlistas y dinásticos, la firma de Lagüera fue la única que no figuró entre las de sus hermanos en el episcopado porque entendía que el Papa no estaba bien informado al respecto. Pese a todo fue un gran obispo de Osma y muy querido de sus fieles.
Le sucedió una gran figura del episcopado español, Victoriano Guisasola y Menéndez (1893-1897) que iniciaba en Osma una extraordinaria carrera episcopal que le llevaría al cardenalato y a la archidiócesis primada. Tras pasar por Jaén, Madrid y Valencia.
Y me atrevo a pedir a mi admirado y querido director de Celtiberia ahora ya sólo seis u ocho páginas de su revista para completar a los oxomenses del siglo XIX con Guisasola y García Escudero (1897-1909) pues en su día me pareció excesivo presentarle más de cien páginas.
El siguiente obispo, Manuel Lago González (1910-1917), es muy querido para los gallegos, y yo lo soy. Llegó a Compostela con inmensas ilusiones de todos. Pero fue llegar y morirse.
Le sucedió un obispo de azarosa historia, Mateo Múgica (1917-1924). Creo que fue un excelente prelado a quien echó la República y el Generalísimo Franco. En ambos casos ya en Vitoria. Osma fue, como en tantos casos que hemos visto, su aprendizaje episcopal.
Y lo mismo cabe decir de Miguel de los Santos Díaz Gómara (1925-1935).
Don Saturnino Rubio Montiel , riojano (1945-1970) fue el último gran obispo de Osma. Un extraordinario obispo. No pocos recordarán su paternal figura.
Después han venido los obispos efímeros. El de más larga trayectoria Don Teodoro Cardenal (1970-1983), trasladado a Burgos. Don José Diéguez (1984-1987), llevado a Orense. Don Braulio Rodríguez Plaza (1987-1995) que fue a Salamanca. Don Francisco Pérez (1996-2003), promovido al arzobispado castrense Y Don Vicente Jiménez Zamora (2004-2007) que acaba de ser nombrado obispo de Santander.
Tres de ellos fueron, o son, arzobispos. Don Teodoro de Burgos, Don Braulio de Valladolid y Don Francisco de Pamplona. Yo entiendo el dolor de la diócesis al perder buenos pastores. Con los que os habíais encariñado. Pero tal vez el sino hoy, como lo fue a lo largo de los siglos, de este hermoso y glorioso obispado sea ofrecer a la Iglesia este humilde pero muy hermoso servicio. Enseñar a obispos a ser obispos. Y después entregárselos a la Iglesia. Para lo que ella quiera. Para que sirvan a la Iglesia donde sean necesarios.
Creo que la Iglesia de Osma-Soria, pequeña, fiel, hermosísima por tantos conceptos, naturales, históricos, eclesiales, es una joya en nuestra Iglesia. Por lo que tiene y, sobre todo, por lo que da. Porque lo da todo. Hasta sus obispos.
Por la parte que me toca. Enamorado de Soria. Visitante asiduo de vuestros calores, tan soportables, y de vuestros fríos, tan notables, católico hermano de vuestras fidelidades y agradecido por vuestros servicios, sólo puedo concluir diciéndoos, gracias. Qué Dios os lo pague. Y es buen pagador