Porque conviene decirlo. Que algunos van muy perdidos por la vida. Don Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife, está hoy en el ojo del huracán. He salido en su defensa. Porque cuando la antiIglesia ataca a un obispo yo estoy con el obispo. Pero el tinerfeño no es de los que me entusiasmen.
He sido muy crítico con su antecesor en la diócesis, Felipe Fernández. Y lo manifesté en numerosas ocasiones. Pienso que fue de los malos obispos que nos tocó sufrir. En Ávila y en Tenerife. Y antes como simple cura. Hoy, tan tocado por la enfermedad, que le llevó a una renuncia anticipada del episcopado, no quiero decir más.
Don Bernardo fue su vicario general. Su persona de confianza. Pues no era para que me sintiera entusiasmado por su nombramiento. Cierto que desde que asumió la sucesión me pareció persona discreta y digno obispo. Pero como para no recordar sus antecedentes. Seguramente fue de los que apoyó aquella estúpida e indignante decisión del obispo de que las fuerzas armadas no pudieran escoltar al Cristo de La Laguna. Rompiendo una tradición de muchísimos años.
Pues ahora le llegan duras. Y los de la línea felipística le tratan a escobazos. O peor. Ya lo ve. Como para fiarse de ellos. Son los de siempre, quienes nunca han dejado de sentirse hijos de la Iglesia los que dan la cara por sus obispos.
Bueno sería que tomaran nota.