El Corpus del año 2¡!11

Quien conozca la novela de Haruki Murakami (1Q84), recordará que poco a poco van apareciendo dos tiempos, dos lunas en el horizonte y dos realidades en la vida de la protagonista: la del año 1984 en que transcurre la acción; y otra paralela que coexiste con ella, donde el 9 del tiempo real se ha convertido en una especie de Q que, en escritura japonesa, sugiere desgracia. Voy a contar un relato que transcurre también en otro tiempo de ésos virtuales (¿o quizá más reales?), donde el cero de nuestro 2011 se ve sustituido por otro signo que, en este caso, no significa desgracia sino admiración, belleza y maravilla. Tras esta aclaración, podemos comenzar.

Corría el año 2¡!11 cuando, al acercarse la fiesta cristiana del Corpus, el presidente de la conferencia episcopal y de la Confederación de religiosos, se dirigieron a todas las autoridades de la iglesia española, más o menos con estas palabras:

“La fiesta de la eucaristía (la presencia material y escondida de Cristo entre nosotros) coincide con la cifra de casi cinco millones de parados: más de un millón de familias donde ningún miembro tiene ingreso alguno. Como bien dicen los periodistas, más allá de las cifras abstractas hay rostros humanos concretos, personas, tragedias y desesperaciones que, para un cristiano, se convierten en presencias sacramentales del Señor que dijo: “cuanto hagáis (o dejéis de hacer) a uno de mis hermanos sufrientes, me lo hacéis a Mí”. Con estos datos, nuestra fe sería un embuste si no dirigimos nuestra veneración y nuestro culto a esos rostros anónimos y sacramentales de Cristo.

No dispone de muchos bienes la Iglesia: nuestros sueldos son modestos, nuestras Cáritas andan totalmente desbordadas, diócesis y órdenes religiosas tienen una pirámide de edades invertida y han de atender a un número llamativo de ancianos y enfermos. Pero, incluso en estas condiciones, la Iglesia puede disponer de algunos tesoros dedicados habitualmente al culto.

No cabe duda de que el mayor culto que podemos dar a Dios es el amor a nuestros hermanos: “no necesito vuestras ofrendas -dice el Señor-; el culto que yo quiero es éste: parte tu pan con el hambriento, abre tu casa al cansado” (Is 58)… Juan Pablo II nos mandó que, “ante casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario: podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, vestido y casa a quien carece de ello” (SRS 31). No tendría sentido beatificar a gentes a las que nosotros no estamos dispuestos a hacer ningún caso.

Por eso decidimos que se haga una valoración de todos esos adornos y objetos preciosos de culto que posee nuestra iglesia (la custodia de Toledo, las entradas de La Sagrada Familia, los vasos y candelabros de oro y plata que llenan nuestra iglesias…). Y que se consulte a un grupo de expertos sobre el modo más eficaz de enajenar esos objetos para servicio de los pobres (ventas, subastas, avales para hipotecas, capitalización para microcréditos, inversiones en puestos de trabajo …).

No nos toca a nosotros dilucidar cuál es el camino mejor para que llegue a los pobres lo que la iglesia posee; pero sí debemos recordar el mandato del Maestro: “una cosa te falta; vende lo que tienes y dalo a los pobres”. No queremos retirarnos entristecidos ante estas palabras, no sea que incurramos en los duros reproches del Señor al joven que reaccionó de ese modo.

Proponemos también, para hacer más comprensible el significado de esa decisión, que este año, en todos los lugares donde se celebren procesiones de Corpus, no sea llevado el Santísimo en custodias de oro, sino en modestos recipientes como los que debieron usarse en la Cena del Señor. Y que bajo palio, junto con el presbítero o párroco de cada lugar, lleve el sacramento alguna persona o familia que sean miembros de ese colectivo de parados, crucificados por un sistema económico montado sobre la codicia. Así percibirán los fieles la inseparabilidad entre la presencia del Señor en el sacramento y en las víctimas de nuestra historia.

En la trágica situación que vivimos, queremos terminar recordando a esos cinco millones de indigentes, un principio fundamental de la moral cristiana. Irritará a muchos; pero la Iglesia no debe silenciar la ley de Dios sólo porque sea molesta. La moral católica ha enseñado siempre que, “en casos de extrema necesidad, todas las cosas son comunes” y, por tanto, quienes estén verdaderamente en esas situaciones extremas, no pecan si se apropian de algo que necesitan y que, jurídicamente hablando, no será suyo, pero lo es moralmente hablando. Correrán sin duda el riesgo de un castigo legal (de ésos que suelen ser mucho más duros con los pequeños que con los grandes delincuentes). Pero la Iglesia tiene el deber de decirles que no incurren en ninguna falta moral”...

Repito para terminar: todo eso ocurrió en el Corpus del año 2¡!11, no en el del 2011.
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