Gregorio Delgado del Río ¿Maltrato a la religión?
Mucho me temo que su "pecado" y "el pesar que les devora" tenga que ver con la cercanía del fin definitivo de situaciones privilegiadas, con la certeza de que a sus habituales posiciones les "den de lao", con la evidencia de la pérdida de credibilidad y fuerza en la sociedad pluralista que vivimos, con la seguridad de un futuro cada día más oscuro para su viejo sistema. ¡Qué le vamos a hacer! Han secundado demasiadas resistencias a lo evidente. Llevan mucho tiempo mareando la perdiz y negándose a ser consecuentes con la innegable identidad del Estado. No han querido o no han sabido posicionarse a partir de este eje tan básico. No acaban de abandonar rancios planteamientos sobre su protagonismo verdadero en la sociedad. No superan el miedo que les produce la libertad de cada cual para confeccionar su propia carta personal (su propio menú), a la medida de sí mismo. ¡Esta es la realidad!
Creo -seguimos el pensamiento del papa Francisco en julio de 2013 en Copacabana- que vienen obligados a salir fuera, a la calle, al descampado; a abandonar la casa y la trinchera; a no permanecer encerrados en sí mismos; a olvidarse de la comodidad que proporciona lo establecido e instalado; a dejarse de alturas clericales y episcopales. Su deber es salir al encuentro del hombre moderno y evangelizarlo en el marco en el que éste se desenvuelve. Han de evangelizar una sociedad muy plural, amante de la libertad y la igualdad, que reclama del Estado una actitud de estricta neutralidad frente a lo religioso, esto es, que se comporte como un Estado laico.
En este marco general e irrenunciable para el Estado actual parece que no cabe, en su ámbito y con la utilización de sus instituciones, la enseñanza de ningún catecismo ni de los dogmas de religión alguna (adoctrinamiento). La escuela estatal no es para enseñar a ser buen católico, buen musulmán, buen judío, etcétera. Esa no es, sin duda alguna, la misión y finalidad de la escuela pública. No deberían, en consecuencia, extrañarse de las resistencias que, en el ámbito político y social, se encuentran a este respecto y que cada día serán más intensas. Si persisten -no importa los argumentos que manejen- en tal empeño, tienen asegurado -más pronto que tarde- el fracaso. La catequesis no tiene cabida en la escuela pública y ha de desplegarse en otro marco. Pueden organizarla como quieran, pueden concentrar en ella cuantas energías estimen oportuno, pueden, por cierto, aceptar la cooperación del laicado y de las familias. Pero, han de entenderlo y aceptarlo sin ambages, esa función es ajena al Estado laico y a sus instituciones.
Cosa muy distinta es la Historia de las religiones. Su objeto forma parte de la más elemental cultura general. Esta dimensión no es ajena al Estado, aunque sea laico. En este marco, la Iglesia puede cooperar a la implantación en la escuela pública de una dimensión obligatoria para todos los alumnos, al margen de la religión a la que se adscriban.