"Muchos cristianos han apreciado sus esfuerzos por dar razón de su esperanza ante las objeciones de la modernidad" Hans Küng: ¡Qué buen teólogo… ! El drama del catolicismo liberal

Hans Küng
Hans Küng

"Junto a Joseph Ratzinger, un año mayor que él y por entonces ya profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn, Küng formó el tandem de los jóvenes teólogos alemanes con mayor proyección en el Concilio"

"Su libro «Unfehlbar? Eine Anfrage» (1970, español 1971/72) desató uno de los mayores debates en la Iglesia del posconcilio y condujo a los primeros avisos de parte de Roma y de la Conferencia Episcopal Alemana"

"Como un jarro de agua fría, sin anuncio ni proceso jurídico formal, Roma le comunicó que le retiraba la licencia canónica para enseñar la teología católica. Así se producen mártires de la libertad de pensamiento"

El 6 de abril falleció el teólogo Hans Küng en Tubinga. Había nacido el 19 de marzo de 1928 en Sursee, en el cantón suizo de Lucerna. Aunque pasó practicamente toda su vida docente en la Universidad de Tubinga (con sólo 32 años obtuvo en 1960 la cátedra de teología fundamental en la Facultad de Teología Católica, donde entre 1963-1980 sería pofesor de dogmática), siempre se le ha llamado «el teólogo suizo».

Pertenece efectivamemte junto a Karl Barth, sobre el que escribió su tesis de doctorado, y Hans Urs Balthasar a la tríada de los grandes teólogos suizos de nuestro tiempo. Con su tesis sobre la doctrina Barthiana de la «Justificación» desde una perspectiva católica (1957, español 1967), alabada por los dos teólogos mencionados, marcó el paso ya antes del Concilio Vaticano II a la declaración conjunta entre católicos y protestantes de 1999 sobre el tema.

Küng y Barth

Después de que en un librito hubiera expuesto su proyecto ecuménico («Konzil und Wiedervereinigung», 1960, español 1962), fue invitado por Juan XXIII a participar como «peritus» o consejero teológico en el Concilio. Junto a Joseph Ratzinger, un año mayor que él y por entonces ya profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn, Küng formó el tandem de los jóvenes teólogos alemanes con mayor proyección.

Allí no sólo aportó su visión al Decreto sobre el ecumenismo, sino que se «empapó» del espíritu de cambio que se palpaba en los debates y el acontecimiento conciliar. De su aprecio por Ratzinger da buena nota el hecho de que Küng hiciera todo lo posible para que aquel aceptara en 1966 una cátedra de teología dogmática en Tubinga. Allí trabajaron juntos en la renovación eclesial hasta que el espíritu del 68 los llevó por caminos diferentes.

A partir de la experiencia conciliar, la reforma estructural de la Iglesia (celibato, laicos, el papel de la mujer, derechos humanos) y la crítica de lo que para él era «irracional» y «totalitario» en la teología, fue el caballo de batalla de Küng, mientras que Ratzinger reaccionó a los cambios y la efervescencia de la primera etapa posconciliar como Ortega y Gasset a los de la segunda república: «no es eso, no es eso» (para comprender el desencanto de Ratzinger por aquellos años basta leer el prólogo a su bello libro «Einführung in das Christentum» (1968, español 1970).

Rahner y Küng

Küng, sin embargo, llevado por su purismo intelectual de un cristianismo en los límites de la mera razón, se sintió llamado a atacar algunos dogmas frontalmente, comenzando por el de la infalibilidad del papa. Su libro «Unfehlbar? Eine Anfrage» (1970, español 1971/72) desató uno de los mayores debates en la Iglesia del posconcilio y condujo a los primeros avisos de parte de Roma y de la Conferencia Episcopal Alemana.

En el debate participaron los grandes teólogos de la época, entre ellos Karl Rahner, que se dejó instrumentalizar como portavoz de la crítica a Küng, mostrando así claramente el dilema al que conducía el quehacer telógico de este: ¿Poner en cuestión radicalmente algunos dogmas, sobre todo los que no concuerdan con el sentir y el pensar de la modernidad, como hacía Küng, o reinterpretarlos desde una tradición más inclusivista que exclusivista, entroncándolos en el sentir de la comunidad eclesial y desactivando así su potencial de escándalo para los otros cristianos y los espíritus modernos, como fue el camino de Karl Rahner?

O dicho en román paladino: hacer teología crítica sin jugar con las cosas de comer, sin meterse con los dogmas. A partir de su posicionamiento en la cuestión de la infalibilidad, Rahner pasó a ser para Küng un «teólogo sistémico».

Küng

Es verdad, que el papado y la Iglesia católica del segundo milenio con la infalibilidad y sobre todo con la jurisdicción universal del obispo de Roma han levantado una barrera dogmática para el ecumenismo, difícil de franquear. Pero también es verdad que, si se quiere, se puede llegar a acuerdos sobre la interpretación de esos dogmas, sin tener por ello que cuestionarlos radicalmente como una vía muerta (hay ejemplos como los acuerdos sobre el «filioque»). En el debate sobre su visión de la «Infalibilidad » y a pesar de que tenía en su contra no solo a Roma, sino a la mayoría de los grandes teólogos católicos de su tiempo, Hans Küng no dió su brazo a torcer, sino que se mantuvo «en sus trece», como el famoso papa Luna.

Esto le marcó y le animó a dar rienda suelta a su buena pluma para «repensar» en la década de los setenta las cuestiones fundamentales del cristianismo en libros que se tradujeron en las lenguas más importantes en grandes tiradas y convirtieron a Küng en el teólogo católico «global» de nuestro tiempo: «Christ sein» (1974, español 1977) y «Existiert Gott? » (1978, español 1979).

Küng

Estos libros, sobre todo el primero que es un ensayo de cristología (el segundo es un intento de respuesta afirmativa a la pregunta de la existencia de Dios frente a la crítica de la religión de la modernidad), reabrieron la herida causada por el debate sobre la infalibilidad y condujeron el 18 de diciembre de 1979 a un antes y un después en la biografía de Küng: como un jarro de agua fría, sin anuncio ni proceso jurídico formal, Roma le comunicó que le retiraba la licencia canónica para enseñar la teología católica. Así se producen mártires de la libertad de pensamiento. A Küng se le negaba, pues, el predicado de «teólogo católico».

Como era catedrático de la Universidad pública de Tubinga y, por tanto, funcionario del estado alemán, quien a su vez no tenía nada que reprocharle, la Universidad creó para él una cátedra a su medida para que siguiera enseñando su visión de Dios y el mundo, pero fuera de la Facultad de Teología Católica.

A partir de 1980, y con el ingenio y la perseverancia que le caracterizan, Küng se lanza a tocar otros temas, que le convierten más aún en el teólogo global de nuestro tiempo: el diálogo interreligioso, la búsqueda de un ethos global y la contribución de las religiones a la paz perpetua y la bonanza universal.

Con su fundación «Weltethos» o «Ethos global» y la ayuda de poderosos mecenas se convierte en un actor de la política global: habla en el Parlamento de las Religiones de Chicago (1993) en la Asamblea General de las Naciones Unidas (2001), cuenta a Kofi Annan y a Helmut Schmidt entre sus amigos, publica monografías sobre el cristianismo, el judaísmo, el islam, el hinduismo y el budismo, y resume su manifiesto de «Ethos global» en su libro «Projekt Weltethos» (1990, español 1990).

Küng

Su más conocido axioma reza así : «Ninguna paz entre las naciones, sin paz entre las religiones». Ahora no marca el paso, sino que su admirable obra discurre de forma paralela al espíritu interreligioso de los encuentros de Asís, que desde 1986 organiza precisamente el «papado» con ayuda del movimiento Focolar y la Comunidad de San Egidio.

Esta gran y paradójica convergencia entre Küng y Roma, va acompañada en los últimos decenios por otras publicaciones sobre el credo apostólico o sobre su propia fe, o sobra la pendiente reforma eclesial, en las que brilla de nuevo su ímpetu crítico intraeclesial y teológico. Muchos cristianos han apreciado los esfuerzos de Küng por dar razón de su esperanza ante las objeciones de la modernidad, por ejemplo al repensar las aseveraciones paradójicas del «Credo», para las que nos falta la analogía existencial: el nacimiento virginal, la resurrección y la ascensión a los cielos. Pero aquí también sería interesante leer de forma paralela lo que dice Ratzinger en su «Introducción al cristianismo».

Los últimos años los ocupó en escribir gruesos volúmenes de memorias, en los que entre agudas observaciones siempre alumbra sobremanera su propio protagonismo en el devenir del mundo y de la Iglesia desde el Concilio.

Juan XXIII
Juan XXIII

Cuando Ratzinger devino Benedicto XVI en 2005, Küng reaccionó con la esperanza de que su viejo amigo de los años conciliares y de la Facultad de Tubinga se pusiera al frente de la renovación eclesial. Acudió raudo a Castelgandolfo en el verano del mismo año, cuando el papa aceptó su oferta dialogal. Con el paso del tiempo, Küng perdió su esperanza en Benedicto XVI, pero ésta renació de nuevo con la elección de Francisco, que en 2013 le envió, escritas de su puño y letra, dos misivas agradeciéndole su testimonio y su trabajo. Muchos esperaban que bajo el nuevo papado se le volviera a reconocer oficialmente el predicado de «teólogo católico», pero ha fallecido sin esa última satisfacción.

Su última polémica estuvo marcada por la afirmación de que se reservaba el derecho a decidir voluntariamente el final de sus días, si sentía que las fuerzas espirituales y corporales no le permitían una vida digna. Decía así, como siempre con honestidad intelectual, lo que muchos contemporáneos piensan, también entre los católicos, en un mundo cambiante, en el que en el campo de los valores todo se tambalea y hay que dar «razones», no argumentos de autoridad, que son, como se sabe, los más débiles.

Nunca permitió poner en duda su condición de católico, pero su cristianismo al final muestra el dilema de los católicos liberales, aquellos «cristianos sin Iglesia» de los que hablaba Leszek Kolakowski: si su propia Iglesia le daba a entender desde 1979 que no le necesitaba, él mismo se siente poco a poco como un cristiano que para seguir a Jesús y la «philosophia Christi» de los humanistas no necesita el andamiaje eclesial. Es, desde Erasmo, y sobre todo en el siglo XIX el drama del catolicismo liberal. Parafraseando al «Mío Cid» se podría decir de Küng como de muchos teólogos liberales: ¡Qué buen teólogo…, si se hubiera autoinmunizado menos contra la crítica de sus propios colegas y hubiera encontrado en el estamento eclesial más diálogo y menos rigidez intelectual!

Kung
Kung

Por una Iglesia mejor informada

Volver arriba