José Ignacio Calleja ¿Pedir disculpas o pedir perdón?

(José Ignacio Calleja).- Tal vez porque estamos en Navidad, me gustó ver negro sobre blanco la distinción entre pedir disculpas y pedir perdón. Lo había pensado docenas de veces.

Esas declaraciones que comienzan con un "pido disculpas por si alguien se hubiera sentido ofendido por mis palabras" o "si he podido ofender a alguien, le pido disculpas", suenan huecas de verdad.

Pedir perdón es otra cosa muy distinta; es comenzar reconociendo que he hecho el daño y que me gustaría de verdad haberlo evitado antes y me comprometo a no repetirlo en el futuro. El primero, pedir disculpas, es falso como los duros de plata que no conocí, mientras el segundo, pedir perdón, es un ejercicio de verdad y muy sentido. No sé por qué la sociedad más ilustrada y política recurre una y otra vez a la fórmula de las disculpas y evita directamente la del perdón. O mejor dicho, sí que lo sé; no hay verdadero reconocimiento del error y el mal causado.

Tal vez porque estamos en Navidad, pero es muy pertinente la diferencia y darle una vuelta por todos a este comportamiento. Se acabó el lenguaje diplomático cuando de lo que se trata es de enmendar un error y, si no, mejor callar. Veamos, se va un Presidente del Gobierno que deja una pastelada impresionante a cargo del país y todo termina con un "mis disculpas si a alguien he ofendido o decepcionado". Maravilloso, el país patas arriba en su estructura financiera (deuda pública) y política (democracia de los pueblos del Estado), y adiós, lo siento, pensión vitalicia, acomodo en algún Consejo público o privado, y a caminar.

Estalla un escándalo en el estamento judicial que alcanza al propio Tribunal Supremo, con sentencias que hoy son a y mañana b, y "lo sentimos de veras porque los ciudadanos se han podido sentir decepcionados". ¿Han podido sentirse? Por favor, no, no pueden entenderlo en ningún sentido, aunque estén explicándolo veinte juristas durante seis meses. Y no pueden entenderlo porque no tiene explicación y de donde no hay, nada se puede sacar.

O poco después sale a la palestra el Banco de España y dice que a lo mejor no acertó en la vigilancia que requería el sistema bancario español, sobre todo, sus cajas de ahorros, cuando se cebaba en la burbuja inmobiliaria hasta explotar como un animal empachado; hasta explotar las cajas y algún banco, que no sus directivos y consejeros. Y no es que el perdón resuelva nada en una crisis bancaria, inmobiliaria, empresarial o comercial, pero es que irse a casa, conservar el patrimonio personal y reconocer con cuentagotas lo horrorosamente mal que lo hicieron, no es de recibo.

No haré recuento de todos los daños y sujetos sociales que tienen pendiente pedir perdón en nuestra sociedad. Imposible. Recuerdan ustedes como se retorcía ETA para decirnos a los vascos algo así como "reconocemos el daño que hemos causado y lo sentimos" y "pedimos perdón a las víctimas ajenas al conflicto". Bonita fórmula cuando se quiere decir algo pero sin decirlo; no sea que las víctimas de tanta violencia se olviden de que el motivo fue una "lucha armada necesaria". Y no, el sufrimiento no iguala todas las causas. Y si alguien quiere saber mi opinión al caso, estoy por el acercamiento de los presos de ETA sin duda alguna, pero las causas no quedan igualadas por un relato sin victimas del terror.

No olvidaré por si alguien me lo echa en cara y con razón que también otros actores de la vida social y política han vivido en la corrupción más descarada y no pueden pasar página sin más. Llevamos años con la clase política, desde su más alta jefatura, y la silente gran empresa, enredadas en negocios que empiezan y terminan en el despilfarro de miles de millones de euros, sin que se vea el motivo legal y práctico claro. Antes he hablado de la carísima crisis de las cajas de ahorros, añadido debe quedar el recuerdo de algún banco otrora santo y popular; cerca está la crisis millonaria de las radiales en Madrid o la ciudad de la justicia en la misma capital, o de la plataforma petrolífera Castor que ha terminado clausurada, o del cementerio atómico en Castilla-La Mancha, o el Hiriko en Euskadi... ponga usted lo que recuerde y valga más de mil millones de euros, porque por menos no vamos a molestarnos en unas pocas líneas.

Y no dejaré de lado la política de renovación Constitucional de los pueblos en un Estado Social compartido y ágil. La crisis catalana, y las que subsigan, las ha abordado el Gobierno de turno con la lentitud de un paquidermo; no digo que es fácil, pero en diez años han logrado que se convierta en un problema casi inmanejable y próximo al colapso. ¿Alguien ha pedido sincero perdón por esta crisis política que vamos a entregar a la siguiente generación como una epidemia? No.

Y no terminaré sin mentar muy sinceramente el problema de la Iglesia a la que pertenezco, y los casos tan graves y tantos que nos afectan de pederastia. No soy quién para decir perdón, porque no represento a nadie. El protocolo jurídico y ético que este delito exige, cada vez es más claro para todos en la Iglesia; ya no hay quién pida condescender con silencios para acallar el escándalo. La Iglesia se juega casi todo en este envite. No es la única que está afectada por el problema, ni puede sustituirse la responsabilidad personal de los autores directos y encubridores, pero cuando se pida perdón, cuando una vez más se haga, que se pida perdón de verdad y con todas las consecuencias institucionales que el caso reclama. Quizá porque es Navidad sea más fácil caer en cuenta de la diferencia entre pedir disculpas y pedir perdón; propongo asumirla siempre y todos.

José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz
En El Correo, 27 de diciembre de 2018

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