DOM 26 TO, 10.25 . Grito de Jesús en la Cruz. El Cristianismo como grito (Eclo 35)

 La religión de la Biblia comienza con el grito de los hebreos de Egpto (Ex 2-3) y culmina con el de Jesús crucificado llamando y diciendo al Padre ¿por qué me has abandonado?

 Así lo destaca la primera lectura de este DOM 30 TO, que se resue así:  El Señor  escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repiten su queja; su grito alcanza las nubes; y hasta alcanzar a Dios no descansa;   (Eco 35, 12-14. 16-18) Imágenes A. Mahourrek, Via Crucis de Poio

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La religión no es sólo grito (como decía Dumery), sino que  es también contemplación de amor y ayuda al prójimo, paz de corazón, amor mutuo, esperanza de resurrección.... Pero también es un grito.

 Recuerdo muy el libro de Dumery La fe no es un grito, comentado por Juan  Juan M. Velasco, en una tesis memorable…

La religión no es sólo grito, es también razonamiento y mística, acción social y contemplación, liturgia y esperanza de resurrección… pero si no es también grito de los huérfanos, viudas y extranjeros que buscan y piden justicia y libertad no es religión de Cristo, que murió gritando a Dios en la Cruz.

Varias veces he comentado en RD y FB el tema del grito  de los huérfanos y extranjeros, de los oprimidos y  excluidos de la tierra que gritan a Dios como Cristo. Imágenes del Mosaico del Via-Crucis de Poio (A. Mahourrek).

 EL GRITO DE CRISTO EN LA CRUZ 

El SIGNIFICADO del CUADRO El Grito de Munch - Análisis DETALLADO

La razón fundamental de su condena fue militar como muestra el cartel de la sentencia: Falso Rey de los judíos, rey vencido» (Mc 15, 26; Jn 19, 19). La tradición sinóptica supone que Jesús había querido ocultar (o matizar) su condición mesiánica, por las ambigüedades que implicaba. Sin embargo,  al final de su carrera, él entró en Jerusalén como rey davídico y mantuvo firme su actitud, como hijo del rey de David, sin armas ni soldados, elevando su pretensión mesiánica al servicio de los pobres y excluidos de la sociedad.

 - Jesús, provocación humana.  Subió decidido a «forzar la ruptura», a provocar a las autoridades con una serie de acciones públicas que expresaran una pretensión real de tipo davídico (entrada en Jerusalén, purificación del templo). Su pretensión no era política en el sentido militar y nacionalista. Pero tenía elementos sociales y políticos que las autoridades entendieron principio de una guerra contra Roma. Ni Caifás sacerdote, ni Pilatos gobernador militar fueron injustos al matarle[1].

-Pilatos, seguridad imperial. La propuesta de Jesús, que condenaba el poder entendido como dominio sobre otros (cf. Lc 22, 25-27; Mc 10, 42-45), no concordaba con los métodos de Roma en Palestina, pues él había promovido un movimiento de reino al servicio de los desclasados (pobres, excluidos...), creando así una situación de riesgo en el frágil equilibrio político-religioso de Palestina. Respondiendo desde su orgullo superior, los romanos le mataron, como a un vil esclavo. Como funcionario de la legión romana, tenía que decidir entre Jesús o el Imperio. Lógicamente, optó por el imperio[2].  

       Jesús fue crucificado por orden del gobernador (procurador)  romano y la sentencia se cumplió en el Gólgota o Calvario (lugar de la calva: cráneo calvo-redondo, calavera), fuera de la puerta de la ciudad, fuera del templo, expulsado de la casa de Dios y de los hombres, como indican las palabras finales de Jesús: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado? (Sal 22, 2; Mc 15, 34). No ha muerto como un héroe, que perece luchando, sino como un esclavo, sin honor ni dignidad, expuesto en una cruz, abandonado, como signo de la humanidad entera[3].

El Nuevo Testamento ha destacado el sufrimiento/pasión de Jesús (cf. Heb 5, 7; Mc 14, 34; 15, 34-37; Lc 12, 50) y recoge en su pregunta (¿Por qué me has abandonado: Lema Sabaktani?Mc 15, 34),  la pregunta de muchos abandonados por un Dios de poder.

Muchos han interpretado el grito de pregunta de Jesús como invento de la iglesia (los crucificados se asfixian,  son incapaces de gritar). Otros lo han tomado como un signo apocalíptico, que expresa el fin del mundo (como en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc;  cf. también Mc 1, 11). En contra de eso, pensamos que ese grito constituye un recuerdo histórico: precisamente porque los crucificados no suelen gritar, la tradición cristiana ha conservado el recuerdo de ese grito, a pesar de los problemas que su contenido podía plantear a los creyentes.

La iglesia sabe que Jesús no ha muerto desesperado, pues de lo contrario caso no podría haber mantenido su recuerdo salvador. Pero sabe también que, en otro aspecto, su muerte en cruz ha sido un fracaso, un fracaso que es principio de la salvación. Un Jesús externamente victorioso debería haberse colocado en la línea de los vencedores del sistema, soldados y sacerdotes, ricos y fuertes, prepotentes.

Un Jesús triunfador no podría seguir siendo Mesías de los pobres, expulsados y asesinados, por quienes y con quienes ha proclamado e iniciado un camino de Reino. Sólo quien sabe perder puede amar de verdad a los demás y acompañarles. Los que quieren ganar siempre, teniendo razón, acaban siendo dictadores, al servicio del sistema. Desde ese fondo queremos evocar el grito de muerte de Jesús (pero a la hora nona grito Jesús con voz fuerte”: καὶ τῇ ἐνάτῃ ὥρᾳ ἐβόησεν ὁ Ἰησοῦς φωνῇ μεγάλῃ: Mc 15, 37): 

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-Algunos pensaron que estaba llamando a Elías, para que viniera y le ayudara (15, 35). Esta opinión se sitúa en la línea del mensaje de Jesús, que se había presentado en forma de profeta-Elías, pensando que el mismo Elías avalaba su obra profética (cf. Mc 6, 15 y 8, 28). Entendido así, este grito podría ser signo de fracaso: Llamó Jesús a Elías, y elías no vino. Pero este grito puede interpretarse también en sentido positivo: llamó a Elías y Elías vendrá, avalando la misión profética de Jesús.

-La iglesia ha escuchado en ese grito unas palabras dolientes del salterio (¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?: Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2), como llamada al Dios Padre, de cuyo seno ha nacido (Sal 22, 11: desde “tú” seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios), de manera que el referente principal de la agonía de Jesús no ha sido Elías, sino el mismo Dios, que le había ungido, diciéndole: ¡Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11). Ese Dios, de cuyo seno ha nacido, parece ahora abandonarle.  Por eso, él  le llama, elevando su última palabra, desde el mismo borde de su muerte[4].

Humanamente, Jesús ha muerto fracasado. Como a rey falso le han condenado, poniendo como “razón” de la condena un letrero que decía ¡Jesús el Nazoreo, Rey de los Judíos! Como rey derrotado y falso muere Jesús fuera de  su ciudad (cf. Mc 15, 26 par; Jn 19, 19),  condenado por los sacerdotes, llamando a Elías!  En contra de esos sacerdotes y de los que afirmar que Jesús murió llamado a Elías, Marcos  indica con toda claridad que Jesús murió, condenado por la ley de los sacerdotes, llamando a Dios y siendo acogido en silencio por el Dios verdadero, que se revela como vida/resurrección en la muerte  (cf. Fl 2, 6-11; Gal 2, 19).

 - Unos pueden pensar que la historia de Jesús ha sido un fracaso. Empezó poniéndose en camino como Elías, para ser verdadero Rey-Mesías, en la línea de David. Pero no ha logrado su intento: Le han condenado como a rey falso. Ha llamado a Elías desde la cruz, pero el Elías del fuego y la venganza no ha venido no ha venido[5].

Otros han descubierto precisamente en la cruz la presencia de Dios. En un nivel externo, Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin escuchar una respuesta en esta tierra. Con ellos muere Jesús. Eleva su grito y Dios calla. Llama y nadie la responde. Pues bien, los cristianos confiesan que Dios le ha respondido en un nivel de Pascua: ama a Jesús, le sostiene en la Cruz y le asiste, haciéndole capaz de entregar hasta el final la propia vida, sin deseo de venganza.  [6].

 GRITO DE JESÚS EN LA CRUZ.

Al contar así la historia de Dios, los evangelios han querido que nosotros discernamos, que sepamos escuchar la gran palabra del Calvario, en su dramatismo total, sin atenuantes piadosos. Jesús ha proclamado ante Dios, desde la Cruz, la palabra clave de la historia, la pregunta de Job, el lamento de los condenados, en el borde de la muerte, y su palabra puede escucharse de dos formas:

  •  ‒ Eloí, Eloi... ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34; Mt 27, 46).
  • ‒ ¡Padre! En tus manos encomiendo mi Espíritu (Lc 23, 46)

Marcos y Mateo citan Sal 22, 2: En nombre de todos los condenados, Jesús llama a Dios, presentándole su abandono y pidiéndole su ayuda, como en la plegaria de Getsemaní, pero no le llama “Padre”, sino “Dios mío”, como el salmo. Por el contrario, Lucas entiende la palabra de Jesús como una cita de Sal 31, 6, pero poniendo Padre en lugar de Dios y entendiendo la muerte de Jesús como gesto final de confianza del Hijo que se entrega, entregando su vida al Padre. Ambas fórmulas interpretan la muerte de Jesús desde la totalidad de su mensaje y de su historia:

‒ Marcos y Mateo la entienden como pregunta abierta a Dios. En un sentido, Jesús sabe que Dios no le ha respondido de un modo externo: No ha venido a instaurar el Reino con poder, no le ha liberado de la muerte en el Huerto del Monte de los Olivos, donde se había “retirado” para esperar su llamada. Sin este “abandono” externo de Dios (que expresa una presencia personal más honda) sin un descubrimiento nuevo de Dios, que es Padre de un modo más alto,  no puede entenderse el evangelio.  

‒ Lucas interpreta las palabras anteriores en forma de súplica filial: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu!». Al morir diciendo estas palabras, él asume la fe de los orantes de Israel, con la esperanza de los salmos, con la entrega de los fieles que han muerto poniendo su vida en manos de Dios, y viene a presentarse como el primero de todos los mártires, como el Hijo que “descansa” en la entraña amorosa del Padre, que puede acogerle en la resurrección.

 Así ha muerto Jesús. Desde un  plano de mundo (religiosidad cósmica o simple historia humana) el “abandono” externo que expresan Marcos y Matero podría  entenderse como signo radical de fracaso: Al final de su camino, muriendo como un proscrito, expulsado de la tierra y denigrado, Jesús parece un simple derrotado, pues el Reino no ha llegado (como decían los discípulos de Emaús: Lc 24, 21). Ha muerto y todo sigue igual: siguen muriendo con él y como él millones de personas. Al final, el grito del Calvario habría quedado sin respuesta.

Marcos y Mateo saben que Jesús ha muerto como pretendiente mesiánico, elevando una pregunta que nadie sobre el mundo podía, pero que ha sido respondida en la pascua de resurrección por Dios, que se revela plenamente como Padre. Todo nos permite suponer que aquellos que se ríen de su muerte tienen miedo y por miedo se burlan y dicen a Jesús que Dios le ha abandonado. Jesús no les responde, sino que pregunta a Dios (¿por qué…?): No le acusa, simplemente llama, y así muere.

Ha preguntado por Dios desde el dolor de la historia, desde su  fracaso mesiánico externo, y Dios no ha querido (podido) responderle forma externa, milagrosa, pues de hacerlo habría separado a Jesús de aquellos que mueren cada día sin respuesta, en circunstancias semejantes. Ha muerto como Hijo de Dios, en debilidad (sin triunfo externo), como ha visto y comprendido, de forma paradójica, el representante del poder y la violencia de este mundo, el Centurión ejército romano que preside y avala su muerte, diciendo: ¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios! (Mc 15, 39).

Los cristianos saben que esta pregunta y esta muerte de Jesús han sido el signo supremo de Dios, sabiendo también que una muerte como esta sólo tiene sentido si Dios Padre/Madre acoge en su Vida a los que así entregan la vida. Sólo si Dios es amor infinito (y no simple imposición sagrada), si es Padre Creador, por encima del sistema sacral de este mundo, podrá escuchar una palabra como la de Jesús y responder a ella, revelándose precisamente como el que Hace Ser (Yahvé), siendo Padre/Madre. Si fuera otra cosa (alma infinita, inmensidad del ser, espíritu eterno) sería innecesaria la pregunta de Jesús. Si Jesús es Hijo de Dios siendo hombre “real” en la historia real, condenado por los poderes del sistema, su pregunta necesita una respuesta y sólo Dios Padre podrá darla.

PABLO, LA TEOLOGÍA DEL GRITO (ROM 8)  

 Por tanto, hermanos, no somos deudores a la carne, para vivir según la carne, porque si vivís según la carne, habréis de morir; pero si matáis (si hacéis morir: thanatoute) por el Espíritu las obras de la carne, viviréis. Porque, los guiados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver al temor, sino que habéis recibido un espíritu de filiación, por el cual gritamos: ¡Abba, Padre! El mismo Espíritu testimonia a nuestro espíritu que somos hijos de Dios, y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si padecemos con él, para ser con él glorificados (Rom 8, 12-17).

Por un lado, estamos sometidos a la esclavitud de una vida frágil y vana (mataiotês: 8, 20). Pero en la raíz de nuestra vida más profunda somos libres y podemos clamar con el Espíritu, diciendo la palabra clave de nuestra libertad: ¡Abba, Padre! Ésta es la expresión radical de nuestra identidad, convertida en invocación gozosa, desde la alegría ya cumplida del banquete familiar, en la confianza de que nada ni nadie podrá destruir nuestra esperanza, quebrar nuestro futuro, borrar nuestro amor:

 Pues considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de compararse a la gloria que nos ha de ser revelada. Porque el anhelo de la creación aguarda ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. Pues la creación fue sometida a vanidad (mataiotês, palabra clave de Ecl 1, 2), no queriéndolo, sino por causa de aquel que la sometió, en esperanza; porque la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, para la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre hasta ahora dolores de parto(Rom 8, 18-22).

Pablo está programando el intento misionero más audaz del mundo antiguo. Piensa que la historia acaba y quiere dirigirse por Jerusalén y Roma hasta el fin de la tierra conocida (Hispania), para llevar al mundo entero el mensaje de la salvación. Está seguro de que Cristo resucitado viene, y quiere proclamar y preparar su venida en todas las regiones del orbe (cf. Rom 15, 22-33). Pero no está sólo, pues el Padre Dios no le abandona, sino que le ha ofrecido el Espíritu de su Hijo resucitado para que realizar su tarea dentro de un mundo en sufrimiento. 

En un plano, el mismo mundo sufre como madre en parto espera la liberación de los hijos de Dios, de manera que podríamos hablar de un Dios Padre y de una Creación-Madre doliente (en la línea de Filón de Alejandría). Pero, en otro plano, puede afirmarse que el mismo Padre sufre dolores de parto, y que él ha convertido a Pablo en mensajero de su dolor paterno/materno, que es dolor en esperanza. De esa forma emerge, desde el fondo de la historia vieja, la palabra nueva de la libertad, que nos abre hacia el futuro de la reconciliación completa. No es palabra de pura esperanza (como si estuviéramos vacíos), sino voz de llamada. El mismo Espíritu del Hijo de Dios, ya resucitado, habita en nosotros, haciéndonos capaces de elevar la oración suprema de la historia:

 Y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior, esperando ansiosos la filiación, la redención de nuestro cuerpo. Pues en esperanza hemos sido salvados, pero la esperanza que ve no es esperanza, pues ¿cómo esperar lo que vemos? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Y así, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede con gemidos indecibles; y aquel que escudriña los corazones sabe el sentir del Espíritu, pues intercede por los santos, según Dios (Rom 8, 23-27).

 Entre la creación cautiva y el Espíritu de plena libertad y filiación de Dios habitamos. Tenemos las primicias (la palabra fundante) de esa libertad: Sabemos gritar  Abba-Padre, pero seguimos cautivos, gimiendo desde el fondo de este mundo y aguardando la manifestación completa de nuestra esperanza: ¡La filiación! (huiothesia), ser hijos de Dios, de manera que él se muestre plenamente como Padre en nuestra vida, haciendo así que superemos la cárcel (orfandad y destierro) del mundo. Éste es el don del evangelio, ésta es la vía que debemos mantener abierta desde el Cristo: La Vía de la Filiación.

De esa forma, aquello que parecía voz final, respuesta a todos los problemas (¡tenemos un Padre, somos hijos!), se vuelve principio de un camino que lleva a la plenitud de la redención. Nuestra oración, animada por el Padre en el Espíritu, conduce con Jesús hacia la redención completa,  la manifestación de los hijos de Dios (Rom 8, 19), unidos a Jesús, portadores de su imagen (hijos de Dios), a fin de que él sea (se haga) primogénito (prôtotokos) de muchos hermanos (8, 29):

 Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? El que no se reservó (no perdonó) a su propio Hijo, sino que lo entregó en favor de todos nosotros ¿cómo no nos dará con él todas las cosas? (Rom 8, 31-32).

 de este pasaje aparece en otros testimonios fundamentales del Nuevo Testamento: «Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Éste es el centro del Nuevo Testamento, el origen del “cristianismo”: Dios ha regalado a los hombres su amor, les ha dado su propia vida que es el Hijo, mostrándose así como Padre verdadero, no sólo de Jesús, sino de todos.

Éste es un texto “peligroso” y muchos lo han entendido (y lo siguen entendiendo) en sentido sacrificial, como si Dios hubiera tenido que desplegar su ira contra de Jesús, hasta matarle, para quedar así saciado; así se mostraría el Dios sádico de ciertas tradiciones, que mata a sus propios hijos, como en el mito de Cronos/Saturno, para elevarse (por la muerte y por el miedo) sobre todo lo que existe. Pues bien, en contra de eso, para destacar el amor de Dios Padre, Pablo y Juan han invertido ese motivo, vinculando creación y salvación, como un drama de amor, que proviene del Padre Dios y se expresa en su Hijo Jesucristo, que es el signo y presencia suprema del amor.

No hay lucha entre ambos (Padre e Hijo), no hay violencia o victimismo, como a veces ha dicho tanto la teología protestante como la católica, suponiendo que Dios sólo se aplaca haciendo sufrir a Jesús o que ambos deben superar en la muerte sus diferencias internas, sino todo lo contrario: La Pascua de Jesús (todo el Nuevo Testamento) es la experiencia y mensaje del Dios-Amor (Padre) que se expresa y despliega por Jesús, amor encarnado.

El Nuevo Testamento no conoce ningún enfrentamiento intra-divino: Sabe que Dios ama a los hombres (como supone Gen 1) y añade que, en amor, les ha ofrecido lo más grande que tiene, la vida de su Hijo. Por eso, la entrega de Jesús (no se reservó a su Hijo, no le perdonó: es decir, le acompañó hasta el final) es la expresión suprema del amor del Padre, que se expresa en la entrega del propio Jesús, que no quiso mantenerse en un plano de superioridad triunfante, sino que regaló su vida en manos de Dios, a favor de los hombres (cf. Flp 2, 6-11).

NOTAS SOBRE EL GRTO DE JESÚS EN LA CRUZ

 Para UNOS Jesús era un profeta popular, un líder de masas. Ciertamente, él no era exrnamente peligroso, pero su movimiento, en un momento de entusiasmo popular como las fiestas de pascua, podía convertirse en rebelión armada. Lógicamente, le condenaron a muerte y lo hicieron con la ley en la mano.

 Desde un punto de vista humano, Pilatos tenía razón, pues como dirá Flavio Josefo, comentando la guerra del 67-70, Dios había dado su poder a Roma. Así lo entendieron los sacerdotes de Jerusalén, que se beneficiaban de los privilegios nacionales y sagrados, económicos y sociales que les concedía Roma, que  era tolerante, siempre que se aceptara su visión religiosa de la paz política, pero era implacable cuando estaba en peligro su imperio.

Jesús no muere luchando como Judas Macabeo, a quien muchos judíos posteriores glorificaron por su valentía y entrega militar a favor de la patria. Tampoco muere en un complot, asesinado por “traidores”, como Julio César, a quien “vengaron” sus partidarios, derrotando y matando a sus asesinos e instaurando en su nombre un imperio. Externamente, Jesús murió como un bandido legalmente ajusticiado. Sus seguidores dirán más tarde que murió como una víctima (para reconciliar a los hombres con Dios).

Cf.  G. Rossé,   MalditoIl grido di Gesù in croce Città Nuova, Roma, 1984; S. Zeni, la simbólica del grido nel vangelo di Marco, EDB, Bologna 2019. En un sentido “historicista” se podría afirmar que los testigos de la crucifixión de Jesús habían confundido la palabra “Eli” (Dios mío), pensando que en vez de decir Eli-yah (mi Dios es Yahvé) Jesús habría dicho  Eliya-ta (Elías ven).  Por otra parte, en sentido teológico, es posible que Marcos quisiera oponerse a la opinión de los que afirmaban que Jesús murió llamado a Elías, cuya figura le había venido acompañando en su ministerio  

La interpretación del grito puede reflejar una controversia entre seguidores y no seguidores de Jesús.Los cristianos tenderían a pensar que Jesús llamó a Dios, mientras que los no cristianos pensarían que llamó a Elías (que no vino a socorrerle).

El evangelio de Marcos recoge la interpretación de los que pensaron que murió llamando a Elías, sin rechazarla expresamente, pero mostrando que no llamaba a Elías sino a Dios.   La tradición cristiana no condena la opinión de los que dicen que ha invocado a Elías, pero interpreta el grito de Jesús como invocación a Dios, con las palabras del salmo 22, 1: “Díos mío, Dios mío….”. Éste es el contexto en que ellos sitúan la muerte de Jesús.Los sacerdotes han acusado a Jesús diciendo que Dios le ha abandonado (Mc 15, 29-32; Mt 27, 39-43). Jesús responde poniendo su vida en manos de Dios, manteniéndose en la prueba, sin morir desesperado. 

En línea de violencia, nos hubiera gustado que viniera lías vengador, matando con el rayo de su fuego a los culpables, desclavando a Jesús del madero y burlando a los verdugos (como ha creído la tradición musulmana)... Pero en ese caso seguiríamos en la violencia, conforme a la lógica de acción y reacción, de poder e imposición, del mundo viejo. En ese caso, todo el mensaje de Reino hubiera sido en vano. En un nivel de sistema, Dios calla.

En este contexto se sitúa la pregunta teológica suprema. Jesús no ha invocado a un Dios cósmico (filosófico), ni al Dios del Estado (en perspectiva romana), ni a la sacralidad del pueblo (ley judía), sino al Dios de los pobres, enfermos y excluidos, prostitutas y leprosos. 

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