Dejarse lavar los pies

Jesús se levanta de la mesa se quita sus vestidos, se ciñe una toalla, hecha agua en un balde y empieza a lavar los pies de sus discípulos como si fuera un esclavo.
Los apóstoles se dejan, quizás atónitos del gesto de Jesús, pero al llegar a Pedro, el apóstol que respondió acertadamente a la pregunta de Jesús,“¿quién dicen que soy yo?” protesta, no quiere que Jesús, su Maestro le lave los pies. El pobre Pedro pensaba que era roca y al cabo de pocas horas lo niega tres veces, Jesús le dice: “Si no quieres que te lave los pies no tendrás nada que ver conmigo”.Hay que dejarse lavar por Jesús para participar de la vida que Él nos ofrece.
El lavatorio de los pies en la Última Cena no es presentarse uno de rodillas ante un tribunal para pedir la absolución de sus culpas, es Cristo el que se arrodilla ante mí, se abaja más hondo que mis propios pecados para acogerlos y lavarlos.
Jesús nos dice que debemos aceptar su humillación para tener parte en su Reino. En el sacramento de la Reconciliación tengo que aceptar que Él se abaje para que yo pueda levantarme purificado. Cristo no ha venido para juzgar sino para salvar.
Después de esta escena Jesús se reviste de nuevo y se sienta en la mesa y les dice: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor y hacéis bien porque lo soy. Pues si yo el Señor y Maestro os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.
La lección sublime de Jesús nos estimula para que nosotros nos sintamos empujados a la misericordia y al perdón con sencillez y humildad. El anonadamiento es la clave para el auténtico amor fraterno.Texto: Hna. María Nuria Gaza.