Comentario al Evangelio del 26º Domingo del Tiempo Ordinario Ojea: “el otro, y más si es pobre, es don de Dios”

Oscar Ojea, obispo emérito de San Isidro
Oscar Ojea, obispo emérito de San Isidro

“El significado profundo de la parábola es despreciar al pobre, es despreciar a Dios”

“Simplemente ahondando en la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que ella nos abre al prójimo y que el prójimo es un don de Dios”

En el 26º Domingo del Tiempo Ordinario, Mons. Oscar Ojea, obispo emérito de San Isidro, recuerda en su reflexión que “nos encontramos este domingo con el Evangelio del rico y el pobre Lázaro”. Analizando el texto, afirma que “el nombre Lázaro figura nombrado cinco veces en este Evangelio. Significa Dios ayuda. Lázaro tiene nombre, pero el rico, el nombre del rico no aparece, permanece invisible. Esto significa que este personaje del rico tiene poca sustancia, no tiene envergadura”, subrayando que “es tremenda esta historia”.

Epulón y Lázaro

Despreciar al pobre, es despreciar a Dios

“El Evangelio describe como este hombre rico se daba grandes banquetes. El pobre estaba en las escaleras de su casa deseando saciarse con lo que caía de la mesa del rico y no se la daban”, relata Ojea. Por otra parte, según el obispo, “con respecto a la vestimenta, se detiene el Evangelio en que el rico usaba riquísimos vestidos y el pobre Lázaro estaba cubierto de llagas y los perros iban a lamer sus llagas”. Para el obispo, “es un contraste tremendo, el rico pasa todos los días, entra y sale de su casa, pero no lo ve, no lo quiere ver, no se detiene. El significado profundo de la parábola es despreciar al pobre, es despreciar a Dios”.

Frente a eso, el obispo argentino enfatiza que “el otro, y más si es pobre, es don de Dios”. Según Ojea, “acá hay ignorancia. indiferencia, desconocimiento, falta de capacidad para detenernos frente al otro que es mi hermano. De alguna manera esta diferencia, esta distancia enorme que crea la falta de caridad, es decir, el corazón cerrado, porque en el fondo el rico vive en su mundo, en su mundo de imágenes, de banquetes, de relaciones. Este es el mundo en que vive. No puede salir de sí, no puede salir a la periferia, no puede ver la realidad. que lo envuelve”. Citando las palabras de San Pablo en la carta a Timoteo, recordó que “Nada trajimos a este mundo y nada nos vamos a llevar de él”.

Dos mundos que no se tocan

Para el obispo emérito de San Isidro, “cuando llega el momento de estar en la eternidad, ahí sí nos damos cuenta de que el rico era un hombre religioso que practicaba la religión, por lo menos lo llama Abraham padre: ´Padre Abraham, decile a Lázaro que moje por lo menos con un poquito de agua la punta de mi lengua´. Es decir, todo se da vuelta y, sin embargo, estos mundos permanecen cerrados”. En esa perspectiva, señala que “hay tal obstinación en haber cerrado el corazón que entonces se abre la eternidad en dos estadios que no se tocan, que no se pueden tocar: ‘Padre, avísales a mis hermanos, a mis familiares, para que cambien de conducta’”, a lo que responde: “tienen la Palabra de Dios, tienen a Moisés y a los profetas”.

Simplemente ahondando en la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que ella nos abre al prójimo y que el prójimo es un don de Dios”, subrayó Ojea. Recordó nuevamente que “es tremenda la parábola que nos presenta Jesús”. Eso porque “es una parábola que nos llama a convertir el corazón, que nos llama a prestar atención a estas situaciones que tantas veces nos desagradan y miramos para otro lado”. Finalmente, el obispo argentino pidió que “el Señor nos enseñe a mirar la realidad, a no huir, y después a ver qué podemos hacer con ella, pero no ignorarla, no mirar para otro lado”.

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