Autonomía del M
Femenino y masculino son inclusivos y se usan indistintamente
Esta cuestión me parece muy importante para la formación de los laicos comprometidos en el mundo y desde el mundo. A pesar de ello, es probable que muchos laicos cristianos no hayan oído ni siquiera ese título. Y quienes lo han oído, es probable que nunca lo hayan asimilado y conozcan mal su contenido. ¿Sirve de algo que el concilio le haya dedicado un número de 25 líneas? (GS 36) Tarde o temprano servirá de mucho. Pero lo cierto es que hoy por hoy no recibe la atención y explicación que merece.
En la realidad de cada día, la autonomía del mundo funciona en muchos campos que posiblemente no conocen estas ideas. La comunidad científica hace más de dos siglos que funciona con ese presupuesto. En muchas actividades, la gente funciona sin tomar en consideración la fe religiosa. Por ejemplo, el gobierno, los negocios, los partidos políticos, los sindicatos, la producción y otros muchos campos de nuestra vida y sociedad, funcionan sin tener en cuenta a Dios. Y así es como hemos de funcionar, activando al mismo tiempo nuestra fe religiosa viva y cálida.
Hace cinco siglos, la creencia en brujas y magias estaba generalizada. Y se creía que el mundo estaba dirigido por intervenciones directas de Dios. El mundo era menor de edad. Pero con el desarrollo de la cultura y de la ciencia el mundo, el universo, ese mismo mundo se ha hecho mayor de edad. Hemos descubierto que funciona por sus propias leyes, sin intervenciones directas de Dios. Esto era así desde siempre; pero nos hemos dado cuenta recientemente. Por eso decimos que se nos vuelto adulto o mayor de edad. Es un mundo autónomo, que funciona por sí mismo, sin intervenciones directas de Dios.
Digamos abiertamente que Dios no actúa directamente en el mundo; no mueve hilos secretos; no es intervencionista. Los milagros, que rompen las leyes de la naturaleza, son raros, cuando no falsos. Muchos opinan que no hay milagros. Los científicos no conocen más del 20 ó 25% del funcionamiento del universo. Y nosotros ¿cuánto? Por ello hay hechos considerados milagrosos, que pueden ser totalmente normales en el universo. Lo que nos ocurre es que no tenemos explicación de ellos. Y esto nos lleva a considerarlos milagrosos. Pero no está claro que lo sean.
La autonomía del mundo no ha entrado todavía en la cabeza de muchísimos creyentes, incluso universitarios, laicos y no laicos... Como cristianos, debemos afirmar y explicar que Dios no es intervencionista. Ello exige un fuerte cambio de mentalidad. Nuestra fe necesita una gran purificación, para liberarse de ideas erróneas sobre Dios, el mundo, la oración y la vida de fe. Pero después del concilio Vaticano II, seguimos diciendo y haciendo, incorrectamente, las mismas cosas que decíamos y hacíamos antes. Basta asomarse a una TV católica en la que recojan peticiones para pedir y conseguir curaciones y las prometan.
La caída en la milagrería ocurre especialmente en los países en que crecen las iglesias evangélicas, llenas de “milagros”. Y no queremos quedarnos atrás. Esos “milagros” no debieran turbarnos. Sabemos demasiado de ellos. Uno empieza a dudar de si nosotros mismos -el clero- nos hemos enterado bien de lo que es e implica la autonomía del mundo y de si estamos dispuestos a explicarla y practicarla. Quizás hay miedo a perder clientela. El resultado de semejante postura puede ser –y está siendo de hecho en varios sitios- más negativo de lo que pensamos. Termina fácilmente, por parte de la gente, en la negación de cosas serias junto con las secundarias, mezclándolo todo, y a veces en risas y burlas o simplemente en la indiferencia. ¿De nuevo vamos a llegar tarde?
Esta cuestión me parece muy importante para la formación de los laicos comprometidos en el mundo y desde el mundo. A pesar de ello, es probable que muchos laicos cristianos no hayan oído ni siquiera ese título. Y quienes lo han oído, es probable que nunca lo hayan asimilado y conozcan mal su contenido. ¿Sirve de algo que el concilio le haya dedicado un número de 25 líneas? (GS 36) Tarde o temprano servirá de mucho. Pero lo cierto es que hoy por hoy no recibe la atención y explicación que merece.
En la realidad de cada día, la autonomía del mundo funciona en muchos campos que posiblemente no conocen estas ideas. La comunidad científica hace más de dos siglos que funciona con ese presupuesto. En muchas actividades, la gente funciona sin tomar en consideración la fe religiosa. Por ejemplo, el gobierno, los negocios, los partidos políticos, los sindicatos, la producción y otros muchos campos de nuestra vida y sociedad, funcionan sin tener en cuenta a Dios. Y así es como hemos de funcionar, activando al mismo tiempo nuestra fe religiosa viva y cálida.
Hace cinco siglos, la creencia en brujas y magias estaba generalizada. Y se creía que el mundo estaba dirigido por intervenciones directas de Dios. El mundo era menor de edad. Pero con el desarrollo de la cultura y de la ciencia el mundo, el universo, ese mismo mundo se ha hecho mayor de edad. Hemos descubierto que funciona por sus propias leyes, sin intervenciones directas de Dios. Esto era así desde siempre; pero nos hemos dado cuenta recientemente. Por eso decimos que se nos vuelto adulto o mayor de edad. Es un mundo autónomo, que funciona por sí mismo, sin intervenciones directas de Dios.
Digamos abiertamente que Dios no actúa directamente en el mundo; no mueve hilos secretos; no es intervencionista. Los milagros, que rompen las leyes de la naturaleza, son raros, cuando no falsos. Muchos opinan que no hay milagros. Los científicos no conocen más del 20 ó 25% del funcionamiento del universo. Y nosotros ¿cuánto? Por ello hay hechos considerados milagrosos, que pueden ser totalmente normales en el universo. Lo que nos ocurre es que no tenemos explicación de ellos. Y esto nos lleva a considerarlos milagrosos. Pero no está claro que lo sean.
La autonomía del mundo no ha entrado todavía en la cabeza de muchísimos creyentes, incluso universitarios, laicos y no laicos... Como cristianos, debemos afirmar y explicar que Dios no es intervencionista. Ello exige un fuerte cambio de mentalidad. Nuestra fe necesita una gran purificación, para liberarse de ideas erróneas sobre Dios, el mundo, la oración y la vida de fe. Pero después del concilio Vaticano II, seguimos diciendo y haciendo, incorrectamente, las mismas cosas que decíamos y hacíamos antes. Basta asomarse a una TV católica en la que recojan peticiones para pedir y conseguir curaciones y las prometan.
La caída en la milagrería ocurre especialmente en los países en que crecen las iglesias evangélicas, llenas de “milagros”. Y no queremos quedarnos atrás. Esos “milagros” no debieran turbarnos. Sabemos demasiado de ellos. Uno empieza a dudar de si nosotros mismos -el clero- nos hemos enterado bien de lo que es e implica la autonomía del mundo y de si estamos dispuestos a explicarla y practicarla. Quizás hay miedo a perder clientela. El resultado de semejante postura puede ser –y está siendo de hecho en varios sitios- más negativo de lo que pensamos. Termina fácilmente, por parte de la gente, en la negación de cosas serias junto con las secundarias, mezclándolo todo, y a veces en risas y burlas o simplemente en la indiferencia. ¿De nuevo vamos a llegar tarde?