Vivimos en el club de los proyectos vivos y la esperanza muerta

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  1. Celebremos la esperanza

Me parece a mí que las celebraciones litúrgicas no debieran ser un amasijo de ritos intrincados y rutinarios, sino más bien encuentros sencillos en los que nos reunimos para celebrar la fe y la esperanza. En el caso de hoy, día de “Todos los Santos”, agradecemos a Dios por tantas personas que nos han precedido en la historia, en la fe y en la esperanza.

Hoy celebramos lo que confiadamente podemos esperar en la vida. Nuestro destino, nuestra meta final es la misma que la de JesuCristo, que la de la Virgen María y la de todos nuestros hermanos: esa muchedumbre inmensa que nadie puede contar que viene de la gran tribulación y viven en Dios.

“Todos los santos” es una fiesta que fortalece nuestra esperanza.

  1. La comunión de los santos: una muchedumbre inmensa

En un lenguaje enigmático, solemne -y abriendo la “caja de los truenos”-, la apocalíptica (1ª lectura) nos habla de una muchedumbre inmensa, es decir de toda la humanidad significada con ese número simbólico de 144.000 (12 tribus x 12), que va -vamos- llegando a la casa del Padre pasando por la gran tribulación de la vida.

Como en el Éxodo las puertas de las casas de los hebreos estaban marcadas con la sangre de un cordero, todos -toda la humanidad- estamos marcados en la frente por nuestro Dios: todos estamos destinados a la vida, a la salvación.

        La fiesta de hoy, Todos los Santos, es la misma que la de mañana: Todos los difuntos. Son como dos caras de la misma moneda. Toda la humanidad está sellada y llamada a la vida.

La memoria de los santos, que son nuestros mayores, nuestros difuntos, la memoria de JesuCristo nos hace bien, nos reconcilia.

La Comunión de los Santos es una especie de memoria, de solidaridad y “circularidad” entre los que se fueron a la eternidad y los que seguimos en el tiempo. Ellos se acuerdan de nosotros de un modo amable. Ellos oran por nosotros. [1]

Estos días de “difuntos y de todos los santos” son una llamada a reavivar la esperanza sobre nuestro final -finalización- en Dios.

  1. Vivimos tiempos de vacío y ausencia de esperanza.

Hoy en día vivimos tiempos de muchos proyectos y escasa esperanza o, más bien, vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas.

Pero solo se puede vivir humanamente con la esperanza como resorte estructural de la existencia. En esta postmodernidad de nuestras desilusiones, la esperanza ha sido “arrinconada” como las antiguas máquinas de escribir ante la “perfección de la informática”. Hoy la esperanza no nos evoca nada, porque sencillamente no hay nada que esperar. Y si no hay un futuro absoluto, tampoco hay una esperanza absoluta.

  1. La esperanza no es lo mismo que optimismo.

        El optimismo es un estado de ánimo proveniente de lo bien que nos va la vida, la salud, la familia, el trabajo, etc.

        La esperanza tampoco es la convicción de que algo saldrá bien, sino que la esperanza es la certeza de que la vida y lo que vamos haciendo tiene sentido independientemente de cómo resulte. La esperanza es pensar y confiar en que lo que creemos y hacemos tiene sentido y hace bien vivir en ella.

  1. La esperanza cristiana no es futurología.

        Por otra parte, la esperanza cristiana no es correr desbocadamente hacia el futuro, porque allí está “lo mejor”, la salvación.

        La esperanza cristiana mira y se fundamenta en lo ya acontecido en Cristo Jesús.

        Con mucha razón decían los clásicos, entre ellos S Agustín: (ex memoria, spes) la esperanza nace de la memoria de lo ya acontecido en JesuCristo.

        Bien está que la Iglesia cambie algunas normas, algunos ritos, etc, pero la esperanza honda y última descansa en Cristo Jesús.

  1. hacia ti morada santa: hacia la vida eterna.

        La fiesta de “Todos los Santos” nos recuerda nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, cantamos.

Creemos -fe- en la vida eterna, que no es lo mismo que una vida “indefinida”, sin fin. No es lo mismo vida “sin fin” que una vida plena, definitiva. No es lo mismo amontonar años o tiempo que la vida plena de JesuCristo.

La morada santa es el cielo que no es un lugar sino un estado, una situación, personal y comunitaria. Una persona es feliz cuando se siente querida: tal es el cielo. Posiblemente la vida eterna no está en el calendario, sino sentirnos queridos.

No sabemos más, vivimos en una docta ignorantia, una sabia ignorancia.

Confiamos en Cristo, nos fiamos de Él. Sé de quién me he fiado.

  1. Jesús augura una vida feliz desde un cuadro de valores diverso.

La escena de las bienaventuranzas se sitúa en una montaña, es decir, en un nuevo Sinaí, Dios ya no le entrega a Moisés las tablas de la ley, el legislador es JesuCristo, y los mandamientos no son los diez, sino las Bienaventuranzas.

        La escala de valores en la que vivimos es la riqueza, el poder, la injusticia que impregna nuestros esquemas de vida y nuestro comportamiento. Sin embargo, el pensamiento de Jesús es bien otro: la pobreza crea libertad y felicidad, el servicio crea fraternidad y comunidad, la misericordia hace bien a todos: al que es misericordioso y al que recibe esa bondad.

08    La esperanza es el keroseno de la vida.

Esperemos en y desde lo más hondo de nuestro ser. Sembremos esperanza en la medida que podamos. Ayudémonos en la esperanza.

Dice el profeta Isaías: “In spe erit fortitudo vestra»” (Is 30, 15). En la esperanza está vuestra fortaleza.

[1] Detrás del purgatorio y de las indulgencias -tal y como lo hemos vivido- se esconde una mentalidad un tanto mercantil. ¿perdón a plazos? ¿gracia por entregas? Salvación sí, pero me la pagas. Sin embargo Jesús dijo: hoy, no mañana, hoy estarás conmigo en el Paraíso.

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