Jesuita, sacerdote, sanador, formador y amigo Ignacio Boné Pina (1967-2018): El hombre con cinco vocaciones
(José María Rodríguez Olaizola, sj., en AyO).- Cuando este 24 de diciembre sus familiares, compañeros jesuitas y amigos dábamos el último adiós a Nacho Boné Pina, terminaba el despliegue de cinco vocaciones -al menos- que se fueron convirtiendo en historia.
La primera, la de jesuita. En su familia se sembró una educación religiosa, y en el colegio de El Salvador primero, y el centro Pignatelli, después, esa semilla se convirtió en intuición, y ésta, en llamada. Llamada a vivir el Evangelio en la Compañía de Jesús que, entonces, a finales de los años 80, vibraba en la estela aún reciente del padre Arrupe, y el deseo de trabajar por la fe y la justicia.
Esta vocación se enriqueció con una segunda llamada, al sacerdocio. A ser testigo, ministro y mediador de Dios en el pan y la palabra. Muchas veces a lo largo de los años ese ministerio, que ejercía con devoción y entrega, fue para otros fuente de encuentro con Dios. Supo hacer de sus palabras eco de la Palabra, y de sus gestos, memoria viva de quien se entregó...
Ha fallecido IGNACIO Boné SJ. Sentimos mucho esta gran pérdida.Una magnífica persona y un buen Jesuita. Lee su curriculum en este enlace: https://t.co/8wwPeFGm8k
— Pastoral de la Salud (@PSaludMadrid) December 27, 2018
Nuestra oraciones y abrazos @JesuitasESP@socialjesuitas@DanIzzzSJ@serjesuita@UCOMILLAS@ComillasPastor@alvarozsjpic.twitter.com/Vflk1Fbeel
La tercera vocación es la de sanador. Nacho empezó medicina ya antes de entrar en el noviciado jesuita. Su preocupación por los otros y su capacidad de empatía le hacía sensible a las heridas de quienes le rodeaban. Y dentro de ellas, eligió las más difíciles, las de la mente. Así, ya jesuita, terminó medicina, y se especializó en psiquiatría. Durante años acompañó muchas batallas contra esos fantasmas de dentro, tan complejos y destructivos. Muchas personas encontraron en él más que un médico, un acompañante.
La cuarta vocación de Nacho es la de formador. Y no solo porque en los últimos años sus superiores le destinasen a ser rector de los jesuitas en casas de formación, sino porque siempre tuvo una veta que era al tiempo provocadora y tierna. Enfrentaba a los otros con sus contradicciones. Ayudaba a las personas a hacerse conscientes de sus pies de barro. Pero no lo hacía con exigencia o dureza, sino más bien con humor y ternura.
La quinta vocación es la de amigo. Y quien dice amigo dice hijo, y hermano, tío, compañero, maestro... Todo su mundo relacional estuvo teñido de una profunda humanidad. En la acción de gracias el día de su ordenación, en Zaragoza, Nacho citó unos versos de Casaldáliga: «Al final del camino me preguntarán, ¿has vivido? ¿has amado? Y sin decir nada, abriré un corazón lleno de nombres». Visto ahora, desde este final del camino, uno querría gritarle que lo cumplió. Por el vacío que nos deja a quienes ya le añoramos. Por la huella que ha dejado en tantas vidas. Por cómo fue siempre punto de unión. Por la sonrisa que su memoria va a despertar...
Y ahí comienza la última vocación de Nacho, la sexta, que tendrá que cumplirse en nosotros: vivir a la altura de su recuerdo. Llegaste, doctor.
Remembering a dear friend and outstanding Jesuit priest, Ignacio Boné Pina, S.J., whose humanity and faith found expression in “five vocations.” https://t.co/TbVkymlYlO
— Matthew Carnes, SJ (@MCarnesSJ) December 26, 2018