Rupnik! Sexualidad: ¿Salir del infierno para entrar en el infierno?

Estas reflexiones son una necesidad personal... han brotado de un disgusto personal: la noticia de los abusos sexuales de mi hermano jesuita y gran artista Rupnik que me llegó a través de una guasap del amigo Jesús Bastante: “Rupnik, Gabarain, Picasso... ¿se puede separar el arte del horror?”

¿Pasar de la fragilidad a la hipocresía?

ir a las causas no a los efectos

Estas reflexiones son una necesidad personal. Luego veré si vale la pena publicitarlas o no. Han brotado de dos experiencias casi simultáneas. Ayer la noticia de los abusos sexuales de mi hermano jesuita y gran artista Rupnik que me llegó a través de una guasap del amigo Jesús Bastante: “Rupnik, Gabarain, Picasso... ¿se puede separar el arte del horror?”

Dejemos a Picasso porque este tenía bula en nuestra sociedad. Mira que era machista. Y ¡qué pocas feministas lo han denunciado por eso, mientras arremeten contra situaciones o personas que son la cuarta arte de machistas de lo que era el genio de Málaga! Pero lo de Rupnik me ha dolido mucho. Y estas líneas van a ser un desahogo de esos que no sabes cómo acabarán.

La pregunta de Jesús Bastante me evocó una anécdota de mi adolescencia: cuando todavía estás encandilado con los poemas de Bécquer, tan limpios y tan nobles ellos…, va y leo no sé dónde que Bécquer era conocido como alborotador en todos los burdeles de Sevilla. En mi ingenuidad de entonces no podía creerlo pero tuve que aceptar que las oscuras golondrinas ya no volverán, pero las oscuras prostitutas “esas sí que volverán”.

Más tarde otro tortazo parecido pero esta vez no en el campo amoroso sino en el religioso, lo cual resulta mucho más grave. Una piedad tan fina como la de Leopoldo Panero padre, cuyos versos había rezado yo más de dos veces…, y resulta que también era bien conocido en todos los burdeles de Astorga o de León. Recuerdo ahora la expresión del rostro de José María Valverde, entre incredulidad, ira y desesperación, tras ver la película El desencanto. Y supongo que aprendí entonces que una sensibilidad artística y fina, no por eso está liberada de las ambigüedades de lo sexual: los humanos somos mucho más unificados en nuestras mil teclas y, por eso, mucho más complejos. “¿Se puede separar el arte del horror?” Se preguntaba Jesús Bastante. Y sin querer yo me preguntaba: ¿se puede separar el sexo del amor?...

Y casualidades de la vida: mientras vagaba por ahí me encuentro en las portadas de dos diarios distintos, con estos titulares: en una “El sexo sale del infierno”; en la otra una denuncia por abusos a menores de algunos benedictinos de Cuelgamuros. En ambos casos con una página posterior dedicada a esa noticia. Total, me dije: el sexo sale del infierno y vuele a entrar en el infierno. Como formulé otra vez: la sexualidad tiene algo de divino y algo de diabólico.  Y me pregunto si no nos faltará capacidad para afrontar esa complejidad. La pregunta inocente de Verónica Forqué (¿por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo?) parece sugerir una respuesta sutil: le llaman amor cuando quieren defender conductas propias; le llaman sexo cuando quieren atacar conductas ajenas. Carmen Laforet escribió que “en la vida todo es sexo y muerte”. Y nosotros estamos viendo un sexo que da muerte… Todo eso pide reflexionar un poco más.

  1. De qué no quiero hablar

Una aclaración previa a lo que voy a decir: al hablar de sexualidad prescindiré por completo del tema de la pederastia. Simplemente porque no lo comprendo. Creo tener (o haber tenido) una sexualidad muy “normal”, creo saber lo que es desear casi ciegamente a una mujer. Pero nunca una niña (y menos niño) ha representado para mí un objeto de atracción: quizá es que estoy mal hecho. Pero me resultaría algo así como un alimento soso por falta de sal. Por eso, cuando comenzó a aparecer el tema pensé que sería cosa de unos pocos enfermos. ¡Pobres ellos! Pero, por lo visto ha resultado que no.

Por eso no hablaré de algo que no entiendo, aunque crea necesario denunciar la falta de ética con que lo ha tratado algún medio, utilizando a las víctimas no para ayudarlas a ellas, sino solo como arma para atacar a la Iglesia. Y me parece bien ese ataque a la Iglesia porque a la Iglesia hay que exigirle más que a nadie. Pero cuando luego vas sabiendo que las víctimas de eclesiásticos son menos del diez por cien de las otras (víctimas de profesores, entrenadores, familiares…) y ocupan en según qué medios más del 90% de las denuncias, no puedes menos de pensar que algo falla ahí. Incluso algunos casos salieron en los medios de puro rebote: como por la huelga de atletas norteamericanas en las olimpíadas de Tokio...

También resulta sorprendente el silencio sobre el documento firmado en 1977 por más de 70 intelectuales franceses de izquierdas (que he citado y reproducido en otros lugares) defendiendo la pederastia como un favor a los niños. Con J. P. Sartre y Simone de Beauvoir entre los firmantes, y que algo tiene que ver con los escándalos actuales. Otra vez “salir del infierno” para volver a entrar en el infierno.

Y, antes de cerrar este capítulo, una última reflexión referida a todos los desmanes clericales, sean pederastia o abuso de mujeres. Lo que me parece más intolerable no es una caída concreta sino la perseverancia en ellas. Ante un tropezón aislado, por serio que sea, puede valer aquello de “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Lo verdaderamente escandaloso se da cuando eso termina en una doble vida con la que el clérigo llega a pactar. Quien estaba ante ese problema ¿no iba a confesarse?, ¿seguía celebrando diariamente la eucaristía y manteniendo su actividad pastoral? Aquí hemos pasado de la fragilidad a la hipocresía y esto es lo verdaderamente grave. Permítaseme pues contar una anécdota personal: soy muy partidario del secreto de confesión, pero esto puedo contarlo.

Una vez me tropecé con el caso de un cura (innegablemente celoso y piadoso) que se había enredado con una mujer. Conocí la noticia por ella y luego traté con él. Un día que vino a hablar conmigo, le dije al acabar: “no te puedo dar la absolución si no me dices que vas a pedir la reducción al estado laical. Luego te casas con ella o lo que queráis; pero así no se puede seguir”. La respuesta fue: por favor no me pidas eso, amo mucho mi vocación y quiero seguir siendo sacerdote… Y mi reacción: pues entonces llámala ahora mismo y dile que queréis buscar la manera de poner fin a esta situación. Entonces no había móviles y no era fácil una llamada inmediata; pero hubo suerte: dio con ella y le dijo: hemos de hablar porque me dicen que hay que ordenar nuestra situación… etc. etc. Tuvimos una o dos entrevistas los tres y, progresivamente, la cosa se arregló por completo. Hoy creo que han fallecido ambos pues la geografía me impidió seguir sus vidas. Pero lo que he querido insinuar es que, cuando se ponen medios, la cosa puede terminar, por un camino o por otro. Y se elimina esa situación de doble vida que es lo más escandaloso de todos esos casos. Punto final para este tema.

2.- Violencias sexuales.

El problema que más me duele y preocupa es el de los casos constantes de violencia machista: que tienen una raíz claramente sexual, aunque nuestra sociedad se niega a reconocerlo porque la sexualidad sigue siendo para nosotros un dios al que no se puede atacar. Este y el otro de agresiones sexuales por parte de plácidos y educados varones, que aparecían como ciudadanos libres de toda sospecha, pero que la corriente del “me too” fue convirtiendo en un auténtico huracán caribeño[1].

Veamos el primero de esos dos tipos de violencia. Cada vez que oigo una de estas noticias tan amargas, de mujeres asesinadas por su (ex)pareja pienso: “en estos mismos momentos, habrá ya otro macho que está preparando el próximo asesinato”. Y me sorprende ver que nuestra sociedad reacciona contra esa plaga, tratando solo de evitar o paliar los efectos pero sin abordar nunca las causas: que la mujer denuncie, que tenga un teléfono gratuito, que consiga una orden de alejamiento…, es como limitarse a tomar analgésicos, sin enfrentarse al tumor que produce esos dolores…

Hoy presumimos de una mentalidad científica que nos enseña que hay que ir a las causas y no a los efectos. Pero en este caso actuamos de la manera más irracional: porque la causa está en el macho; es a él a quien hay que abordar para tratar de impedir que siga actuando así (o al menos que esa plaga disminuya lo más posible). Pero claro: eso supone afrontar el tema del autocontrol y de la sexualidad masculina. Dos temas sobre los que nuestro pensamiento único, no tolera ya más preguntas.

Comencemos por el segundo de esos dos. Suelo decir que uno de los grandes fallos de nuestra Modernidad es la incapacidad para armonizar las diferencias, con lo cual se limita a negarlas mientras las diferencias subsisten, por mucho que se las niegue. Nuestra presunta liberación sexual ha dado siempre por supuesto que la sexualidad del varón es idéntica a la de la mujer (y también que la afectividad de la mujer es idéntica a la del varón). Creo haber experimentado que, en ambos casos, las diferencias son muy grandes: solo al final de la vida, cuando ambas han sabido encontrarse y respetarse, se llega a una preciosa casi identificación que permitió a Pedro Salinas escribir aquello de “gloria a las diferencias”. Pero eso no suele ocurrir en la juventud ni en las etapas anteriores a ese final.

La modernidad ha tenido también el gran defecto de abordar las grandes causas humanas (pecaminosamente olvidadas muchas veces), como si fueran causas fáciles y al alcance de la mano: el nombre de “Podemos” puede ser un ejemplo de eso, visto lo que hemos podido al cabo de unos años[2]. Con ello las grandes causas humanas han caído víctimas de un espontaneísmo barato y, como ya he dicho otras veces, el grito maravilloso de “libertad igualdad y fraternidad” ha acabado convirtiéndose en una libertad sin igualdad y contra la fraternidad (o en una igualdad sin fraternidad y contra la libertad). Por desgracia nuestros modernos progres todavía no parecen dispuestos a reconocer esta seriedad del problema y, por ello, puede ser útil analizarlo un poco más.

3.- Buscar las raíces

Dicen los científicos que, en la evolución, cuando se supera una etapa, no desaparece esta sino que queda integrada (y transformada) en la etapa nueva. Lo mismo pasa con el sexo. Nuestra sexualidad es animal: estamos llamados a convertirla en humana, pero esa dimensión animal sigue latente.

Y bien, la naturaleza persigue ciegamente sus propios fines sin pararse en mientes: hay que comer para vivir; luego el comer puede humanizarse, por ejemplo en la mesa compartida, pero eso no le quita su dimensión animal que es la que nos nutre (o nos envenena). Solo la eleva.

También hay que asegurar la reproducción al precio que sea. Para eso lo principal es que el macho funcione; y para ello nada mejor que darle una sexualidad como el hambre: ciega y estimúlica que, ante la presencia del estímulo, se yergue y ataca. A veces, nuestra dimensión humana se comporta según ese esquema: no consigue elevarlo y entonces nuestra sexualidad se puede convertir en aquello de avisaba el Buda: apagar la sed bebiendo agua salada… 

Esa frustración puede explicar otro dato que he leído u oído dos o tres veces a sexólogos y que me sorprendió: la disfunción eréctil es hoy un problema bastante extendido. Nuestros modernos progres dirán aún que siempre queda la viagra para arreglar eso; pero usar la viagra es como andar con muletas y pretender que se está totalmente bien. Lo que pasa es que como la viagra da muchísimo dinero siempre habrá suficiente publicidad para engañarnos.

Cerremos este paréntesis y volvamos a donde estábamos antes.  Superar esos primeros impulsos ciegos para ir humanizando la sexualidad no es nada fácil: el varón es de entrada un esclavo de ellos y necesitaría la ayuda de la mujer. La mujer debe comprender que la naturaleza ha dado al macho una sexualidad dirigida solo a un cuerpo: el 85 % de los desnudos en el arte son femeninos; un artista japonés (Keiryû Asakura) se pasa la vida creando una muñeca (como la “Grandeur Nature” de Berlanga): un mero cuerpo de mujer, pero tan perfecto que hasta tiene piezas intercambiables según gustos. Dijo que lo había hecho para poder satisfacerse sin tener que molestar a una mujer… En el último número de Le Monde Diplomatique escribe una mujer que la operación de aumento de los pechos “puede privar a los senos de su sensibilidad a las caricias: la operación implica privilegiar el resultado visual (para los demás) a riesgo de sacrificar las propias sensaciones y el propio placer” (p. 32). Pero aun así, muchas mujeres se operan porque buscan sobre todo agradar, más que el placer. Y hay lesbianas que lo son porque buscan una relación que no dependa de cómo son sus cuerpos. Las feministas podrán tener razón al denunciar el patriarcado machista pero podrían preguntarse en qué parte son las mujeres causa de ese patriarcado, si buscan más ser deseadas por sus cuerpos que ser queridas por sus almas.

Las dos esclavitudes, masculina y femenina, se encuentran aquí. Y cada una podría ayudar a la otra, liberándose a sí misma. Este era el sentido de mi petición de ayuda a las mujeres. Pero esa ayuda que necesitamos los machos no es fácil recibirla porque nuestra sociedad (tan progre en otros campos) sigue situando la identidad y el valer de la mujer, en ser deseada por el varón. Ni siquiera las feministas logran superar esa otra esclavitud. Y, al final, todo queda en que la mujer, porque entrega mucho más, necesita que sea “culpa” del otro; y el macho, porque no reconoce su debilidad, necesita que sea provocación de la otra. Eso es lo que pasa tantas veces; y de ahí surge esa acusación machista de “todas las mujeres son unas putas” que, en realidad, quiere decir: todos los hombres somos unos incapaces de controlarnos ante sus cuerpos.

Estamos pues pidiendo comprensión y ayuda para ese defecto de fabricación del macho. Cuando un señor dice (cita literal): “pagaría con gusto unos años de cárcel para poder follarme a esa tía” (por más que luego lo lamente), parece claro que las amenazas van a servir de poco. Cuando Henry Miller[3], el gran patriarca de la pornografía (con una pluma además privilegiada) no llama mujeres ni personas a sus amantes sino que las llama coños (the cunt Mary etc.), nos está diciendo sin querer qué es lo primario e inmediato del instinto masculino. Por algo será que la prostitución está hecha en un 90 % para machos (no totalmente porque cada sexo tiene un componente de los dos como es sabido): porque lo primero que busca el macho no es una mujer sino un cuerpo de hembra[4]. Evoco aquí otra frase que me enseñaron en Perú (en Lima naturalmente): “cuando vas a la montaña, todas las mujeres te parecen cabras; pero al cabo de tres meses hasta las cabras te parecen mujeres”. No se tome ahora como ofensiva sino como expresión de un modo primario de sentir.

Desde el otro lado, lo expresa así una mujer francesa que se enamoró seriamente de un alumno más joven: “Pour l’homme jeune d’aujourd’hui la femme n’est-elle qu’une pute conforme, c’est à dire un corps Object dont se débarrasse une fois qu’on a obtenu ce qu’on voulait de lui”[5]. Un cuerpo Objeto. Y compárese este comentario con el comienzo de aquel libro famoso de una prostituta francesa: “cada una busca el afecto como puede y yo lo he buscado prostituyéndome”. El afecto. En ambos casos, lo sexual físico importaba menos que en los casos antes citados: la verdadera necesidad era necesidad de afecto.

Humildemente pues, y como macho, uno se atreve a pedir a las mujeres que tengan un poco de consideración y comprensión de nosotros. Igual que ellas nos piden que les tengamos un poco de respeto.

4. Caminos

Pero si esta es efectivamente nuestra situación el problema es que nos negamos a reconocerla. Y por ahí habría que comenzar. Porque el dilema final es este: o cada uno afirma su identidad dificultando la identidad del otro, o ambas identidades tan distintas acaban por encontrarse en un abrazo asombroso: “gloria a las diferencias”. Pero para eso habrá que reconocer que aquel latinajo de “per aspera ad astra” no vale solo para las olimpíadas.

Sobre esta capacidad para negarnos a ver creo que puedo contar una anécdota personal. Solo he negado la absolución una vez en mi vida. Fue en un país de Europa: pues me ha tocado escuchar confesiones en inglés, italiano, francés y alemán[6]. Un buen hombre casado me dice que tiene una relación sexual estable con otra mujer. Le digo que debe renunciar a eso si quiere que la confesión valga. Me responde que de ningún modo porque aquella relación es para él un regalo de Dios. Le digo entonces que yo no puedo absolver de un don de Dios. Que tenga el valor de seguir con su conciencia sin pedirme a mí que se la absuelva. Este episodio lo he recordado varias veces y me hizo pensar bastante. No creo quebrantar ningún sigilo al explicarlo ahora.

Y uno se pregunta también si esa misma negativa a ver es lo que está revelando sin querer esa ministra que declara que “los niños y niñas pueden tener sexo con quien quieran”: (en cierta continuidad con la declaración de los izquierdistas franceses de 1977, antes citada). Otra vez ese izquierdismo que se empeña en que los seres humanos son como a ellos les gustaría que fueran y no como realmente somos. Hay que respetar la libertad de expresión por supuesto. Y más en casos en que da la impresión de que no se trata de una afirmación teórica sino de una confesión de lo que ha sido la práctica personal de esa ministra. Y que además tiene la honestidad de no llamarlo amor sino sexo.

Pero, otra vez por esas casualidades de la vida, circula esa noticia el mismo día en que dos diarios avisan alarmados del crecimiento de las enfermedades sexuales (Sida, sífilis, gonorrea y demás). Además resulta que la consejería de educación de la Generalitat catalana está promoviendo un programa para enseñar a masturbarse a niños de 3 a 5 años. Uno se pregunta si ese es el mejor camino para “acabar con sistema capitalista” o si no será el mejor camino para que los mayores asuman la tarea de llevar a cabo esa enseñanza. O si acabaremos con aquella frase típica de algunos discursos con vocecita de Franco que decía que “si estando como estábamos estamos como estamos”… O a lo mejor es que los autores de tanta sabiduría no han leído el Satiricón de Petronio. O también puede ser que nos hayan informado mal: porque hay cierto consenso en que corre mucha mentira por las redes.

5.- Hora de acabar.

No quiero acabar sin parodiar una frase de Jesús de Nazaret (parodia que puede servir para comprender lo conflictivo que resultaba aquel hombre): en el cielo hay más alegría por un abusador que se arrepiente que por mil hombres castos que no necesitan arrepentirse. Tomemos en serio la palabra arrepentimiento que no significa simplemente “no encontrarse guapo”… Y sirva esa evocación de Jesús para que entendamos que también a esos abusadores hay que intentar recuperarlos, sin mandarlos a ningún infierno. Como suelo decir: hay que criticar las conductas pero no a las personas; porque esto último suele encerrar una oscura autocomplacencia por sentirnos superiores.

Y para terminar es necesario contextuar un poco todo lo anterior porque ya sabemos que los contextos modifican bastante los textos. Buena parte de lo comentado aquí es fruto de una reacción lógica y comprensiblecontra una moral sexual “católica” que era solo una moral de la angustia, del escrúpulo, de la exageración y del olvido de que no es el miedo lo que limpia sino el cuidado sano. En algunos casos pudo compensarse algo con una devoción a María casi idolátrica; pero algo importante fallaba allí.

Como es casi ley de la historia, esa reacción parece haberse ido al extremo opuesto, provocando las clásicas cegueras reactivas por el otro lado. Es verdad también que mucha gente sigue viviendo con relativa normalidad este difícil capítulo de nuestra sexualidad: pero esa gente no aparece en ningún medio y, por tanto, se puede decir que no tiene existencia. En los comienzos del periodismo se decía aquello de que una noticia no es que perro muerda a un hombre sino que hombre muerda a un perro. Pero cuando los medios de comunicación han invadido la casi totalidad de nuestro universo relacional, tenemos un enorme peligro de creer que la inmensa mayoría de los hombres muerde a perros…

Irá bien pues indicar el camino de relación ideal. Sencillamente que ellas sean capaces de inspirar respeto antes que deseo, con esa dosis de sana admiración que suele tener todo respeto. Y que ellos sean capaces de inspirar una confianza sana, no engañosa, que brote de ese mismo respeto admirado. Aceptado esto como programa, valdrá ese otro principio tan típico de toda buena reflexión moral: cuando se va en la dirección correcta, el problema no son los tropezones y las caídas por el buen camino, el problema está en elegir la dirección contraria[7].

[1] Y esto aunque sea verdad lo que me dijo una amiga norteamericana: varias que han dicho “me too” en realidad no tienen nada de qué acusar a nadie. Pero lo que no quieren es pasar por mujeres que no han sido capaces de hacer perder la cabeza a ningún macho. No sé si será verdad, pero sí que refleja un detalle psicológico (o sociológico) que tampoco convendría olvidar.

[2] A todo militante de “Podemos” le recomendaría, ante de entrar en política, leer el libro de Sergio Ramírez Adiós muchachos. O No los separó la muerte (de T. Cabestrero)sobre el matrimonio Barreda. Para que sepan exactamente dónde van a meterse. Y que el eslogan aquel de “este partido lo vamos a ganar”, no vale para fútbol y mucho menos para la política.

[3] En Trópico de capricornio, si no recuerdo mal.

[4] Para no citar el tópico de las tetas y las carretas, digamos que ese poder del cuerpo lo evoca por ejemplo Javier Marías (que no es ningún predicador cuaresmal) cuando en la p. 195 de Los enamoramientos alude al atractivo de los escotes (“el canalillo que asoma”). Y uno siente ganas de añadir: el que no haya tratado alguna vez de mirar a través de un escote, que levante la mano.

[5] Anick Fortin, Journal d’une pute conforme

[6] Las inglesas tuve que dejarlas por responsabilidad: porque, aunque me habían dicho que en verano en Londres solo vienen a confesarse niños encantadores que se acusan de haber tirado el te sobre la alfombra y que la mamá había tenido que limpiarlo, me encontré con dos casos largos y difíciles donde no entendía casi nada y no sé si resolví bien. Con ello se acabó el sistema barato de ir a Londres trabajando en una parroquia y me quedé con eso que llaman asignatura pendiente de todos los hispanos.

[7] Me atrevo a remitir a otros lugares donde he tocado este mismo tema. Por orden cronológico: en el capítulo 10 de Utopía y espiritualidad (del 2015). Luego, en 2018, en los capítulos 6 y 13 de Reconstruir las grandes palabras (titulados: “Amor” y “Del sexo al gender”). Y en 2019 en el capítulo 10 de Después de Dios (“Afectividades”). Por suerte, mucho menos de lo que he escrito sobre el dinero…

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