Ya en el Antiguo Testamento el justo se preguntaba como era posible que a los desalmados les fueran tan bien sus asuntos. Esto es lo que comenta gráficamente el salmo 72.
Para los injustos “no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan fatigas humanas ni sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo, y los cubre un vestido de violencia; de las carnes les rezuma la maldad. El corazón les rebosa de malas ideas insultan y hablan mal, y desde lo alto amenazan con la opresión. Su boca se atreve con el cielo y su lengua recorre la tierra" (v. 4-9).
Ciertamente es una descripción perfecta del hombre sin escrúpulos que sólo mira para sí sin tener en cuenta a los demás. Es lo que se dice de la persona que no teme ni a Dios ni al diablo. Es la personificación del que se ha dejado envolver completamente por el Maligno y está dominado por él.
Por esta razón el pobre, el humilde, el justo viendo como prospera el malvado se ve tentado a hacer otro tanto, puesto que se ve oprimido y tratado injustamente por la fuerza del perverso: “Pero yo por poco doy un paso en falso, casi resbalaron mis pies porque envidiaba a los injustos viendo como prosperaban” (v. 3-4).
Es una reacción humana la de querer seguir el modo de actuar de los malvados al comprobar que todo les va viento en popa. Pero el Señor que conoce a cada uno mejor que uno mismo, pone en guardia al honrado contra esta tentación: “¿No te tengo a ti a en el cielo? Y contigo, ¿Qué me importa la tierra?” (v 25).
Esta reacción del salmista parece la reacción de un cristiano convencido; esta debe ser nuestra reacción si nos tildamos de seguidores de Cristo. No es cosa fácil. Se requiere un gran convencimiento de que en este mundo estamos de paso y que en nuestro camino encontraremos dificultades, contratiempos, en una palabra: Cruz. Pero Jesús nos ha dicho que Él es el camino, caminemos pues por su camino y no por otros caminos. La serenidad que da vivir honradamente es mejor que muchas riquezas mal adquiridas. Texto: Hna. María Nuria Gaza.