Es posible que a algunos os hayan parecido los reproducidos versos de “Trances de Nuestra Señora” (pulsar) como algo raritos, preciosistas, místicos, barrocos...Y a lo mejor hay algo de todo eso porque, a causa de su silencio de quince años (1961–1976 sin publicar), apenas apareció su nombre por las antologías de sus coetáneos (segunda generación de la posguerra). Pero, curiosamente, está siendo reconocida, muchos años después, por la generación de los novísimos y las últimas vanguardias.
Me gustaría dejar constancia de alguno de los galardones que ha venido recibiendo últimamente. En el año 2.000, por ejemplo, fue reconocida con el Premio Luis de Góngora de las Letras Andaluzas.Cinco años después se la nombró “Hija Predilecta de Andalucía”. Para, de nuevo al siguiente lustro, recibir el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (dotado con 50.000 euros). Hace unos meses, octubre de 2012, a raíz de la publicación de su libro “El umbral” (Pre–Textos, 2011), ha recibido el importante Premio Real Academia Española. Del poemario reconocido ha declarado José Manuel Blecua:“conjuga la modernidad expresiva con un intenso aliento lírico nacido de una voz poética profundamente original.” (No olvidemos que, al recibir este premio, María Victoria Atencia ha cumplido ochenta años de voz valiente y joven...)
Me evocan los primeros versos el bautimo de Jesús, cuando se abrió el cielo. Acuna María el cuerpo de su hijo por la marea de agua de sus brazos. Destaca la poetisa, sosteniéndolo en el aire, su nombre: Victoria.
Proyecta en la madre de Jesús la vivencia engendradora de sus cuatro hijos: Jesús es algo suyo, carne de su carne, alma de su alma, fuego de su corazón... El tema del vuelo, tan sanjuanista, lo vivió con intensidad la escritora a lo largo de toda su vida (hasta llegar, por ejemplo, a pilotar aviones).
VICTORIA
Estaba abierto el cielo y mi hijo en mis brazos,
tan indefenso y tibio y aterido y fragante
que lo sentí una obra sólo mía, victoria
de un cuerpo paso a paso ofrecido a su cuerpo.
Lo envolví con mi aliento y él tuvo el soplo tibio
en el que una paloma se sostenía en vuelo.
El Primer Capítulo del evangelio de Juan nos habla líricamente de Jesús como Luz: "En Él había vida / y la vida era la luz de los hombres..." (Jn 1,4). Descubrimos una sutil crítica, de la madre que escribe, a la purificación legal de la mujer que da a luz. No es impura. Y menos, como María, al engendrar al que es la Luz y la Pureza.
La luz: símbolo de la gracia, del amor de Dios (se escribe "dios" con minúscula destacando la "kénosis" o vaciamiento en la encarnación: Flp 2,7). Dios se hizo, de verdad, hombre como nosotros...
LA LUZ
Me nació de la luz, y era la luz y yo no precisaba
de purificación o candelarias
o de aceite o de cera para alumbrar el cuarto.
Él crecía y crecía en su luz propia
sin merma por su corta edad o dimensión,
tan pequeño gran dios entre mis brazos.
Igual me equivoco, pero parece que alude la madre poeta a las pataditas del niño que quisiera salir...salir, ¿a qué?... naturalmente, a besar y abrazar a su madre, a colgarse de sus pechos.
Las tres últimas estrofas, con perdón, son de lo más tierno, de lo más teológico, de lo más místico que haya leído nunca. Pero no he sido madre para saborearlas desde la experiencia y el misterio de la creación...
EL HUECO
Un tierno roce fueron en mi pared sus pies
como el cándido intento de unas plumas torcaces,
y dio con su lugar y se vino a mis brazos.
No sabría explicarme, pero en el hueco antiguo
siento aún, de algún modo, el rescoldo de un fuego
que encendieron a un tiempo Padre, Hijo y Espíritu.