El filósofo publica “El humanismo cristiano en el contexto de la antropología social” Ángel Gutiérrez: "Entre la visión cristiana del hombre y la visión secularizada del mismo sigue habiendo fuertes tensiones"

"Los humanismos seculares se distinguen entre sí, según el grado de centralidad concedido al hombre, quien puede llegar a ser considerado como la medida de todas las cosas, dando lugar a ese tipo de humanismos que conocemos como antropocéntricos"
"Entre la visión cristiana del hombre y la visión secularizada del mismo sigue habiendo fuertes tensiones, como en tiempos no muy lejanos también las hubo en el interior del cristianismo, con motivo de la interacción funcional entre cuerpo y alma como si se tratara de dos enemigos irreconciliables"
"Mi condición de estudioso de la Filosofía me ha servido para poder observar desde fuera el humanismo cristiano y conocer qué es lo que piensan aquellas personas que por la razón que fuera no son creyentes". Y fruto de esa observación y de una dilatada carrera de estudio y docencia nace este volumen, "El humanismo cristiano en el contexto de la antropología social".
En esta entrevista, además de abundar en la cuestión, Gutiérrez pone encima de la mesa también "la posibilidad" de "proponer un nuevo cristianismo, no en el sentido de cambiar su esencia y significado, sino de cambiar su modo de vivirlo, de tal modo que tuviera en cuenta las exigencias de una sociedad pluralista".
¿Cómo aborda la distinción entre el humanismo cristiano y otras formas de humanismo, como el antropocéntrico o el secular, y qué elementos considera esenciales para definir el humanismo cristiano?
Está bien hecha la pregunta porque ya desde el principio nos ayuda a situarnos correctamente. Al comienzo de este libro hay unas páginas introductorias dedicadas a la clarificación de esta cuestión. El término “humanismo” es de uso relativamente reciente y resulta imposible de definir, dado su carácter polisémico, siendo diversas las acepciones en que puede ser tomado, las hay de tipo filológico, de tipo educativo y también de carácter connotativo, esta última apunta al saber y valoración que se hace sobre el hombre y el puesto que éste ocupa en el universo. Cualquier tratado pues, sobre el hombre, merecería ser considerado como humanismo a excepción, naturalmente, de aquellos relatos denigrantes en los que se hace, por ejemplo, apología de la esclavitud y por tanto no procede calificarlos de otra forma que no sea de inhumanismo.
Dentro de la gama variada de humanismos nos encontramos con aquellos humanismos seculares, así denominados por negar todo tipo de referencia a lo sagrado y sobrenatural en el hombre y por deslegitimizar cualquier tipo de conocimiento que sobrepase las capacidades propiamente humanas. Los humanismos seculares se distinguen entre sí, según el grado de centralidad concedido al hombre, quien puede llegar a ser considerado como la medida de todas las cosas, dando lugar a ese tipo de humanismos que conocemos como antropocéntricos.
Algo bien distinto sucede con el Humanismo Cristiano, que parte de unos conocimientos revelados por Dios, inasequibles a todo conocimiento humano. De esta forma hemos podido saber cuál es su origen y destino. Por revelación sabemos que hombre y mujer fueron hechos a semejanza de Dios, que un día perdieron su inocencia y a consecuencia de ello su naturaleza quedó herida y debido a ello el pecado, el dolor y la muerte, entraron en el mundo. Por revelación sabemos que Dios es nuestro padre y nosotros somos sus hijos, herederos de su gloria, etc, etc. En otro orden de cosas, como es el de la moralidad y después de haber escuchado las enseñanzas del Maestro, sabemos también que el Humanismo Cristiano supera todas las expectativas humanas. En el Sermón de la Montaña, los malaventurados del mundo pasan a ser los bienaventurados del Reino y una escala de valores renovada pasa a ser, a partir de entonces, la base y el fundamento de una Nueva Humanidad. A este cúmulo de conocimientos revelados se han ido añadiendo otros proceden del magisterio de Iglesia y de la filosofá
Sin duda que, a la luz del Humanismo Cristiano teocéntrico, seguirá habiendo dudas sobre el hombre, pero menos que en el humanismo secular.

En su libro, explora la tensión entre el humanismo cristiano y las corrientes secularizadas. ¿Cómo propone superar la percepción de que el cristianismo es incompatible con valores modernos como el pluralismo o la autonomía individual, sin diluir su esencia teocéntrica?
Sí, está claro que entre la visión cristiana del hombre y la visión secularizada del mismo sigue habiendo fuertes tensiones, como en tiempos no muy lejanos también las hubo en el interior del cristianismo, con motivo de la interacción funcional entre cuerpo y alma como si se tratara de dos enemigos irreconciliables. Yo pienso que, del mismo modo que se superó la interacción entre cuerpo y alma, se puede superar la tensión existente entre el humanismo cristiano y las corrientes secularizadas. ¿Acaso razón y fe no proceden del mismo autor, que es Dios mismo? Si Dios no puede contradecirse a sí mismo, tampoco deberían entrar en contradicción estas dos vías de conocimiento, a no ser quede ellas se esté haciendo una mala interpretación.
Habrá que reflexionar sobre qué es lo que hemos hecho mal. Si volvemos la vista hacia los tiempos de la modernidad, nos encontramos con una exaltación de la “diosa razón” que pretendía sustituir al Dios Cristiano. Tal pretensión resultó a todas luces excesiva y esto no es porque lo digan los creyentes cristianos, sino que ha sido el hombre posmoderno descreído quien airadamente lo ha denunciado de forma contundente y rotunda. Se equivocó sin duda la modernidad, no por utilizar la razón sino por hacerlo de forma excluyente. Lo que sucede es que, la cultura posmoderna a su vez, se ha excedido en su crítica a la razón. Ha dado un volantazo, situándose en el polo opuesto, asegurando que la razón no es más que una vieja embustera, de la que no se puede esperar verdad alguna. Viva pues el relativismo absoluto, que pone a salvo el pluralismo y la autonomía individual, de la que tanto se habla en nuestro tiempo. Caen en flagrante contradicción quienes así piensan, puesto que si no existe verdad alguna tampoco lo será eso que ellos, de forma dogmática y excluyente, afirman tan rotundamente. Lo que yo torpemente trato de decir, lo dejó expresado bellamente Antonio Machado en estos cuatro versos: “¿Tu verdad? No, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. La fórmula para hacer compatible el teocentrismo con el pluralismo, nos la ofrece S. Agustín en esta frase lapidaria: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad; en todo caridad”
Europa y el mundo entero nunca agradecerán lo suficiente al dominico Francisco Vitoria, padre del derecho internacional y fundador de la egregia escuela de Salamanca, su legado jurista, sobre el que se sostiene las bases de los derechos humanos
Usted destaca el papel de la cristiandad en los pilares éticos y morales de Europa. ¿Qué aspectos específicos de la tradición cristiana cree que han sido más determinantes en la configuración de estos valores?
A la caída del Imperio Romano, el territorio europeo fue invadido por los pueblos bárbaros, quedando roto y fragmentado en diversos reinos. La desintegración y la anarquía se hicieron presentes, la confusión y la ignorancia venían a completar un cuadro desolador, tanto que parecía imposible todo intento de reconstrucción, pero el milagro se produjo. La reconstrucción de Europa, según el sentir de Benedicto XVI, fue debido “al encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa”.
Por lo que a la aportación cruistiana se refiere, hemos de resaltar su esfuerzo en la erradicación de la ignorancia y, sobre todo, su entrega generosa en dotar de savia nueva el ordenamiento social, fundamentado en una ética de inspiración cristiana y unos sólidos valores, respetuosos con la dignidad humana. Todo ello habría de servir de aglutinantes en la difícil cohesión de culturas tan diferentes, hasta llegar a constituir un organismo constitucional conocido como “cristiandad”, integrado por dos poderes; uno espiritual, presidido por el papa y el otro temporal, detentado por el emperador. Ambos en armonía estaban llamados a conducir a los súbditos a la consecución de los fines espirituales y temporales respectivamente.
La apelación a la ley natural, en orden conseguir un justo y equilibrado ordenamiento jurídico, es otra de las grandes contribuciones del humanismo cristiano. Europa y el mundo entero nunca agradecerán lo suficiente al dominico Francisco Vitoria, padre del derecho internacional y fundador de la egregia escuela de Salamanca, su legado jurista, sobre el que se sostiene las bases de los derechos humanos y que ha servido para dar cobertura tanto a la relación entre los individuos como a la relación entre los pueblos y naciones.
En referencia a la ética y los valores morales, la aportación de la Cristiandad a Europa es innegable. Tradicionalmente la Ética cristiana se ha mostrado integradora, pero hay dos aspectos de la misma que han sido determinantes en el proceso de inculturación. Uno de ellos es la indiscriminación entre los seres humanos. En la tradición cristiana todos somos iguales, pues somos hijos del mismo Padre. Pablo se hace eco de ello; “Ya no hay judío ni griego, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay macho y hembra más largos; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28)

El otro aspecto a resaltar esque desde los primeros tiempos, el cristianismo se significó por su solidaridad y altruismo. Uno para todos y todos para uno, tal fue el lema de la cristiandad. Allá donde se encontrara un cristiano, aunque fuera en el último rincón del mundo, sabía que detrás tenía todo el grupo, sintiéndose apoyado, física y espiritualmente, por los demás hermanos de religión. Lo mismo sucede con los valores que llevan el sello típico del cristianismo. En el Sermón de las Bienaventuranzas quedó bien claro por si alguien tenía alguna duda que los valores del Reino, es decir, de la Nueva Humanidad, tenían presentes a los demás, especialmente a los más necesitados. En resumidas cuentas, el humanismo cristiano impregnó de caridad a una sociedad que hasta entonces solamente había conocido la justicia y de la moralidad egocéntrica se pasó a la “moralidad del otro”.
En el libro, realiza un repaso exhaustivo de la Filosofía occidental. ¿Qué corrientes filosóficas considera que han influido más directamente en el desarrollo del humanismo cristiano, y cómo dialogan con la antropología social?
Comenzaré diciendo que, el cristianismo no es identificable con humanismo cristiano, como tampoco lo es con cristiandad. Dando por sentado que el humanismo cristiano esencialmente se sustenta en la revelación y en el magisterio de la Iglesia, no es menos cierto que, como capítulo importante que es de la filosofía cristiana, está sujeto a las diferentes influencias filosóficas, entre las que cabe señalar las correspondientes al clasicismo griego y de modo muy especial a Aristóteles.
Diré más, sin la contribución de este filósofo, el humanismo cristiano hubiera tomado otros derroteros. De él tomaría el Aquinatense, no sin correr graves riesgos, los materiales necesarios para construir su monumental sistema filosófico-teológico, que durante siglos ha sido considerado como santo y seña de la filosofía cristiana. Bastaría hacer un breve recordatorio de conceptos tan fundamentales como pueden ser sustancia y accidentes, naturaleza y atributos, persona e individuo, esencia y existencia, acto y potencia, materia y forma, etc., todos ellosde procedencia aristotélica.
Con la encíclica "Aeterni Patris", de León XIII, el sistema aristótelico-tomista recibe un gran impulso, pero al mismo tiempo se siente la necesidad de reactualizar la filosofía tradicional, bajo el lema “Vetera novis augere et perficere" ("Aumentar y perfeccionar lo viejo con lo nuevo"). Fruto de esta doble demanda va a surgir de forma pujante la corriente “neotomista”, que habría de tener como propulsor de la misma a Jacques Maritain, quien bien podía ser considerado como el último escolástico. El filósofo francés sería el encargado de conectar el pensamiento cristiano con las corrientes modernas de la filosofía. Su amistad con las grandes personalidades de la época, incluyendo al cardenal Montini, le ayudarían a culminar con éxito su misión.
No acaba aquí la cosa, cuando llega al pontificado su amigo y discípulo Montini, con el nombre de Pablo VI, se le abren de par en par las puertas de la Curia Romana, convirtiéndose en el inspirador principal del Concilio Vaticano II, en aquellos temas referentes a la cuestión social. Lo que sigue a partir de aquí no necesita de mayores explicaciones. Su tratado de “El humanismo integral” pasa a ser considerado como un modelo del humanismo cristiano, que hay que tener en cuenta. El tiempo ha ido pasando y en estos momentos el cristianismo se enfrenta al transhumanismo, que seguramente exige un tipo de respuesta diferente a la ofrecida por el filósofo francés en su “Humanismo integral”.
Los cristianos debiéramos saber que sin ser del mundo estamos en el mundo, lo que conlleva el deber de asumir el compromiso y la tensión que ello supone
¿De qué manera su formación como Doctor en Filosofía y su experiencia docente han moldeado su perspectiva sobre el humanismo cristiano, como un marco para entender la dignidad y el desarrollo social del ser humano?
Mi condición de estudioso de la filosofía me ha servido efectivamente para poder observar desde fuera el humanismo cristiano y conocer qué es lo que piensan aquellas personas que por la razón que fuera no son creyentes. Mi experiencia en este sentido ha sido francamente positiva, por ella he podido darme cuenta de que la razón filosófica, en general, sirve para esclarecer nuestra condición humana, ayudándome a profundizar en el conocimiento y alcance de la dignidad de la persona humana y a sentir la necesidad de que ésta se desarrolle social y humanamente.
A primera vista pudiera parecer que un estudio del hombre, desde la perspectiva filosófica, obstaculiza o cuando menos, no favorece la percepción que del mismo nos ofrece el humanismo cristiano, pero esto no es así, lo que hace en realidad es enriquecerla y complementarla, sobre todo por lo que hace referencia a su desarrollo y proyección social. Los cristianos debiéramos saber que sin ser del mundo estamos en el mundo, lo que conlleva el deber de asumir el compromiso y la tensión que ello supone. Desentendernos de lo que está pasando a nuestro alrededor o no querer saber nada de aquellos que tienen otros puntos de vista distinto de los nuestros, cuando menos no es el mejor ejemplo de humanismo cristiano.
Yo estoy convencido de que muchas de las aportaciones en orden a la proyección humana que se han venido haciendo desde el campo de la filosofía, son merecedoras de ser tenidas en cuenta y no hacerlo seguramente es muestra de negligencia o de poca humildad. Por todo lo dicho, mi respuesta es que los conocimientos de filosofía me han servido para que el humanismo cristiano se me muestre en toda su integridad.

Algo parecido podía decir de mi experiencia como docente. Ello me ha obligado a ser más exigente a la hora de poner en orden mis ideas y que éstas fueran cada vez más claras, porque de lo que se trataba no era de que yo fuera conocedor de lo que estaba trasmitiendo a mis alumnos, sino que ellos, desde su personal circunstancia, pudieran entender lo que yo trataba de comunicarles. Nunca sabré hasta qué punto logré mi propósito, de lo que sí estoy seguro es de lo mucho que el profesor puede aprender de sus alumnos, a poco que se lo proponga.
En el contexto actual de secularización y pluralismo cultural, ¿cómo ve la relevancia del humanismo cristiano para abordar los desafíos éticos y sociales contemporáneos en Europa y más allá?
Yo parto de la idea de que el humanismo cristiano, en teoría, siempre puede contribuir en orden a la solución de las diferentes situaciones que puedan presentarse. Por supuesto que en él se encuentran aportaciones positivas para abordar los desafíos de la hora presente, lo que sucede es que no sabemos muy bien cuáles son exactamente esas preguntas que están esperando respuesta y cuáles son las necesidades de un mundo en constante cambio, que se cree libre y feliz sin serlo en realidad. Sabemos, sí, que el secularismo y el pluralismo son situaciones provisionales, marcadas por el signo de la perentoriedad, pero mientras duren no es fácil encontrarles una alternativa válida, con vocación de continuidad.
Lo que trato de decir es que el mundo está bajo el efecto de un dinamismo vertiginoso y lo que fue válido ayer, puede que deje de serlo mañana, de aquí que no da tiempo a pensar serenamente que tipo de solución puede ser la más válida y duradera. Antiguamente los ciclos eran largos, hoy en cambio no es así y nos vemos obligados a adelantarnos al futuro haciendo previsiones que pueden fallar. Planear a largo plazo un programa para el desarrollo y promoción del hombre en un mundo tan cambiante resulta francamente aventurado.
Lo que de momento sabemos es que nos encontramos ante una sociedad heterogénea, altamente secularizada, que desborda la capacidad de la Iglesia. Hay quien considera que la secularización y el pluralismo cultural son productos que han surgido del propio cristianismo, una especie de hijos rebeldes que ya no puede controlar y lo más que puede hacer es tratar de convivir con ellos de la forma más pacífica posible. ¿Cómo implantar el cristianismo en una sociedad como la europea, que hasta hace muy poco tiempo estuvo impregnada de cristianismo por todos los costados? Hay motivos para pensar que el abrazo entre cristianismo y secularismo, a corto plazo, es más que improbable, lo que si entra dentro de lo posible es la idea de una cierta compatibilidad dinámica, defendida por Benedicto XVI, entre el humanismo cristiano y el humanismo laico, ya que a ninguno de los dos les interesa la unilateralidad. De la misma opinión es Juan Pablo II, quien en su encíclica “Fides et ratio”, llega a decir: “La creencia sin la razón es peligrosa, y la racionalidad sin los valores éticos y espirituales que se derivan de la creencia es también unilateral, y por tanto, peligrosa”.
En mi opinión, existe otra posibilidad y es la de proponer un nuevo cristianismo, no en el sentido de cambiar su esencia y significado, sino de cambiar su modo de vivirlo, de tal modo que tuviera en cuenta las exigencias de una sociedad pluralista. ¿Qué inconveniente podría haber en ello?
En el horizonte se perfila otro desafío aun mayor que la secularización y el pluralismo derivado del mal uso de la tecnología, semejante peligro lleva aparejado una deshumanización nunca conocida. Ya no se trataría solo de una pérdida del sentido de trascendencia, sino de que la mecanización llegaría a afectar a nuestra condición de seres humanos
Por fin me gustaría decir que en el horizonte se perfila otro desafío aun mayor que la secularización y el pluralismo derivado del mal uso de la tecnología, semejante peligro lleva aparejado una deshumanización nunca conocida. Ya no se trataría solo de una pérdida del sentido de trascendencia, sino de que la mecanización llegaría a afectar a nuestra condición de seres humanos. Si llegamos al punto de convertir al hombre en un ciborg, no solamente se habrá perdido la dignidad de la persona, sino que se habría puesto en riesgo la continuidad de la especie humana. Esperemos que esto no llegue a suceder.
Su obra sugiere la posibilidad de un diálogo entre diferentes humanismos. ¿Qué estrategias propone para fomentar un entendimiento mutuo entre el humanismo cristiano y otras visiones del mundo, con el objetivo de construir una sociedad más integradora?
Para que el diálogo entre los diversos humanismos se produzca ha de haber un lenguaje común inteligible para ambos, pero tal lenguaje parece que ha dejado de existir. La razón podía ser un intermediario válido, pero la razón modernista resulta demasiado prepotente y excluyente y en el otro extremo tenemos la razón débil posmoderna, a la que no se le concede ningún tipo de credibilidad. ¿A qué tipo de acuerdo se puede llegar cuando se parte del supuesto de que la verdad no existe? Y a pesar de todo, la confraternización universal entre los hombres es algo que conviene, tanto al humanismo laicista como al humanismo cristiano, más aún es una aspiración común.
Merecería la pena seguir intentando un acuerdo mutuo por la vía afectiva de la comprensión. Los prejuicios apriorísticos contra el cristianismo debieran desaparecer. Si bien hubo un tiempo en que se podía hablar de intolerancia religiosa, hoy se han cambiado las tornas y de lo que hay que hablar es de intolerancia laica, tal como se deduce de lo que estamos viendo ¿Quién sino el laicismo ha establecido una línea infranqueable entre lo divino y lo humano? ¿Quién sino el laicismo sostiene que hay que dar por irracional y falto de sentido todo lo relacionado con Dios?
Después de un largo periodo de incomprensiones, es al laicismo al que le corresponde mover ficha y si ello no es posible por vía racional, tendrán que hacerlo por la vía afectiva, removiendo todos los odios y rencores. Un diálogo presidido por la voluntad de entendimiento mutuo siempre es posible. Después de todo no es tan difícil de entender que el mejor servicio que se puede hacer a la humanidad es remar todos en la misma dirección.
Para hacer posible este deseo, es necesario un cambio de actitud y superar no pocos miedos, que nos impiden abrir nuestro corazón a los demás. Tiene Vd. razón, yo no he perdido la esperanza de que un día haga acto de presencia la voluntad sincera de entendimiento entre los humanismos, que hoy están enfrentados, pienso además que en estos tiempos tan duros que nos ha tocado vivir, uno casi tiene la obligación de ser optimista.
La estrategia a seguir para que las cosas cambien, pasa necesariamente por una revisión de los sentimientos de nuestro corazón. El laicismo está demostrando que es capaz de todo con tal de imponer su ley y obtener la hegemonía cultural a toda costa, cuando debiera darse cuenta de que éste no es el camino. También debiera ser consciente de que el único humanismo que puede salvarnos es el del amor y nunca el del odio y el de la cristofobia.

Después de un largo periodo de incomprensiones, el laicismo debiera pensar que ha llegado la hora del diálogo, aunque solo fuera para deshacer malentendidos. Sin duda que el diálogo es posible, como lo puso de manifiesto el encuentro mantenido entre Jürgen Habermas Y Joseph Ratzinger, en la Academia Católica de Munich el 9 de enero de 2004.
¿Es seria la crítica que el laicismo hace del cristianismo?
Los postulados sobre los que se basa el laicismo para hacer la crítica al humanismo cristiano no hace falta rebatirlos, se descalifican por sí solos. De la religión cristiana se dice que es irracional, deshumanizadora, falsa en todo su conjunto, nociva y perjudicial para la humanidad. Su voz debería ser silenciada, sus manifestaciones públicas prohibidas, sus símbolos y signos retirados de los lugares públicos.
En el presente, según piensan, su existencia carece de sentido. Puede que, en un tiempo lejano, cuando los hombres primitivos ignorantes vagaban sin rumbo, tuviera algún papel que cumplir en la sociedad, llevando a estos seres desgraciados algún tipo de consuelo, como sucedía con los mitos, pero hoy día, en el marco de un mundo desarrollado, el cristianismo ya no tiene razón de ser, ya no resiste la crítica de la razón, en el mejor de los casos, piensan, agradezcámosle los servicios prestados y que desaparezca sin dejar rastro.
Falacias, puras falacias, que no merecen ser tomadas en consideración, pero ya que Vd. me pregunta si es seria la crítica que hace el laicismo al cristianismo, trataré de ser más explícito, tomando como punto de referencia el bulo tan extendido de que el cristianismo no es más que un invento de los curas, carente de todo fundamento real. Si fuera cierto esto que dicen, deberán explicarnos por qué el cristianismo lleva más de 2000 años firme como una roca, resistiendo todos los embates, han de explicarnos también por qué el cristianismo cuenta con un ejército innumerable de mártires y de personas consagradas de por vida.
¿Cómo es posible que hayan existido y existan tantos locos en el mundo? Han de aclararnos por qué desde su fundación, entre los cristianos se encuentran las personas más relevantes en el mundo de las ciencias, las letras, las humanidades, las artes y la cultura en general. Por fin, tendrán que responder por qué el cristianismo, aún a pesar de que está atravesando por sus horas bajas, puede ser considerado, juntamente con la ONU, la institución mundial más importante, el Papa el personaje más relevante y la Biblia, el libro más leído del mundo.
Algo parecido sucede con la patraña que nos presenta al cristianismo como un fideísmo ciego, refractario a la razón. Quienes así piensan han de saber que el cristianismo podía ponerse como ejemplo de lo que es una religión ilustrada. Los escritores cristianos tuvieron en gran aprecio a la razón, como cosa venida de Dios y de ella se sirvieron en sus escritos. Los escolásticos, antes del Renacimiento, dieron a conocer al mundo a los grandes filósofos griegos y romanos. Su lema fue y sigue siendo “credo ut intelligam, intelligo ut credam” (creo para que pueda entender, entiendo para que pueda creer) Los tratados filosófico-teológicos que nos ha dejado son auténticos monumentos intelectuales para la posteridad. Tampoco es justo acusar a los escritores y teólogos cristianos de trasnochados. La filosofía cristiana, lo mismo que el humanismo cristiano, está sometido a constante revisión, dentro de un proceso de reactualización en consonancia con el signo de los tiempos. En todo caso, de lo que habría que hablar es de un laicismo ranció que, como disco rayado, viene repitiendo siempre la misma cantinela.
El pueblo de Dios está constituido por hombres y no por ángeles y esto ha de ser tenido muy en cuenta a la hora de trazar el diseño del humanismo cristiano
Frente a episodios oscuros de la historia de la Iglesia (como las guerras de religión o la Inquisición), ¿cómo reconcilia su defensa del humanismo cristiano con estos hechos sin caer en anacronismos o apologías simplistas?
Efectivamente, episodios oscuros de la Iglesia los ha habido y los seguirá habiendo, ante lo cual no podemos hacer otra cosa que lamentarlo, pedir perdón humildemente por ello, reparar en lo posible los daños ocasionados y tratar por todos los medios de que no vuelvan a producirse. Nadie ha dicho que los cristianos estemos hechos de otra pasta distinta del resto de los mortales. El pueblo de Dios está constituido por hombres y no por ángeles y esto ha de ser tenido muy en cuenta a la hora de trazar el diseño del humanismo cristiano. La Inquisición es un capítulo negro de la historia de la iglesia, al menos eso es lo que yo pienso. Las cosas se podrían haber hecho de otra manera, sin duda, pero hay que reconocer que aquellos tiempos eran distintos de los nuestros y me gustaría que esto que estoy diciendo no se interpretara como un anacronismo que lo que pretende es echar balones fuera. Repito, la Inquisición no fue un buen ejemplo y ojalá no vuelva a repetirse.
El caso de la guerra merece un tratamiento aparte. Nada más contrario a mis deseos que la guerra, a la que considero una de las mayores calamidades, pero mucho me temo que, en este mundo nuestro, donde anda suelto el espíritu del mal, la guerra sea algo inevitable. Al igual que no me gusta que haya pobres y sin embargo el más elemental sentido de la realidad me dice que pobres siempre habrá: “A los pobres siempre les tendréis con vosotros “(Marcos 14:7), tampoco me gusta que haya guerras, pero hemos de contar con ellas.
En el cristianismo siempre ha existido la opinión generalizada de que hay guerras que pueden ser justas. La vocación pacificadora de todo cristino es cosa bien distinta del pacifismo buenista. Después del pecado original, la guerra está arraigada en la naturaleza humana. Kant se hace eco de este hecho al decir: “El estado natural de los hombres no es de paz, sino de guerra… La guerra no requiere un motivo determinado; parece hallarse arraigada en la naturaleza humana”.

Ciertamente, un gran número de conflictos bélicos podían haberse evitado, pero ello no quita fuerza a la contundencia de los argumentos a favor de la guerra justa, que en el cristianismo ha sido defendida, desde S. Agustín hasta el catecismo de la Iglesia Católica en su N. 2265, pasando por Sto. Tomás, Francisco de Vitoria y el Concilio Vaticano II y ello hasta el punto de que se hable, no solo de que la legítima defensa sea un derecho, sino también un sagrado deber.
Quienes piensan de distinta manera, tendrán que responder a preguntas como estás: ¿Hicieron mal los aliados enfrentándose al nazismo de Hitler? ¿En la España del 36 hubiera sido mejor que al frente popular causante de un ejército de mártires, el mayor de la historia de la Iglesia, se les hubiera dejado culminar su genocidio y acabar con todo vestigio de cristianismo, en una nación tradicionalmente católica? ¿Qué está pasando con la Unión Europea, ayer imbuida de “buenismo pacifista” y hoy dispuesta a armarse hasta los dientes? Yo solamente pregunto. ¿No puede uno preguntar?
En un contexto de crisis migratorias, inteligencia artificial y relativismo ético, ¿qué herramientas específicas ofrece el humanismo cristiano para construir una sociedad más justa sin renunciar a sus principios?
Trataré de ir contestando punto por punto, aunque sin las matizaciones que a mí me hubiera gustado hacer.
Frente al gravísimo y acuciante problema suscitado por la crisis migratoria, el humanismo cristianismo propone la solución de acogida generosa, que debiera realizarse de forma justa y ordenada para que nadie saliera perdiendo y todos ganando y en el caso de que esto no fuera posible, cuando menos, exigir a los países ricos que ayuden a los países pobres, para que los ciudadanos que viven en situación desesperada no se vean condenados a tener que emigrar jugándose la vida.
En referencia a la inteligencia artificial, el humanismo cristiano estará siempre de parte de la naturaleza humana y nunca de la robotización del hombre por una elemental razón, cual es la de que no hacerlo así supondría enmendar la plana a Dios mismo.
Desde el punto de vista del humanismo cristiano, la Verdad con mayúscula, es la que nos hace libres, ella es el vínculo seguro de convivencia, que nos pone a salvo del subjetivismo y la voluntad caprichosa de los gobernantes
En cuanto al relativismo, no hace falta decir, que en nuestra sociedad posmoderna la opinión está bastante dividida. De una parte, tenemos a Gianni Vattimo, cristiano a su modo, que parte de dos dogmas indiscutibles asumidos por la sociedad posmoderna, uno es la sacralidad democrática y el otro el pluralismo a ultranza. En razón de ello, se ve obligado a combatir la Verdad absoluta y omnímoda como si fuera el enemigo público número uno y en esto, no me duelen prendas decirlo, resulta ser bastante coherente “el padre del pensamiento débil” por cuanto, en el caso de existir esa Verdad absoluta, alguien pudiera sentirse tentado de imponérsela a los demás y generar violencia, de aquí que solo el sujeto poseído por el relativismo se mostrará pacífico y condescendiente con todos, garantizando de este modo el pluralismo.
Algo parecido sucede con la “sacrosanta democracia”, que necesita del relativismo para hacer de “la verdad pactada” el verdadero instrumento de la actividad política, sin tener que someterse al imperio de la Verdad, obstaculizadora de cualquier iniciativa. Hasta aquí todo parece muy coherente, pero la cosa cambia cuando esos acuerdos no son posibles. Entonces, si no se recurre al siempre deleznable trapicheo ¿Qué otra forma puede haber de hacer prevalecer una opinión parlamentaria sobre la otra como no sea el “porque yo lo digo y tengo en mis manos el Boletín del Estado”? Esto, por ejemplo, es exactamente lo que ha sucedido con la ley de memoria histórica y la ley de memoria democrática. Al final te das cuenta que la teoría relativista del “todo vale” deja las manos libres al posible sátrapa de turno, para hacer lo que quiera. Así de simple.
Bajo la perspectiva del humanismo cristiano las cosas se ven de otra manera bien diferente. Desde el punto de vista del humanismo cristiano, la Verdad con mayúscula, es la que nos hace libres, ella es el vínculo seguro de convivencia, que nos pone a salvo del subjetivismo y la voluntad caprichosa de los gobernantes. “Después de la caída del marxismo, nos advierte Juan pablo II, existe hoy un riesgo no menos grave: la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia cualquier referencia moral segura” (Veritatis Splendor).
Etiquetas