Rodrigo del Pozo le daba ayer un capón a la revista Alba. Carmen Bellver lo suscribe. Yo lo constato. Ni el uno ni la otra son adversarios de la Iglesia. Más bien todo lo contrario. Aunque no siempre comparta todo lo que dicen.
Pues algo habrá ocurrido con la revista. Cuando apareció fue recibida con general entusiasmo católico. Los lectores se multiplicaban, las suscripciones incluso asombraban a los editores... Pienso que la otra revista análoga, Alfa y Omega, llegaría a temerse incluso su desaparición ante el empuje y la garra de su competidora. Y evidentemente el público al que se dirigían era el mismo.
Hasta que un día el globo se desinfló. Lo que parecía lanzado comenzó a perder velocidad, luego se paró y ahora retrocede. Yo hace ya unos meses que dejé de adquirirla porque ya no me interesaba nada. Alfa y Omega, que sigue muy renqueante, es en estos momentos de mucho más interés que Alba. Y no es que tenga demasiado.
Lamento que lo que parecía tan prometedor opte por el suicidio. Ignoro que les ha llevado a esto. Pero que sepan que jugar con los lectores es peligrosísimo en una publicación. Que se lo pregunten a ABC.
Yo evidentemente no le debo nada a Alba. Tampoco puedo hacer cosa alguna para evitar sigan haciendo crónica de una muerte anunciada. Siento la deriva actual porque la Iglesia ha perdido un medio que fue valiente, apostólico e ilusionante. Hoy solo es aburrido. Enormemente aburrido.