"Jamás una Iglesia dominada por el miedo" Por una Iglesia en marcha

(Juan Azpitarte Olea, en Diario vasco).- Hemos comenzado un año más, que debemos aprovecharlo; no podemos perderlo inútilmente añorando el pasado y creyendo que poco o nada se puede hacer hoy desde una Iglesia en marcha y dispuesta a cambiar, dando pasos hacia delante. Cualquier observador mínimamente atento a su entorno descubre que hay sectores de la Iglesia en los que pesa tanto la nostalgia de épocas pasadas que les gustaría un cierto retorno al pasado.

Son cada vez más las comunidades en las que se aprecian acciones de repliegue y actitudes defensivas. El clima de inseguridad frente al futuro, la pérdida de la voz de la Iglesia activan los mecanismos de defensa.

Hasta tanto que uno de los grandes sueños tan esperados en la Iglesia, el Concilio Vaticano II, es visto desde la sospecha, incluso olvidando algunos textos básicos. Existe una confusión muy peligrosa y difícil de detectar. No es lo mismo la nostalgia del pasado que el retorno a las fuentes.

Aparentemente, los dos términos se parecen mucho, pero tienen poco que ver. La nostalgia del pasado implica un rechazo del presente, alimenta la convicción de que la seguridad se encuentra en reproducir los escenarios de antaño, en repetir sus ritos, en reconstruir un mundo que ya no existe. La incapacidad de mirar el horizonte estimula el regreso al pasado, donde se encuentra la seguridad.

Es verdad que el retorno a las fuentes tiene una mirada hacia el pasado, pero sus objetivos son distintos. No se trata de restaurar o de regresar a una época pasada, sino de ir a las raíces de los valores esenciales para actualizarlos en el presente. No persigue la seguridad sino la fidelidad. No tiene miedo del presente, sino que acepta vivirlo en plenitud.

El futuro sólo se abre ante los que confían en él y afrontan con fidelidad las fuentes, dando pasos hacia delante. Cuando en la vida estamos atentos a las personas, a los acontecimientos y vivimos encarnados en la realidad, escuchamos voces que piden un esfuerzo de retorno a las fuentes perennes como el Evangelio.

Un mensaje evangélico que se traduzca en hechos de conversión, en un mayor entusiasmo por el seguimiento de Jesucristo, en una visible pertenencia a una comunidad de fe, en una mayor claridad de mensaje y celebración, en gestos de más servicio, en una opción de vida más solidaria que permita compartir; en definitiva, en una mayor coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos.

'Un año más' para llevar adelante ese 'mensaje evangélico' que está en el corazón de la renovación del Concilio Vaticano II. Lo aprendimos, con ilusión, hace cincuenta años; sin embargo, lo sentimos como una necesidad siempre actual de hacer una Iglesia que cree y espera en el diálogo con el mundo presente, porque sabe que en él hay sembrada mucha semilla del Evangelio y que hay que detectarla.

Jamás una Iglesia a la defensiva, dominada por el miedo y la desconfianza. El mensaje evangélico que llevamos es un tesoro. Solo una Iglesia que vive en marcha y no se deja coaccionar puede acercarse a los hombres y mujeres del mundo de hoy y ofrecerles el Evangelio en toda su frescura y verdad.

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