El padre misericordioso

Hijo pródigo
En la parábola del hijo pródigo, en realidad es el padre que es pródigo y el hijo llamado pródigo lo podríamos llamar el hijo truhán (Lc 15, 1-3.11-32). En la primera parte de la parábola es este hijo el que habla: “Dame la parte de la herencia que me toca”. El padre no dice absolutamente nada y le entregó la fortuna. Este hijo no supo apreciar de todo cuanto gozaba en la casa del padre. Quiso hacer nuevas experiencias y se fue lejos.

Al principio se lo pasó bien malbaratando la herencia hasta el último céntimo. Cuando ya no tenía nada, vino por aquellas tierras un hambre terrible y empezó a pasar hambre hasta el punto de contratarse a cuidar cerdos, el animal impuro para todo judío, era caer en lo más bajo y humillante y deseaba comer las algarrobas que comían los cerdos. Ahí el joven empezó a pensar: “En casa de mi padre los jornaleros tienen abundancia de pan. Iré pues a la casa de mi padre y le diré que me reciba como un jornalero más”.Fue el hambre de pan lo que le hizo pensar en la casa de su padre. Un pensamiento bien interesado. Preparó un discurso para recitar a su padre y tomó el camino de regreso.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovieron sus entrañas y echó a correr, es el padre que corre, el anciano al encuentro del joven. Lo estrechó entre sus brazos y lo cubrió de besos. El hijo soltó su discurso, más el padre no atendía a las palabras del hijo sino que mandó sacar el mejor vestido, ponerle el anillo al dedo, símbolo de autoridad y sandalias a los pies, símbolo de libertad, el esclavo iba descalzo. Hizo matar la mejor res del establo y se hizo una gran fiesta en la que no faltaba nada. Pienso que el hijo menor al ver tantos detalles de amor de su padre que no hace reproches sino todo lo contrario, también se le debieron conmover sus entrañas y supo apreciar el amor infinito de su padre.

En este año del Jubileo de la Misericordia, este evangelio es muy significativo: Dios respeta la libertad que ha dado al hombre. Éste puede emplearla para el bien y para el mal. En este último caso, Dios espera con impaciencia nuestro regreso. Cuando lo hacemos, nada de reproches, vuelca su amor sobre el arrepentido y este amor nos hace saborear la infinita bondad del Padre.

Pero la parábola tiene una segunda parte: la del hijo mayor, parece el bueno de la película o mejor dicho él se lo cree: Nunca ha dejado de cumplir una orden de su padre. Y resulta que ahora hace grandes festejos por el hijo disoluto que regresa sin un céntimo en el bolsillo, todo lo ha malgastado. Está furioso, no quiere entrar a la fiesta ni tan siquiera lo reconoce como hermano y el padre tiene que salir para mirar de convencer al hijo perfecto. ¡Ay de los que se creen mejores!Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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