Exigencia y alegría

La vida comunitaria es una fuente de alegría para quien no sueña en sacar provecho de ella sino para aquél o aquellos que quieren entregarse totalmente.

Todos los que nos hemos comprometido en un camino de fraternidad, sabemos que la vida común no puede funcionar si no se paga el precio de vivir olvidado de si mismo. Es un entregarse a los demás sin esperar recompensa. Ésta la recibes de tener la conciencia de saber que has hecho lo que debías hacer. Nuestra felicidad estriba en hacer felices a los demás.

Esto conlleva exigencia y renunciar a tus propios gustos, a lo que te gustaría hacer para hacer aquello que a los otros agrada. Es un despojarse, es un acto de pobreza total. En resumidas cuentas es imitar a Jesús que no vino para hacer su voluntad sino la del Padre. Es un morir a si mismo para dar vida y en este dar vida encuentras el camino de la verdadera felicidad.

Y esto vale no sólo para los religiosos que nos hemos comprometido a vivir comunitariamente sino en cualquier estado que hayamos elegido especialmente los que han elegido el matrimonio. Uno se debe al otro. El uno tiene que mirar por la felicidad del otro, y cuando llegan los hijos hay que mirar por el bien de todos.

Al final de nuestra jornada cuando repasamos lo vivido durante el día sentimos una gran alegría si lo hemos pasado pensando en los demás. Texto: Hna. María Nuria Gaza.Foto: Sor Gemma Morató.
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