Flotando en las Manos de Dios


¡Qué agradable, en una mañana soleada, a orillas de una dorada playa, abandonarse al vaivén del agua, con los brazos abiertos y los ojos flotando por las nubes! ¿Y si el latir que nos sostiene fuera una Mano maternal, un Útero vivo? Establece Bartolomé Mostaza, en clave espiritual, un emocionado paralelismo entre dejarse llevar por la marea y abandonarse al tierno balanceo del Amor:
¡Dulce temblor de dicha de sentirse
dentro del cuenco tibio de una mano
grande que nos halaga y nos protege
contra todos los miedos!
"Dios y el mar", de Carmen Conde, ha venido a ser el más bello poema de confianza que ha llegado a mi vida. Podríamos jugar a leerle a Dios las rayas de su Mano, a echarle la buenaventura (¡que larga su raya de la Vida!). O, acaso, a abandonarnos, como en el reino de Liliput, al oleaje de sus tactos azules (ver y oír el poema linkeando el título):
Como nadando, abandonada
al agua gruesa del mar.
O mejor que si nadara: flotante
en ondas firmes, en ondas fuertes,
en la inmensa ola azul
que se juntara
con otra inmensa ola azul. Hasta los cielos.
Así, en tu mano.
Igual que en el mar, en la mano tuya:
abierta, infinita mano, ilimitada,
que sostiene mi cuerpo sin tensión...
Tú, el mar. El mar, Tú.
La ola, tu mano: la mano, tu ola.
Abandonándome a los dos, ciega
y sorda y vuestra. Con fe.
¡No hay peligro de ahogarse,
ni de morir sin alegría de que la muerte
no sea bellísima liberación
hacia Ti!
El misterio de la confianza
reside en nadar, en flotar, en abandonarse
plenamente a Ti,
sola y eternamente a Ti.
Al mar.