Carta a Raúl Castro

Hermano y compañero: dieron la vuelta al mundo tus palabras tras la entrevista con Francisco obispo de Roma: “si este papa sigue así, volveré a rezar y regreso a la Iglesia católica”…

¡Hombre Raúl! Ser o no ser cristiano es una decisión muy honda que no puede depender de que me caiga bien una persona, por muy papa que sea. Esa decisión tiene que ver con la gran pregunta que nos constituye como seres humanos: la pregunta por el sentido y la meta de esta historia y de nuestras vidas en ella. Francisco dijo hace poco que, ante esa pregunta, el evangelio es la mejor oferta que se nos ha hecho. Comparto esa opinión aunque puedo comprender (yo que me he jugado la vida en la aceptación de esa oferta), que haya personas que no se deciden a aceptarla, por las razones que sea. Pero me cuesta comprender que la respuesta a pregunta tan seria pueda depender de que me caigan bien o mal (o me sienta más o menos identificado con) algunos portadores de ese mensaje.

Eso sería confundir el mensaje con el mensajero, en lugar de encararnos con ese mensaje desde el fondo de nuestro ser. Te aclaro esto porque no eres el único que ha dicho algo parecido en estos días: conozco otros casos, algunos provenientes también del campo de la política. Y sospecho igualmente que otros sedicentes católicos de la órbita de “Wall Street”, puedan acabar dejando la fe porque les cae mal este papa “comunista”.

Pero, hecha esta aclaración, tus palabras me ayudan a comprender algo muy serio: hasta qué punto el Dios revelado en Jesucristo se ha hecho dependiente de nosotros, dejando en nuestras pobres manos humanas todo el empeño puesto en la creación de este mundo y esta historia. Esa debilidad de Dios que los cristianos profesamos, y que es el reverso de su amor a nosotros y de la grandeza de nuestra libertad, me ha resultado siempre sobrecogedora.

Historiadores del primer cristianismo explican que muchas conversiones se debieron al impacto de la coherencia, el cariño y la confianza generadas por los primeros evangelizadores. A la vez, la historia bíblica no se cansa de testificar cuántas veces el pueblo elegido por Dios le falla y deja su Nombre en evidencia, en lugar de “santificarlo”. Y Jesús reaccionaba irritado cuando constataba que ese Nombre de Dios era manipulado y “tomado en vano” por quienes lo usaban en provecho propio y no en provecho de los hombres: aunque haga tiempo que no “vas a Misa”, quizá te suenen aún aquellas palabras de los evangelios: “¡ay de vosotros, hipócritas!”. La historia de la iglesia posterior, junto a paginas admirables de fidelidad y generosidad evangélicas, está plagada de abusos del Nombre de Dios en provecho de la casta clerical o sus representantes que, contradiciendo al Maestro, gustan de ser llamados padres y maestros, “devoran con sus rezos la hacienda de las viudas” (Mt 23,14) y sostienen que el hombre ha sido hecho para “lo sagrado” y no lo sagrado para el hombre.

En este sentido agradezco tus declaraciones. No conocerás la frase de un gran teólogo alemán: “si el carrusel de la política se moviera según el evangelio, giraría más bien hacia la izquierda”. En cambio, las grandes fortunas del mundo han hecho muchas veces de la religión una excusa con que tranquilizar sus conciencias y tapar sus vergüenzas económicas; han cerrado la boca a la Iglesia con sus calderillas (20 millones de limosna a Caritas, por un señor cuya fortuna ronda los 40.000 millones), y la Iglesia no supo comportarse frente a ellos como reclaman los evangelios y el Nuevo Testamento.

Por eso me alegró mucho que Francisco mediara para solucionar el conflicto de Cuba con el imperio, deseo que desaparezca ese bloqueo injusto que ha ahogado durante tantos años a tu país (y que sucedió a la otra criminal -y fracasada- invasión de la bahía de Cochinos). Pero quiero recordarte dos cosas: para un cristiano la justicia sólo es auténtica cuando brota de la libertad y no de la imposición, porque la imposición sólo nos hace reprimidos y fariseos. Y además, el amigo Marx dijo lúcidamente que es imposible la revolución en un solo país.

Si esto era así en su tiempo, cuando más en el nuestro. Por eso, empeñarse voluntaristamente por hacer la revolución en un solo país puede acabar imponiendo al pueblo una cantidad de privaciones y sacrificios, contrarios a lo que la revolución pretendía. Tú mismo dijiste, a poco de suceder a tu hermano, que la economía de Cuba no funcionaba. Déjame comentar que no podía funcionar en el marco de relaciones mundiales actual.

Sé que esto hace las cosas más difíciles. Pero, desde mi fe en Jesucristo, no les quita valor ni sentido. Deseo pues que tu país sepa ir dando pasos hacia esa difícil armonía de las bienaventuranzas evangélicas: misericordia y hambre de justicia. Sabemos todas las tentaciones que eso tiene por delante: al camino de lo fácil, el protagonismo, la prostitución (no sólo de la mujer sino de la libertad)… Pero la historia no se acaba con nosotros. Un abrazo.
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