Hija de dos etnias, de dos culturas

En un mundo abierto como el nuestro, es muy frecuente el matrimonio entre amantes de diferentes etnias. El hijo podría identificarse con uno de los padres o vivir en la confusión, a la búsqueda de una identidad que no alcanza a descubrir. Voy a describir el proceso de una muchacha peruana de padre chino y madre andina, que vivía como perdida en una autoimagen difusa y negativa. Ayudó en el proceso la técnica gestáltica de integración de polaridades (las dos sillas), pero por esta vez la llamaremos el ejercicio de las dos manos.

Se depositan imaginativamente sobre cada palma, como una bandeja, cualidades aparentemente irreconciliables. Se crea una imagen coloreada para cada polaridad. Y sonidos, olores, sentimientos... Finalmente, se aproximan las palmas dialogando entre sí, construyendo una tercera imagen. Se entrelazan los dedos y se acercan las manos al pecho, asimilando ambas polaridades.

Imaginó Silvia en cada mano un almohadón de diferente color, uno rojo, amarillo el otro, que para ella significaban la etnia de su padre y de su madre. Descubrió, como una iluminación, ¡que ella era naranja! Ese era el color de su personalidad mestiza, que integraba milenarios valores de ambas culturas.

bblanco


MATILDE, ESTUDIANTE DE BACHILLERATO, DESCUBRE SU IDENTIDAD

Sufría enormemente porque se tomaba la vida demasiado en serio. Era una empollona con muy pocos amigos. Nunca ligaba con chicos. Construyó en la mano izquierda la imagen de una niña recién nacida, vestida de rosa, con olor a nenuco, escuchando nanas... Para la diestra diseñó la figura de una joven vestida de azul, en lo alto de una ornacina de iglesia, arrullada por canciones marianas, oliendo a incienso... Dialogaron las dos partes. Se ofrecieron mutuamente lo mejor que tenia cada una. Y visualizó, en el centro, ¡a una adolescente, con pantalón vaquero y blusa roja, bailando canciones de mecano, perfumada con esencias de París...! Al rechazar las polaridades niña-de-rosa frente a estatua-azul, decidió vivir a tope su apasionante edad. Se le saltaron unas lagrimillas cuando afloraron, como un geiser, sus más auténticos deseos.
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