" Dios no impone a su Iglesia ningún tipo de organización; le impone una misión" Eucaristía y sinodalidad: pensando en el próximo sínodo

Conozca el ABC del 'Instrumentum Laboris' del Sínodo de la Sinodalidad
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Este artículo, por su extensión y su tono académico sería más propio de una revista. Pero entonces aparecería hacia diciembre, cuando el sínodo esté ya cerrado. La única forma de anticiparse al sínodo (del 4 al 29 de octubre) es colgarlo “en línea” y quien pueda y quiera, mire a ver si le sirve

Dios no impone a su Iglesia una determinada organización sino solo una misión. Y la configuración de la Iglesia debe ser solo la más apta para la evangelización de cada momento histórico

Aquel “todos, todos, todos” que gritaba Francisco en Lisboa cuando la JMJ, no es solo una misión para la Iglesia sino también una sugerencia para la sociedad que se considera democrática

La fuente de unidad ¿es la autoridad o la eucaristía?

Parece que uno de los objetivos de este sínodo es buscar “un ejercicio más participativo del poder” con escucha, discernimientos y demás. Si no recuerdo mal, el amigo Jesús Martínez evocaba hace poco por estas pantallas una vieja discusión del gran Congar, sobre si en Mt 16 había que leer que el poder que da Cristo a Pedro pasa de Pedro a la Iglesia o de Pedro al papa… Quisiera añadir ahora otro elemento de reflexión sobre este tema que es el recurso a la historia.

 Estructuras sociales y configuración de la Iglesia

En contra de lo que podríamos pensar la Iglesia no se ha ido estructurando solo a partir de sus textos fundacionales (que admiten varias exégesis posibles) sino también (¿y sobre todo?) a partir de la estructura social del mundo en que vivía. De ahí parece seguirse que Dios no impone a su Iglesia una determinada organización sino solo una misión. Y la configuración de la Iglesia debe ser solo la más apta para la evangelización de cada momento histórico.

Se sorprenderán algunos de saber que, allá por el siglo XVI, gentes como san Roberto Belarmino argumentaban así: “la mejor organización de la sociedad es la monarquía (así pensaban los sociólogos de la época). Por eso Dios ha querido una monarquía para su Iglesia”. Pero hay que añadir que este modo de argumentar no es moderno sino que ha marcado las distintas épocas de nuestra historia.

Primeros cristianos
Primeros cristianos

La iglesia de los primeros siglos copió infinidad de rasgos de la sociedad de entonces (circunscripciones del imperio romano y demás) para irse organizando. El imperio romano había configurado la mentalidad de infinidad de seres humanos, cristianos o no: tanto que Agustín sufre la caída del imperio como si fuera a ser el fin de la Iglesia. No sorprenderá pues que, con Carlomagno, creyeran muchos que el cristianismo estaba salvado (el cristianismo ¡y la sociedad!). Pero hoy todavía pesa en la Iglesia la hipoteca carolingia.

La historia permite ver además que, en esta asunción de las estructuras sociales de cada hora histórica, hay casos en que la Iglesia se distancia de ellas (como fue la elección de los obispos en el primer cristianismo), hay casos en que la Iglesia se adapta sin problemas y casos en que la Iglesia se acomoda tanto que se aparta del evangelio.

La historia permite ver además que, en esta asunción de las estructuras sociales de cada hora histórica, hay casos en que la Iglesia se distancia de ellas (como fue la elección de los obispos en el primer cristianismo), hay casos en que la Iglesia se adapta sin problemas y casos en que la Iglesia se acomoda tanto que se aparta del evangelio

Como muestra el libro de los Hechos, la iglesia primitiva que comienza a crecer, no tiene ningún criterio fijo de estructuración. Aunque a mí me enseñaron que, en aquellos cuarenta días después de la resurrección, Jesús les fue enseñando cómo tenían que organizarse…, hasta llegar la iglesia de Pío IX. Pero no fue así. El primer cristianismo recurrió entonces, para estructurarse, al Antiguo Testamento (cosa que tiene cierta lógica); y copió o asumió de él estructuras y modos de ver. Así fue cómo el ministerio eclesial fue asimilado a los antiguos sacerdotes veterotestamentarios, ahora más libremente y sin ser solo de una tribu. A través de esa asimilación, el presbiterado acabó convirtiéndose en un “sacerdocio” de la nueva alianza, contraviniendo así al Nuevo Testamento que (como es ya sabido) nunca llama sacerdotes a los servidores de la Iglesia; y lo justifica además en la carta a los hebreos.

Frescos de las primeras comunidades en las Catacumbas de San Calixto, en Roma
Frescos de las primeras comunidades en las Catacumbas de San Calixto, en Roma

Misión de la Iglesia

Por rápida que sea, esta panorámica nos puede ayudar a comprender que, en los afanes citados al principio, a propósito del nuevo sínodo, entra un factor fundamental que no es directamente evangélico sino sociológico: nosotros vivimos en sociedades democráticas y creemos que la democracia es la manera mejor de estructurar una sociedad. Si la Iglesia ha de evangelizar en una sociedad que valora la democracia, no puede causar el escándalo de presentarse como monarquía absoluta o algo parecido.

Este detalle es el que, a la vez, nos impone una obligación pero nos da una gran libertad: la iglesia habrá de ser a la vez “inculturada” (democrática) y crítica (propuesta alternativa). Porque ni la democracia es, sin más, el sistema ideal, ni nuestras democracias son perfectas como tales: están llenas de diferencias profundamente antifraternas, de sometimiento a otros poderes anónimos (por lo general de índole económica) y de marginación de verdades y valores que son aún minoritarios.

Liderazgo de mujeres en la Iglesia primitiva
Liderazgo de mujeres en la Iglesia primitiva

Así se fundamenta y se comprende la tesis antes dicha: Dios no impone a su Iglesia ningún tipo de organización; le impone una misión. Y toca a la lglesia organizarse del modo más apto para cumplir esa misión. Eso implica, como tarea para este sínodo, un camino que sea a la vez de inculturación democrática y de instancia alternativa.

Actual y alternativa

En el primer campo tenemos temas como la elección de los obispos y la igualdad varón-mujer. En el segundo la Iglesia debe tener en cuenta que en nuestras democracias tan desigualitarias hay algo profundamente antidemocrático. La palabra pueblo no pude sin más referirse a todos sino, primariamente, a los excluidos de esta sociedad que, de lo contrario, quedan fuera de ese pueblo. Además la Iglesia no busca resolver sus problemas por un criterio de mayorías contra minorías, sino por el consenso en el que todos ceden algo pero se llega a una postura unánime (como intenta enseñar el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles). Y finalmente la Iglesia tampoco puede estar sometida a poderes fácticos económicos (como podría ser, en nuestro caso, la supremacía de las iglesias ricas)…

Pueblo de Dios, un poliedro para armar con todos
Pueblo de Dios, un poliedro para armar con todos

También la historia puede mostrar cómo la Iglesia, a la vez que adaptada a las diversas situaciones históricas, ha tenido ante ellas algo de instancia alternativa. En otro lugar cité antaño el comentario del emperador Alejando Severo (s. III) quejándose del descontento del pueblo porque veían que (en la iglesia) los cristianos se nombraban ellos a sus obispos, mientras que en el imperio no se hacía eso para los gobernadores[1]. Igual de llamativo es que, en plena mentalidad imperial, proclamara la Iglesia aquel principio, hoy ya universal: “lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos”. Un principio minuciosamente estudiado por Y. Congar[2], y que san Bernardo esgrimió a propósito de un conflicto provocado, si mal no recuerdo, por el nombramiento de un obispo: “habría que haber escrito a todos ya que el asunto afecta a todos”.

Vigencia de la utopía pese a ser utopía

Ese principio nunca se cumplirá a la perfección: pues siempre hay algunos que, o se desentienden de ese deber, o consideran inconscientemente que “todos” somos en realidad mi grupo y yo porque somos (o nos creemos) los mejores… Pero aun así, marca la dirección en que debe caminar la Iglesia. Y constituye además el mejor empalme entre la pretensión moderna de “sinodalidad” y la tradición más antigua. En ese principio citado, la espiritualidad eclesial fue efectivamente instancia alternativa para la sociedad civil. Y aquel “todos, todos, todos” que gritaba Francisco en Lisboa cuando la JMJ, no es solo una misión para la Iglesia sino también una sugerencia para la sociedad que se considera democrática.

La utopía de la Teología de la Liberación
La utopía de la Teología de la Liberación

En este sentido, se sorprenderán algunos si digo que la sinodalidad no es una palabra nueva descubierta hace solo unos meses por teólogos progres. Ni siquiera es un término católico sino que lo hemos recibido de las iglesias ortodoxas. Ya hace treinta años, mi colega en Barcelona J. Fontbona publicó un libro titulado Comunión y sinodalidad, cuando casi nadie conocía esa palabra. Allí analizaba la eclesiología de N. Afanasiev, I. Zizioulas y J.M.R. Tillard[3]. Y declaraba siguiendo a Zizioulas (uno de los mejores eclesiólogos del momento en mi pobre opinión) que prefiere el término sinodalidad a otros como conciliaridad o colegialidad, porque es un término más dinámico.

Utopía y eucaristía

En el fondo late aquí el problema eterno e ingente de unidad y multiplicidad. La eclesiología del s. XIX (con alguna excepción asombrosa y silenciada como J. A. Möhler) se estructuró desde la tesis de que la fuente de unidad es la autoridad. El Vaticano II enseña que el principio de unidad de la Iglesia es la eucaristía: “en las iglesias se celebra el misterio de la Cena del Señor, ‘a fin de que, por el cuerpo y la sangre de Señor, quede unida toda la fraternidad’ ” (LG 26)[4]. Por supuesto, la eclesiología eucarística no niega en absoluto la autoridad, pero no la concibe como fuente de unidad sino como encargada y responsable de ella. Como había escrito Agustín (y cita Congar) “las llaves no fueron dadas para uno sino para la unidad”[5].

Sinodalidad
Sinodalidad

Y es significativo que el cardenal Gasser, al presentar el tema de la infalibilidad en el Vaticano I dijera que la misión del papa es “conservar” y “reparar” la unidad de la Iglesia[6], no crearla. Pero, como ya es sabido, ese discurso sirvió solo para que los reticentes aceptaran la definición, mientras que los infalibilistas siguieron interpretando la definición según su criterio y no según el discurso de Gasser.

Esto podría llevar también al sínodo a una transformación de la teología y la praxis eucarística que pasara de su actual impostación individualista (“voy a Misa” y “comulgo”), a una impostación más comunitaria: “celebramos la Cena del Señor”. Como cena “pascual” la eucaristía es dinámica (se sale de ella para caminar por el desierto); y además puede encarnar muy bien los aspectos citados de inculturación y alternativa. Sinodalidad y eucaristía deberían encontrarse como la justicia y la paz del salmo. A lo mejor no es mera casualidad que la comunión que programa este sínodo (“comunión, participación y misión”) sea la misma palabra con que designamos nuestra participación eucarística.

Atendiendo a todos estos aspectos, la tarea podrá ser lenta y difícil, pero la Iglesia estará así cumpliendo su misión. Que el Espíritu inspire a todos los hermanos sinodales.

[1] Cf. Ningún obispo impuesto. Las elecciones episcopales en la historia de la Iglesia. Santander 1992, p. 28.

[2] «Quod omnes tangit ab omnibus tractari et aprobari debet». Remito a mi comentario en el capítulo 12 de Fe en Dios y construcción de la historia, pgs. 289 ss.

[3] Los dos últimos (que conozco un poquito más) son para mí indispensables a la hora de hablar de la Iglesia. Tillard era un dominico canadiense del que Sígueme publicó al menos: La iglesia local; Iglesia de iglesias; y Carne de la Iglesia, carne de Cristo: en las fuentes de la eclesiología de comunión.

[4] Resulta significativo que la frase en cursivas no sea de origen inmediatamente católico sino de la liturgia mozárabe.

[5] Eclesiología desde san Agustín hasta nuestros días, p. 6. Todos estos últimos datos están un poco más ampliados en las páginas 296 a 305 de La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico, (20062) cuya primera edición es de 1995.

[6] Cf. Actas del Vaticano I, Mansi, 1213. Más la segunda obra citada en la nota anterior, p. 314.

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