Vestido

El Padre Lev Gillet, que escribe con el seudónimo de "Un Monje de la Iglesia de Oriente", tiene un capítulo de sus pequeños y sustanciosos libros, denominado "Cristo, mi vestido". Muchas veces pienso en los escritos de este genial hombre que me ayudan tanto a rezar.

El vestido es una palabra que encontramos con frecuencia en la Escritura. Ya en las primeras páginas del Génesis encontramos que cuando Adán y Eva se dan cuenta que van desnudos y oyen a Dios que se pasea por el jardín, se esconden. Ellos se habían cosido unas hojas de higuera para cubrir su vergüenza, pero este precario vestido les sirve de poco para presentarse ante Dios. Y Dios que es Padre se compadece de ellos y les da un vestido más sólido para cubrir su desnudez. Sí, ante Dios no sirven nuestras artimañas para aparentar lo que no somos: Todo es claro y transparente ante su presencia.

Al pasar páginas de la Biblia me encuentro con esta frase: "Me has vestido con un vestido de fiesta". Por el bautismo hemos recibido el traje de fiesta más hermoso que nos podían regalar: Ser hijos de Dios. Pero recibir este vestido tiene sus exigencias porque en la parábola de los convidados al banquete, el que no entró con el vestido de fiesta fue echado fuera.

Por otra parte, Dios no queda ajeno de los que arrepentidos de sus descarríos vuelven a él. Tenemos un magnífico ejemplo de esta realidad en la parábola del hijo pródigo. El padre, de este hijo por un tiempo descarriado, hace traer el mejor vestido para el hijo que regresa a su casa. De esta forma cubre su anterior pobreza con la riqueza de un magnífico vestido y éste queda rehabilitado: "Ya no me acordaré más de sus pecados".

Al llegar al fin de de sus días, Jesús nos da un signo de su completo despojo. Antes de ser clavado a la cruz le arrebatan su túnica inconsútil, su cuerpo queda al descubierto. Este gesto me lleva a pensar que al quedar despojado de sus vestiduras, Jesús nos ganó conservar el que recibimos en nuestro bautismo. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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