¿Todo fluir o peranecer? En este momento sinodal nos jugamos mucho La Iglesia se debate entre inmovilismo y el cambio

La nave
La nave

"Detrás de la mayoría de las dicusiones actuales sobre nuestra Iglesia, no hay tradiciones ni dogmas inamovibles, sino concepciones filosóficas que van cambiando"

"Hemos de movernos en un nuevo paradigma para comprender la realidad y actuar en cinsecuencia. La sinodalidad tiene que tener esto en cuenta"

Aunque las palabras “conservadores” o “progresistas” pueden ser un poco simplistas a la hora de analizar diversos posicionamientos dentro de la Iglesia, sin embargo, nos ayudan a comprender lo que está debatiéndose en nuestra Iglesia sinodal, asinodal o contrasinodal.

Hay una lucha ideológica entre dos concepciones: ideología conservadora o ideología utópica. (Cuando digo utopía no me refiero a lo imposible, sino a lo deseable que todavía no se ha hecho realidad). Ninguna de estas dos ideologías es condenable “a priori”, aunque, para lograr sus objetivos e intereses, muchas veces ocultan y deforman en demasía la realidad.

Lucha ideológica

Desde el comienzo de la filosofía, en Grecia, ya tenemos dos maneras diferentes de entender la realidad. A lo largo de la historia de la filosofía ha habido una continua tensión a la hora de analizar lo que es el ser o la naturaleza de las cosas haciendo hincapié en lo permanente o en lo cambiante. La búsqueda de lo que son las cosas o de lo que están llamadas a ser marcan corrientes diversas de acercamiento a la realidad y de compromiso con la misma. (¿Nos suena el enfrentamiento entre lo que es la Iglesia, lo inamovible, y lo que está llamada a ser, “semper reformanda”?)

La concepción dialéctica de la realidad que tiene Heráclito no buscará el ser permanente de las cosas, sino que, para él, el ser será lo que va haciéndose, el fluir continuo; Platón, sin embargo, querrá aprehender el ser permanente para que las pequeñas realidades reflejen su modelo y así serán tanto más perfectas cuanto más se acerquen y copien ese modelo ya fijado y eterno

A partir de aquí surgen una serie de interrogantes y posicionamientos: ¿Todo fluye o todo debe permanecer?, ¿El hombre individual o colectivamente debe responder a un modelo ya fijado o debe inventar su forma de vida y su organización social?, ¿Yo soy o me voy haciendo?, ¿Construimos un modelo de ser Iglesia que responda a cada momento histórico o pensamos que el modelo presente es inamovible?

El movimiento, sobre todo si es rápido y camina hacia lo desconocido, produce vértigo; pero también es verdad que deseamos lo todavía no existente para mejorar nuestras condiciones de vida individuales y comunitarias.

Tenemos miedo a la libertad; pero, a la vez, sin libertad no somos seres plenamente humanos.

Si analizamos la historia de la Iglesia en los dos últimos siglos, podemos comprobar que, salvo honrosas excepciones, se ha opuesto a la nueva forma de comprensión de la realidad: mundo material, persona, Dios, surgida de la Ilustración. Surge una nueva manera de ver e interpretar el mundo. La inteligencia debe iluminar la vida humana y conocer la realidad en la que se mueve, la razón debe ser la que guíe al hombre. La tradición con su argumento de autoridad debe ser sometida al examen de la razón, la misma revelación no puede escapar a este examen. No es extraño que en la época restauracionista, después del Vaticano II, por no hablar de la lucha antimodernista, se hablase contra la Ilustración y se acusase de relativismo a todo lo que se movía.

El Concilio Vaticano II supuso un gran esfuerzo para no dar la espalda al nuevo paradigma surgido de la Ilustración y contemplar el mundo como un lugar teológico, desarrollar la exégesis bíblica para una mejor recepción de la Palabra de Dios, que no se escribió al dictado, y profundizar en una visión de la Iglesia como pueblo de Dios, recuperando la dignidad de todos los bautizados e intentando superar el clericalismo. El ser humano, en la actualidad, no está dispuesto a dejar de usar su razón y reivindica su autonomía. Esta característica está muy bien recogida en la frase del escritor católico británico Chersterton cuando dice: “La Iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza”. Respeto sí, sumisión acrítica no.

Los teólogos, que necesitan tener una gran preparación filosófica, tienen que hacer el gran esfuerzo de repensar la teología desde el nuevo paradigma surgido desde la Ilustación. Una mala comprensión de la tradición y la revelación no debe frenar esta labor tan urgente. Durante muchos años se ha frenado, en exceso, la labor de los teólogos. El teólogo no debe hacer carrerísmo ni teoideología sino teología. Muchos de los retos que van apareciendo en este incipiente caminar juntos o sinodalidad están frenados por una mala teología y una interpretación abusiva de la tradición. Fijémonos, como ejemplo, en la imposibilidad o no del sacerdocio de la mujer, celibato opcional, ejercicio del poder en la Iglesia y protagonismo de la Curia, moral sexual y social y tantos otros temas que necesitan ser repensados sin sombrero, pero con cabeza.

Cardenales

Hay dos fuerzas, una activa y otra reactiva, que impulsan o frenan la evolución o el devenir de la historia: una fuerza encargada de conservar lo existente revistiéndolo con una ideología que lo justifica y protege, y otra que intenta superar lo existente proyectando una situación nueva más deseable. Las dos fuerzas son necesarias para que la historia no se pare, o, por el contrario, descarrile por exceso de velocidad y falta de condiciones que posibiliten el cambio. ¿Se da equilibrio entre estas dos fuerzas?, ¿No se acude con demasiada frecuencia al miedo a que haya un cisma para evitar cambios?

Es difícil prever el futuro; sin embargo, hay una serie de cambios urgentes en una nueva comprensión doctrinal y en una praxis coherente, que necesita nuestra Iglesia; a no ser que quiera convertirse en un gueto cerrado. El ser humano ha llegado ya a un estado consolidado de conciencia, nos movemos en un paradigma con estas características:

Ya no se admite la desigualdad de derechos y deberes entre varón y mujer. Se reivindica que las mujeres tengan los mismos derechos en la Iglesia.

Las funciones que ejercen los diversos grupos en la organización de la Iglesia no llevan consigo que el poder y la toma de decisiones se reserven, en exclusiva, a los que ejercen determinadas funciones. Esto traerá consigo la superación del clericalismo.

El desarrollo de la autonomía lleva consigo la capacidad de ir descubriendo, individual o socialmente, lo que es bueno o malo. No se admite el dictado de lo que es bueno o malo, conforme o no con la moral, como una imposición que proviene de instancias exteriores. A Moisés no le entregaron los mandamientos escritos en una tabla, sino que, pensando, dialogando con los suyos y aprendiendo de las culturas del entorno, fue descubriendo las conductas que eran buenas para el pueblo.

La autonomía de la persona no supone un menoscabo de la grandeza de Dios. La persona se siente co-creadora y responsable de descubrir y llevar a término los planes de Dios sobre ella y toda la creación. A partir del Vaticano II un cristiano puede superar la aparente contradicción entre ser autónomo y ser creyente; se puede hacer una síntesis integradora y hablar de teonomía en la que Dios no niega la autonomía humana, sino que la da consistencia.

Nadie tiene en propiedad la iluminación del Espíritu, es un gran error restringir el soplo del Espíritu, se cuela por cualquier rendija. En este momento sinodal nos jugamos mucho.

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