"Fratelli Tutti: cuando aparecen ideas poderosas que señalan una dirección" Reyes Mate: "La fraternidad, de Robespierre a Francisco"

De Robespierre a Francisco
De Robespierre a Francisco

"Fratelli Tutti tiene un tono humanista que le ha valido más de un reproche por parte de los católicos conservadores que se hacen de cruces leyendo las matizadas críticas al neoliberalismo o a la propiedad privada"

"Esta encíclica no es un caso más de teología progre. Va a hablar de fraternidad, pero de la fraternidad se puede hablar de dos maneras: inspirándose en Robespierre o en la parábola del Buen Samaritano"

"La diferencia entre Jesús y Robespierre es notable: para este la fraternidad es un asunto de justicia distributiva; para aquél, es la forma de que uno alcance la dignidad de ser humano"

"Lo original de este escrito es que, a diferencia de otros líderes mundiales, el objetivo no es que los más afortunados sean más solidarios sino que éstos rescaten la humanidad que han perdido en el camino"

"No lo tiene fácil Francisco. Reconoce en un momento que muchos, católicos o no, se negarán a seguirle porque no aceptan su lógica, su enfoque y, añade, 'si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía'"

Acaba de aparecer la última encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, un alegato a favor de la fraternidad como virtud política. La encíclica es un género literario de difícil ubicación: es un discurso cristiano, sí, pero dirigido a toda “persona de buena voluntad”. Puede conseguir, como en este caso, que irrite a creyentes conservadores y la aplaudan agnósticos aperturistas.

No se puede decir que las encíclicas hayan cambiado el rumbo de la historia, entre otras razones porque los católicos no se sienten obligados a cambiar sus prácticas políticas o económicas por lo que diga el Papa, pero no han sido inútiles porque venían a reforzar determinados valores humanistas, también defendidos por otros líderes mundiales, religiosos o laicos, que han hecho camino. Pensemos en causas como la de los emigrantes, el hambre en el mundo, la pena de muerte o el recurso a la guerra. En estos temas la voz del Papa ha estado del lado bueno.

Este tono humanista se mantiene en Fratelli Tutti y eso le ha valido más de un reproche por parte de los católicos conservadores que se hacen de cruces leyendo las matizadas críticas al neoliberalismo o a la propiedad privada. Con esto seguramente contaba el Papa Francisco. Mucho más interesantes son críticas como la de Massimo Cacciari, influyente filósofo italiano que fue alcalde de Venecia. Él, un agnóstico progresista, echa de menos una voz propiamente cristiana. Celebra, claro, que el mundo católico se sume a los ideales ilustrados de igualdad-libertad-fraternidad, tan denostados en otro tiempo por la Iglesia católica, pero lo que este mundo necesita no es repetir lo que ya sabe sino oír algo nuevo, una novedad cuyo secreto tiene el cristianismo y que se substancia, según él, en palabras tan provocadoras como mesianismo, profetismo o apocalipsis. La Iglesia debería poner punto final a su esfuerzo por hacerse perdonar sus errores históricos y hacer valer su propia tradición no contra (como antaño) sino a favor del hombre y del mundo.

Massimo Cacciari

Es de agradecer que alguien, agnóstico y moderno, reivindique esa tradición cristiana porque espera de ella ideas y propuestas innovadoras. En lo que, a mi entender, se equivoca Cacciari es en afirmar que Fratelli Tutti no lo hace. La novedad de esta encíclica es que libera al cristianismo de un síndrome de dependencia respecto a planteamientos progresistas y habla sobre los temas que interesan a la humanidad con voz propia. Este texto no es un caso más de teología progre. Va a hablar de fraternidad, pero de la fraternidad se puede hablar de dos maneras: inspirándose en Robespierre o en la parábola del Buen Samaritano. Fue Robespierre, en efecto, quien dio un golpe de Estado porque veía que la Revolución Francesa reservaba los ideales de igualdad y libertad a los ricos. Para dejar claro que también alcanzaban a los pobres, izó el marbete de la fraternidad, una exigencia excesiva, incluso para los revolucionarios, que se prestaron a arriarle tan pronto como pudieron.

Quien se benefició de la aquel cambio histórico fue el burgués, es decir, el propietario, no el pobre. El relato del Buen Samaritano también habla de fraternidad pero en un sentido muy diferente. Ese relato, uno de los más sorprendentes de la literatura mundial, es también uno de los más manipulados quizá porque en su literalidad resulta insoportable. Unos letrados judíos preguntan a Jesús, que va de buenista, por el alcance de la moral: ¿hasta dónde hay que llegar con las buenas obras? ¿basta con atender a los de casa o también hay que cuidar de los extraños?. Jesús no entra al trapo sino que les cambia la pregunta: antes de hablar del alcance de la moral hay que preguntarse en qué consiste ser bueno, algo que sus oponentes daban por hecho por el mero hecho de ser judíos. Y para responder a esa pregunta les cuenta la conocida historia del Buen Samaritano: ser bueno consiste en hacerse prójimo, es decir, en aproximarse al caído. No pone el acento en la buena obra sino en el hecho de que gracias a la buena obra nosotros nos hacemos buenos, es decir, prójimos. La compasión nos convierte en seres humanos. No nacemos sujetos morales sino que lo tenemos que conquistar haciéndonos cargo del otro necesitado. El que aquí gana es el que da.

Papa Francisco

La diferencia entre Jesús y Robespierre es notable: para este la fraternidad es un asunto de justicia distributiva (los bienes revolucionarios deben llegar a todos); para aquél, es la forma de que uno alcance la dignidad de ser humano. La fraternidad o la compasión no es una materia optativa sino el punto de partida de una nueva humanidad. Y esa es la palanca desconocida que Francisco rescata del cristianismo para ponerla en manos de la gente de buena voluntad. Lo original de este escrito es que, a diferencia de otros líderes mundiales, no apela a buenos sentimientos para dar una respuesta humanitaria a la pobreza, la emigración o las guerras. El objetivo no es que los más afortunados sean más solidarios sino que éstos rescaten la humanidad que han perdido en el camino.

En la fraternidad, según Francisco, dependemos del otro más que él de nosotros. Para captar la novedad de esta interpretación recordemos que, en el lenguaje ordinario, llamamos prójimo al caído, al pobre, al necesitado. Aquí es al revés: el prójimo es el que se aproxima, el samaritano. La compasión nos convierte en prójimos y eso, además de ayudar al otro, nos salva a nosotros mismos.

No lo tiene fácil Francisco. Reconoce en un momento que muchos, católicos o no, se negarán a seguirle porque no aceptan su lógica, su enfoque y, añade, “si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía”. Lo grave del asunto es que su lógica, que es la compasión samaritana, es la del fundador del cristianismo, extraña a los propios cristianos. Por eso no cabe hacerse ilusiones sobre la eficacia del texto papal. Hay una viñeta de El Roto donde aparece un predicador en un campanario gritando “El Papa ha dicho que el capitalismo es malo ¡¿y ahora que va a pasar?!. Nada”. No hay por qué compartir tanto pesimismo. La historia avanza cuando aparecen ideas poderosas que señalan una dirección. Esta de la fraternidad es una de ellas, sea en la versión de Robespierre o, más aún, en la de Francisco.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el día 18 de octubre del 2020

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