Miguel Hernández y la sexualidad (8). El rayo que no cesa

Se disputan los críticos el nombre de las destinatarias reales de los 26 sonetos de "El rayo que no cesa". Se habla de María Cegarra (¿amor platónico?), Maruja Mallo (¿amor erótico?) y Josefina Manresa (¿amor comprometido?). Por las fechas en que perfila los últimos versos del poemario, está viviendo Miguel en Madrid decisivas experiencias literarias y pasionales...
A lo largo de 1935, simultanea el surrealista grito histérico de Alba de hachas o la Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda, con el lamento seco, hondísimo, de los sonetos de amor, tan perfectos en la forma que no variará ni una sola rima de la más ortodoxa estructura: abba, abba, cde, cde.Fundirá el molde, y, como declinó de escribir octavas reales después de la publicación de Perito en lunas,no volverá a sudar la rima de un sólo soneto endecasílabo a partir de enero de 1936.
Elijo, para comentar, dos poemas muy significativos que, según diversos autores, se refieren indudablemente a la novia formal de Orihuela.

TE ME MUERES DE CASTA Y DE SENCILLA
Nuestro amoroso juglar canta, en estos versos, a la mujer, no a una mujer abstracta, arquetipo de belleza, en rapto apolíneo al estilo petrarquista, sino a su Josefina de Orihuela, oscura de pelo y ojos, con dos cejas como "dos puñaladas de carbón fino". Su dionisíaco corazón la necesita para completarse en todo su ser:
"Bueno, bueno, graciosilla, illa, costilla de mi costado, que me faltas en él desde hace no sé el tiempo, desde que Dios te me quitó cuando yo me llamaba Adán y no Miguel y a ti te pusieron Eva"...
La desea con pasión, y no puede soportar el puritanismo cerrado de Orihuela:
"Me gustaría que fueras más sincera para estas cosas, que no te calles nada de lo que sientes y piensas. ¿O tú, cuando piensas en mí, piensas solamente para rezar? Me supongo que no; ni tú eres una santa, ni quiera el diablo que lo seas nunca, ni yo tampoco. Por lo tanto, es una tontería de las más grandes el pasarse la vida martirizándose de tanto desear una cosa y no satisfacer ese deseo pudiendo. Tengo muchas ganas de que me digas sencillamente, como la cosa más natural del mundo: "Miguel, quiero darte un beso". Sin preocuparte de lo que la gente ha de decir si te ve, porque eso es hacer lo que la gente quiere y no lo que a uno le sale del alma o del cuerpo. ¿Me entiendes, mi queridísima Josefina? Pues no te hagas la pava y habla sinceramente de una vez" (27 de julio de 1935)...
El 1 de mayo de 1936 la reclama:
"Yo necesito tu persona, y con tu persona la vida sencilla de Orihuela, no la de sus vecinos, sino la de sus tierras y sus montes. Yo quiero vivir contigo solo, donde nadie se acuerde de que existimos, donde podamos besarnos y abrazarnos libremente, cara al sol, sin ninguna vergüenza de que nos vean..."
Así escribió Miguel:
Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más patente, negro y grande.
Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.
A lo largo del poema desarrolla una sencilla metáfora de la naturaleza: la mejilla como flor (decimos te pones rojo como una amapola, o mira qué carita de rosa traes hoy...). Al besar, saborea la dulzura del rostro, liba su miel... Pero la escrupulosa conciencia de Josefina que, según describe Efrén "parecía una verdaddera monja pudorosa, siempre con los ojos bajos, pusilánime, haciendo parecer desdenes lo que sólo era pura timidez", sataniza el beso ("tu mejilla... se te cae deshojada y amarilla"). Por eso ha de vigilar a Miguel para que no vuelva a robarle otro. Se cierra el lance con mutua frustración. No será así cuando vivan en pareja. En La Boca,el beso transporta a místicos vuelos:"Hundo en tu boca mi vida, / oigo rumores de espacios, / y el infinito parece / que sobre mí se ha volcado"...

ME TIRASTE UN LIMÓN
Ella es inocente, pura. Él es pecador. En El rayo que no cesa, el poema 4 describe el divertido suceso de la bella arrojando un limón, y cómo se le altera la sangre a Miguel, que ha sentido "la mordedura / de una punta de seno duro y largo".Se siente culpable de sus eróticos pensamientos, frente a la pureza santa de ella:
Me tiraste un limón y tan amargo,
con una mano rápida y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
pasó a una desvelada calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno, duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi torpe malicia tan ajena,
se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
Cano Ballesta define con sencillez y precisión las abiertas llagas del poeta herido de amor y rechazo por El rayo que no cesa: "En este libro es el amor el que adquiere acento de pasión atormentada, de anhelo insatisfecho, de ansias de posesión. De él fluye una poesía que cristaliza en sonetos de gran intensidad y estructura perfecta, expresión de una experiencia amorosa honda, sincera e irreprimible."