A José Antonio Pagola

Amigo José Antonio: Te deseo mucha paz. Aunque no suelo perder tiempo en debates intraeclesiales, el lío que han armado con tu libro -Jesús, aproximación histórica-bien merece una reflexión. Tiene que haber algún serio problema de fondo pues, según dicen los medios de información, el asunto ha llegado hasta las altas instancias del Vaticano.

Hace tiempo que leí con gusto tu libró y lo he recomendado. Aunque tus aportaciones ya están avaladas por la fecunda investigación en el siglo pasado sobre la historia de Jesús, sabes presentar los datos con estilo ágil y con fina sensibilidad evangélica. En tu libro puede haber detalles discutibles - ¿qué publicación no los tiene?- , pero no veo errores contra la fe cristiana, y me pregunto de dónde pueden venir tantos reparos y sospechas.

El cuarto evangelista presenta la encarnación en todo su realismo y deja formulada la novedad de la misma que los religiosos judíos consideraban una blasfemia: “porque tu, siendo hombre, te haces Dios “(Jn 10,33). En el siglo V el concilio de Calcedonia confesó esa novedad inaudita: en Jesucristo humanidad y divinidad van inseparablemente unidas, no como dos bloque pegados o dos pisos superpuestos; en la humanidad histórica de Jesucristo se hace presente Dios, se revela cómo es y cómo actúa si bien permanece siempre mayor e inabarcable: “el que me ve a mí, ve al Padre”(Jn 14,9)

Y aquí creo que está el interrogante de fondo que, presentando la humanísima conducta de Jesús -“sacratísima humanidad”, decía Teresa de Avila- dejas abierto el campo para que los cristianos respondamos desde nuestra fe. A Dios nadie le ha visto jamás y nosotros creemos que su rostro humano es Jesucristo en su conducta histórica. Pero en esa conducta rompe todos nuestros esquemas sobre la divinidad porque nos habla de un Dios esencialmente bueno que no sabe más que amar, cuyo poder se manifiesta en la misericordia, que defiende a las víctimas y que no acepta prácticas religiosas que no promueven la vida de los seres humanos y de la creación entera.

Esta singularidad de la fe cristiana confesando la divinidad de Jesucristo, desmonta continuamente imágenes de la divinidad que nosotros fabricamos y que son falsas porque caben dentro de nuestras cabezas. El Dios revelado en Jesucristo es inabarcable y siempre mayor en su misma entrañable cercanía. No cae bajo nuestro control dándonos seguridad. Más bien está dentro de nosotros como amor que nos origina, nos sustenta e impulsa dándonos confianza. La cuestión primera no es si existe o no existe Dios, sino de qué Dios estamos hablando. No es suficiente confesar la divinidad de Jesucristo; esta confesión exige que aceptemos a Dios revelado en la conducta de aquel hombre vivió y murió amando y sirviendo a los demás.

Termino, José Antonio. Aunque tengas que sufrir un poco, sólo por dejar planteado este interrogante sin duda muy saludable para reavivar nuestra identidad cristiana, tu libro ha merecido la pena. Con todo afecto,

Jesús
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