Un Señor jubilado me contó que parte de su tiempo libre lo dedicaba a visitar enfermos en los hospitales.
Entre los que visitaba se encontraba un joven, un bala perdida, que bien lo hubieran podido designar el hijo pródigo de la parábola del evangelio de San Lucas. Poco tiempo de vida le quedaba por delante. Con él trabó una gran amistad. Tenían largas conversaciones y luego compartían un tiempo de oración. Un día el visitante le preguntó a boca jarro si se culpabilizaba de sus errores. El joven le respondió:
“Tengo plena conciencia de lo que he hecho y cada día digo a Cristo: ‘Tú has venido a llevar el pecado del mundo sobre tus espaldas’. Entonces yo pongo mi historia a los pies de la cruz de Jesús”.
La respuesta de aquel enfermo dejó atónito al visitante.Me pregunto: ¿Qué pecado voy a poner hoy a los pies de la cruz de Jesús? Antes de la comunión el sacerdote mostrando el cuerpo de Cristo dice: He aquí el que quita el pecado del mundo y la asamblea responde: Señor yo no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme. La simple petición implorando su misericordia puede abrir un caudal infinito de gracias.
¿Me atrevo a pedirle con humildad que ponga su mirada misericordiosa sobre mí?Texto: Hna. María Nuria Gaza.