"¿Dónde estaría hoy si no hubiese salido del pueblo rumbo a la Gran Manzana?" El ábside de Fuentidueña en Nueva York

El ábside de Fuentidueña en Nueva York
El ábside de Fuentidueña en Nueva York

"No hace mucho tiempo se publicaba en un diario castellano un artículo titulado ¿Qué hace un ábside segoviano en un museo de Nueva York?"

"Lo primero que se me vino a la mente al leer ese título fue: Por suerte, ESTÁ  allí, en la maravillosa sección medieval del Museo Metropolitano de Nueva (MET), en realidad un museo en sí mismo, conocido como The Cloisters (Los Claustros), lejos del MET central y en la parte más alta y al norte de Manhattan"

"Naturalmente, lamento que el ábside, y la reja, y las tumbas catalanas, y el altar zaragozano y las demás piezas españolas que se exhiben en The Cloisters no estén donde les correspondía estar"

"Y me felicito porque las leyes actuales españolas prohíban que se repitan situaciones como las que permitieron salir obras de arte que nunca debieron dejar nuestra patria"

No hace mucho tiempo se publicaba en un diario castellano un artículo titulado ¿Qué hace un ábside segoviano en un museo de Nueva York? Lo primero que se me vino a la mente al leer ese título fue: Por suerte, ESTÁ  allí, en la maravillosa sección medieval del Museo Metropolitano de Nueva (MET), en realidad un museo en sí mismo, conocido como The Cloisters (Los Claustros), lejos del MET central y en la parte más alta y al norte de Manhattan.

El multimillonario John D. Rockefeller donó el terreno para la construcción de The Cloisters y pagó la construcción del mismo sobre unos acantilado sobre el río Hudson, que discurre a los pies del Museo. Para que el ambiente fuera más realista, Rockefeller compró en el vecino estado de New Jersey, al otro lado del río,  todo el terreno que se ve desde el Museo y lo donó al Museo con la condición de que nunca se construyera nada allí, de forma que la vista desde las terrazas fuera de naturaleza pura. Y allí está hoy lo que podríamos considerar un enorme joyero con joyas de todo tipo llevadas de Europa (esculturas, claustros monacales, salas capitulares, ornamentos, pinturas, muebles, tapices, orfebrería…). Todo ello ambientado por música gregoriana o medieval y jardines monacales, lo que da al edificio una sensación de tranquilidad y paz imposible de encontrar entre los lejanos rascacielos de la ciudad.

Creemos. Crecemos. Contigo

Y, efectivamente, allí y maravillosamente restaurado, está el ábside la iglesia de San Martín de la localidad segoviana de Fuentidueña. Y también están allí las tumbas de los condes de Urgell; y un arco románico de piedra que, si mal no recuerdo, procede de Silos; y el retablo de alabastro de la capilla arzobispal de Zaragoza; y una sala de sólidos muebles de madera procedentes, casi seguro, de alguna sacristía castellana y decorada con preciosas cerámicas antiguas de Manises; y varias otras piezas de arte español.  Y, como demostración del cuidado y detalle con que se ha rodeado cada ‘joya’ del museo, en una ventana del ‘rincón español’ mencionado hay una vieja jaula con un pajarillo disecado dentro, que resulta ser un jilguero español, ave que no existe en Usalandia, pero que encaja perfectamente con el ambiente ibérico de la sala.

Crónica de un despojo: cómo el ábside románico segoviano de Fuentidueña  acabó en el Museo Metropolitano de Nueva York

Y haciéndoles compañía a las obras de arte españolas, cientos y cientos de piezas de todo tipo, todas ellas provenientes de la vieja Europa. No puedo menos de mencionar los famosos tapices franceses de La dama y la Caza del Unicornio, considerados entre los mejores del mundo y que, con harto dolor de los franceses, tienen en The Cloisters una sala exclusivamente dedicada a ellos.

He dicho al principio que, por suerte, el Ábside de Fuentidueña, está allí. Y allí es visto por miles y miles de personas que leen en la cartela descriptiva de la pieza el lugar de su procedencia. ¿Dónde estaría hoy si no hubiese salido del pueblo rumbo a la Gran Manzana? Posiblemente sería un montón de piedras, si es que no habían sido usadas para construir alguna tapia. Durante los largos años que he vivido en Nueva York, he llevado a The Cloisters a muchos visitantes españoles. No puedo olvidar la vez que llevé a un azafato de Aviaco, natural de Fuentidueña, a ver el Museo y la emoción que le causó ver la belleza del reconstruido ábside de su pueblo. Su comentario fue de un realismo inesperado: “!Y pensar las veces que todos los chicos de mi generación hemos meado contra esas piedras!”.

El ábside, salido legalmente de la España de 1957, sigue siendo propiedad española, en préstamo indefinido a cambio de las pinturas de la ermita soriana de San Baudelio de Berlanga que se exhiben en el Museo del Prado pero que, legalmente, son propiedad usamericana. Por cierto que, cuando se estudiaba ese intercambio, una de las obras de arte que ofreció el MET a cambio del ábside fue la magnífica reja de la catedral de Valladolid, por años guardada en un almacén neoyorkino y que ahora se exhibe en toda su gloria en dicho museo y es vista por millones de personas al cabo del año, mientras que, de haber permanecido tirada en el huerto donde se encontraba cuando se vendió en 1929 a peso y como chatarra por 500 pesetas, posiblemente no existiría en absoluto. Volviendo al ábside, la sala-capilla construida para alojarlo, se usa a menudo para conciertos de música gregoriana o simplemente medieval, convirtiéndose así el monumento español en un telón de fondo incomparable.

Naturalmente, lamento que el ábside, y la reja, y las tumbas catalanas, y el altar zaragozano y las demás piezas españolas que se exhiben en The Cloisters no estén donde les correspondía estar, pero, entre la posibilidad de que hubieran desaparecido por dejadez e ignorancia y la realidad de que están hoy día perfectamente valoradas, cuidadas y admiradas por millones de personas, me quedo con lo segundo. Y opino lo mismo de cuantas obras de arte de cualquier país europeo salieron de su tierra porque nadie las consideraba de interés en su patria. 

Los franceses darían cualquier cosa por recuperar los tapices mencionados, pero no debieran olvidar que, por algún tiempo, sirvieron en Francia para tapar montones de patatas en un almacén. Y los zaragozanos, guste o no, deberán recordar que el retablo mencionado, casi seguro obra de Forment, estuvo por años arrinconado en un rincón del claustro de La Seo zaragozana donde los monaguillos de turno se dedicaron a decapitar a los numerosos angelitos que lo decoraban. Y, finalmente,  celebro, animo y felicito a quienes intentan, como los autores del artículo citado, ‘historiar’ las obras de arte españolas que se encuentran en otros países, eso sí, exigiendo que se indique claramente de dónde provienen, al igual que me felicito porque las leyes actuales españolas prohíban que se repitan situaciones como las que permitieron salir obras de arte que nunca debieron dejar nuestra patria.

Ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña en EEUU (izquierda) y estado del resto de las ruinas del monumento que quedaron en Segovia

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