Es significativo que la parábola del juicio final, en el evangelio de Mateo, venga justamente antes del relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. O sea, que
no puedo separar mi comportamiento hacia mis hermanos de la atención al Cristo sufriente y resucitado.
Hoy, podría girar la pregunta del Juez, con una respuesta de su parte y una pregunta que yo le dirijo:
“¿Señor cuando me viste desnuda, hambrienta encarcelada?”. Y él me podría responder: “Lo tengo bien presente, cuantas veces estabas lejos de mi, envuelta en tus faltas, te encontrabas encarcelada por los lazos que tiende el pecado.
Estabas lejos, hambrienta y sedienta en busca del que podía saciarte pero lo buscabas donde no se puede calmar ni el hambre ni la sed. Yo te tendí la mano y dije: ‘Levántate’.”
A mi turno y a imitación suya, d
ebo ser misericordiosa con aquellos que me rodean y que se encuentran atados por los lazos del mal e intentar arrancarlos de sus ataduras físicas o espirituales. Porque fuera de Él no hay felicidad sino tristeza, frío y prisión.
Señor, el amor hacia los hombres te llevó a librarte primero en la Eucaristía y luego en la Cruz.
Enséñame, Señor Jesús, a vivir entregada a ti y a los hermanos y a darte siempre gracias por el don de tu amor infinito.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.