"No puedo aceptar que la muerte sea la última palabra" Rafael Narbona: "Todos somos buscadores, peregrinos. Incluso los nihilistas. Es casi imposible vivir sin buscar un sentido a la vida"

Narbona y su libro
Narbona y su libro

"Cuando se habla de la Iglesia Católica, todo el mundo piensa en el Vaticano, pero yo creo que la verdadera Iglesia es la comunidad de los que se sienten identificados con el mensaje de los Evangelios"

"El místico del siglo XXI situará a Dios en el centro de su quehacer, sin renunciar a involucrarse en las cosas"

"La bondad, la honradez y la entrega a los demás son inversiones seguras. No producen beneficios materiales, pero generan un sólido bienestar interior"

"El retiro es necesario, pero no es menos urgente salir al encuentro de los otros. El místico del siglo XXI situará a Dios en el centro de su quehacer, sin renunciar a involucrarse en las cosas"

"En España, hay grandes pensadores católicos que desarrollaron su obra en el siglo XX: Xabier Zubiri, María Zambrano, Julián Marías. Hay que buscar el camino de la mística en los libros. Yo recomiendo volver a los clásicos"

"Si tuviera que escoger a una de las doce figuras que he comentado en mi ensayo Peregrinos del absoluto, elegiría a Etty Hillesum. Por su alegría"

"La mística parece cosa del pasado, pero nuestra conciencia no se conforma con habitar la realidad. Necesita comprenderla y atribuirle un sentido"

"Los padres se sienten ridículos hablando de Dios a sus hijos, pues desde distintas tribunas se repite que la religión pertenece a un pasado superado por la razón. La fe se ha convertido en un desafío"

"En España, se suicidan 3.000 personas al año. La estigmatización de la enfermedad mental contribuye a ello. Yo hace tiempo que aprendí a controlar mis emociones, distanciándome de ellas"

"Desde muy joven, he albergado profundas inquietudes espirituales. La muerte prematura de mi padre me hizo tomar conciencia de la fragilidad de la vida". Rafael Narbona, ensayista, crítico y escritor es, además, un explorador del sentido profundo de la vida. Ha publicado recientemente 'Peregrinos del absoluto'. La experiencia mística, en Taugenit Editorial. Asegura que la mística, aunque parece cosa del pasado, está presente en nuestra vida porque todos necesitamos atribuirle un sentido a la vida, la realidad no es suficiente.

Muy activo en la red, su postura le coloca en la diana de muchos ataques."No estoy dispuesto a dejarme intimidar, renunciando a mi libertad, asegura, no escribo para que me quieran, sino para expresar mi visión de las cosas". La realidad descansa sobre un fondo espiritual que solo los místicos han logrado captar y expresar"

Aunque parece que la mística se sitúa solo en la abstracción, asegura que, compañera del hombre en su momento, "el místico del siglo XXI situará a Dios en el centro de su quehacer, sin renunciar a involucrarse en las cosas". Hoy está de moda la espiritualidad y, en concreto, las enseñanazas del budismo, orientadas a la felicidad individual. Pero, "como decía Metz, Buda duerme, mientras Cristo grita. A veces, ser antiguo es la mejor forma de ser rabiosamente moderno".

Y nos da una sugerencia: "Para buscar a Dios hay que aprender a prescindir de lo superficial"

- ¿Se siente usted un poco intruso en un negociado tradicionalmente propio de clérigos y asimilados?

Entre mis amistades hay muchos sacerdotes y muchas monjas. Tengo muy claro cuál es su lugar y cuál es el mío. Desempeñamos funciones distintas, pero compartimos la misma esperanza. Cuando se habla de la Iglesia Católica, todo el mundo piensa en el Vaticano, pero yo creo que la verdadera Iglesia es la comunidad de los que se sienten identificados con el mensaje de los Evangelios. La fe no es un coto cerrado, sino un espacio de encuentro donde nadie está de más.

- ¿Cuál es el porqué profundo de su incursión en el tema de la mística?

Desde muy joven, he albergado profundas inquietudes espirituales. La muerte prematura de mi padre me hizo tomar conciencia de la fragilidad de la vida. A una edad en que la muerte ni siquiera se atisba como posibilidad, yo comprendí que todos viajábamos hacia un destino aciago. Esa perspectiva me produjo mucha angustia y aún hoy me inquieta, pues a lo largo de los años he perdido también a mi madre y a mis hermanos. No puedo aceptar que la muerte sea la última palabra. En los momentos de desesperación, solo he encontrado paz en determinadas experiencias estéticas con un gran contenido espiritual. Un oratorio de Bach, una pincelada de Murillo o un poema de Rilke me han hecho sentir que la belleza no es algo efímero, sino una forma de permanencia que nos salva de la finitud. La realidad descansa sobre un fondo espiritual que solo los místicos han logrado captar y expresar.

Libro
Libro

- Desde el título de la obra juega con la palabra Absoluto en mayúscula y en minúscula. ¿Por qué?

La mayúscula suele reservarse para Dios. Para santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Pascal o Kierkegaard, Dios es el único Absoluto. Por el contrario, Cioran cree que la nada es el absoluto. Bataille, discípulo de Sade, lo identifica con el erotismo y el crimen. Lo cierto es que el ser humano es un animal metafísico y tiene hambre de absoluto. Todos somos buscadores, peregrinos. Incluso los nihilistas, pues su idea de que todo es absurdo también constituye un absoluto. Es casi imposible vivir sin buscar un sentido a la vida.

- ¿En la cultura actual, hay espacio para que la gente normal se plantee las preguntas de sentido, las últimas preguntas?

Mientras exista, el ser humano se hará preguntas y buscará respuestas en la filosofía, la religión, la poesía, la música. Me cuesta trabajo hablar de “gente normal”. Suena algo despectivo. Parece que la humanidad se divide en sabios e ignorantes, pensadores y necios, artistas y mediocres. Todos los seres humanos se hacen preguntas. Kant organizó su pensamiento alrededor de cuatro interrogaciones: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre? Todo el mundo se plantea estas cosas. Eso sí, algunos resuelven estas cuestiones con respuestas simplistas, pero otros elaboran hipótesis complejas, intentando hallar respuestas más sólidas. El día en que el hombre deje de preguntar habrá renunciando a su esencia: la razón. Es improbable.

Narbona
Narbona

- ¿A qué cree usted que se debe el hecho de que muchos padres católicos (incluso practicantes) se sientan (y se vean) incapaces de suscitar en sus hijos la pregunta sobre Dios?

Desde la Ilustración, la idea de Dios se ha debilitado. Se empezó a identificar con algo irracional, con una superstición inspirada por el miedo, con un artefacto fabricado para oprimir y coaccionar. Cuando Nietzsche anunció que Dios había muerto, muchos interpretaron la noticia como una liberación. Sin embargo, el ser humano no tardó en echarlo de menos. Sin esperanza, vivimos en un páramo. Las víctimas inocentes no pueden esperar justicia y reparación. Las pérdidas se vuelven irreversibles. El cosmos resulta banal, pues queda reducido a un proceso absurdo sin otro horizonte que el colapso gravitatorio.

El ateísmo se ha convertido en el discurso dominante. El nihilismo goza del apoyo de la ciencia, que avala sus tesis, rebajando la existencia a simple fruto del azar y la necesidad. Los padres se sienten ridículos hablando de Dios a sus hijos, pues desde distintas tribunas se repite que la religión pertenece a un pasado superado por la razón. La fe se ha convertido en un desafío. Significa nadar contra la corriente, despertando la incredulidad y el menosprecio de la mayoría.

- ¿Ser místico en el siglo XXI es ser un tipo raro y de otra época?

Puede ser. Yo siempre me he definido como un hombre del siglo XIX, una época de crisis espiritual pero en la que aún nadie se tomaba a broma el problema de Dios. Pienso en Dostoievski, Tolstoi, Nathaniel Hawthorne, Herman Melville o Galdós, con sus novelas saturadas de preguntas existenciales. Vivir en el pasado es una forma de comprender que hay una continuidad ininterrumpida entre todas las épocas. No es una extravagancia, sino un gesto de responsabilidad, pues no debemos desperdiciar las lecciones de las generaciones anteriores.

En cualquier caso, lo espiritual sigue presente en el siglo XXI, pero bajo otras formas. La espiritualidad oriental está de moda. No es un fenómeno nuevo, pero disfruta de una simpatía generalizada. Se desprecia a los místicos cristianos, muchas veces grandes escritores, y se tributa admiración a las enseñanzas del budismo. El budismo es una tradición de enorme valor, pero está orientada a la felicidad individual. Como decía Metz, Buda duerme, mientras Cristo grita. A veces, ser antiguo es la mejor forma de ser rabiosamente moderno.

- ¿Cómo convencer a los jóvenes de que se puede ser bueno, honrado y hasta santo, sin dejar por ello de ser moderno y actual?

La bondad, la honradez y la entrega a los demás son inversiones seguras. No producen beneficios materiales, pero generan un sólido bienestar interior. Los verdaderos santos no son tipos oscuros que se martirizan con disciplinas y cilicios, sino hombres y mujeres embriagados por la alegría. Pienso en Juan XXIII, siempre sonriente. O en Edith Stein, canonizada como Santa Benedicta de la Cruz, asumiendo el trágico destino de ser asesinada en Auschwitz por amor a Dios y a su pueblo (era judía). O en Óscar Romero, que inmoló su vida por el pueblo salvadoreño. No eran seres atormentados, sino personas felices y equilibradas. Algo que no se puede decir de Hitler o Stalin. Sophie Scholl o Martin Luther King no han sido canonizados, pero su vida es completamente ejemplar. La santidad es fecunda. Siempre alumbra frutos. En cambio, el egoísmo, la frivolidad o la maldad desembocan invariablemente en el hastío y el malestar.

- ¿En medio del ruido y del consumo se puede buscar y encontrar a Dios? ¿Cuál es el camino más asequible hacia la mística?

La sociedad de consumo banaliza al ser humano, pues le crea la compulsión de adquirir cosas innecesarias. Para buscar a Dios hay que aprender a prescindir de lo superficial. Los místicos cultivan el retiro para despojarse de las bagatelas que lastran su existencia. Buscan el silencio y la soledad. Sin embargo, hay una mística activa que incluye la participación en los asuntos del mundo y que no exige alejarse de nuestros semejantes. Santa Teresa de Jesús pedía a sus hermanas que fueran como Marta y María. Y san Ignacio de Loyola habla de “contemplativos en la acción”. El retiro es necesario, pero no es menos urgente salir al encuentro de los otros. El místico del siglo XXI situará a Dios en el centro de su quehacer, sin renunciar a involucrarse en las cosas. El caso de Thomas Merton, ermitaño y activista de los derechos humanos, es un magnífico ejemplo de lo que significa ser místico en nuestros días.

- ¿Quién nos enseña hoy el camino de la mística, cuando los clérigos han perdido credibilidad, los filósofos están desaparecidos y los grandes creadores de opinión son los tertulianos?

Es una batalla desalentadora, pero aún hay esperanza. El Papa Francisco ha mejorado la imagen de la Iglesia, logrando que muchos de los que se habían alejado de ella se planteen volver para comprobar al menos si realmente corre un aire nuevo. Las reacciones de duelo que produjo la muerte de Casaldàliga también son un motivo para ser optimista. Es cierto que los filósofos han pasado a segundo plano, pero nos quedan sus libros. En España, hay grandes pensadores católicos que desarrollaron su obra en el siglo XX: Xabier Zubiri, María Zambrano, Julián Marías. Hay que buscar el camino de la mística en los libros. Yo recomiendo volver a los clásicos. Edith Stein, judía por nacimiento y atea en su juventud, se abrió a la espiritualidad tras leer el Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús. Mirar a los que sufren y tenderles la mano también es una forma de ser místico, pues implica salir de uno mismo en búsqueda del otro.

- De la panoplia tan selecta y variada de grandes místicos que presenta, ¿cuál le llega más hondo o se queda con un mix de todos ellos?

Si tuviera que escoger a una de las doce figuras que he comentado en mi ensayo Peregrinos del absoluto, elegiría a Etty Hillesum. Por su alegría. De hecho, he señalado que su espiritualidad es una mística de la alegría. Cuando se halla en vísperas de ser deportada a Auschwitz, escribe que cree en Dios y en el hombre, que la vida merece la pena, pese a todo. Simone Weil también me fascina, pero carece de la alegría de Hillesum. Veo mucha grandeza en la actitud de Etty, que se convierte en el corazón pensante de los barracones y anhela ser una esclusa del dolor ajeno. Su cercanía con Dios está impregnada de alegría, pero no de insensatez. Es una dicha serena, reflexiva, un rotundo sí a la vida desde la madurez y la esperanza.

- ¿Por qué, en España, la mística es mayormente castellana?

Quizás porque era la región con más dinamismo cultural y con mayor población. Casi todas las grandes universidades se hallaban en Castilla, que no era un páramo, sino un espacio de gran vitalidad cultural. Pienso que el paisaje también influye. La estepa se parece al desierto. Es un espacio que propicia la introspección y la meditación, el recogimiento y el silencio. Sus horizontes parecen infinitos e incitan a pensar. Yo suelo pasear por la estepa castellana y cada salida es un acontecimiento. El cielo, el viento, el silencio, me conmueven profundamente. Entiendo que surgieran tantos místicos en Castilla.

- ¿La pandemia está provocando búsqueda de lo esencial o, al menos, preguntas en mucha gente?

Creo que sí. De nuevo pensamos en la muerte y la enfermedad. Hemos descubierto que somos vulnerables y que la muerte es “un pobre instante”, por utilizar una expresión del poeta Joan Margarit. No creo que este momento de reflexión se prolongue. Apenas se restablezca la normalidad, la sociedad volverá a moverse por las mismas cosas. Sin embargo, la mística seguirá ahí, marginada, minoritaria, pero invitando a trascender lo inmediato. Aunque las banalidades atrapen la atención del ser humano, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte nos harán volver la mirada hacia Dios. Karl Jaspers sostenía que el sentimiento religioso brota en las situaciones críticas, cuando las preguntas se vuelven ineludibles. La mística parece cosa del pasado, pero nuestra conciencia no se conforma con habitar la realidad. Necesita comprenderla y atribuirle un sentido.

- Se prodiga usted mucho en Twitter, donde no tiene inconveniente en mostrarse tal cual es, sin ocultar siquiera su depresión. ¿No le da miedo el vértigo de las Redes y la falta de humanidad de los trolls?

Al principio me afectaba más. Soy uno de esos españoles que se identifican con figuras como Chaves Nogales, Julián Besteiro, Ortega y Gasset o Julián Marías. Un partidario de eso que se ha llamado la Tercera España, lo cual significa estar expuesto a los palos y exabruptos de los “hunos” y los “hotros”. No me siento a gusto con ninguna etiqueta política. En algunos aspectos, me considero socialdemócrata; en otros, liberal. Y no me desagrada la etiqueta de “anarquista conservador”. Hace mucho que renuncié a resolver estas contradicciones. Simplemente, me resigno a convivir con ellas.

Mi postura propicia los ataques. Poco a poco, he aprendido a soportarlos. No estoy dispuesto a dejarme intimidar, renunciando a mi libertad. Yo no escribo para que me quieran, sino para expresar mi visión de las cosas. Y eso tiene un coste. En cuanto a la depresión, creo que es muy necesario salir del armario. Usted habla de depresión tal vez por amabilidad, pero lo cierto es que me diagnosticaron trastorno bipolar. Es una clasificación que te convierte en un apestado, pese a que muchos escritores han padecido este desequilibrio: Virginia Woolf, Hemingway, Sylvia Plath, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, William James. El actor, director y escritor británico Stephen Fry ha reconocido abiertamente que sufre trastorno bipolar. Habla de ello con humor y desinhibición. Yo intento seguir su ejemplo.

En España, se suicidan 3.000 personas al año. La estigmatización de la enfermedad mental contribuye a ello. Yo hace tiempo que aprendí a controlar mis emociones, distanciándome de ellas. He publicado más de mil artículos en revistas prestigiosas, tres libros, he participado en obras colectivas y manuales. He sido profesor de filosofía durante veinticinco años. Actualmente, publico unos quince artículos al mes y tengo dos nuevos libros en camino. Creo que he derrotado al rompehielos que embistió contra mi cerebro. No siempre es así. El 15% de los bipolares se suicidan. Mi hermano fue uno de ellos. Hay que dar la batalla contra los prejuicios que marginan a los enfermos mentales, añadiendo a su dolor psíquico la incomprensión de una sociedad mal informada.

Rafael Narbona
Rafael Narbona

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