"Los ricos y su riqueza son los responsables de todas las guerras del mundo" Ricos contra pobres: Treinta y cuatro aniversario de los mártires de la UCA salvadoreña

Treinta y cuatro aniversariio de los mártires de la UCA salvadoreña
Treinta y cuatro aniversariio de los mártires de la UCA salvadoreña

"En aquella noche del 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados seis jesuitas, en su casa, en su comunidad de la UCA, junto a la señora que los cuidaba, Elba y a su hija, Celina de apenas 16 años"

"Fue el ejército que, dicho sea de paso, lo que hizo durante toda la guerra es asesinar a los pobres, apoyado y financiado por los que siempre financian a los ricos, los Estados Unidos de América"

"La guerra salvadoreña y el asesinato de los jesuitas no fue una guerra civil normal, era la guerra de los ricos contra los pobres. Los ricos y su riqueza son los responsables de todas las guerras del mundo"

"¿Qué dirían hoy nuestros mártires cuando vieran los miles de muertos en Palestina, o en Yemen, o en Siria, o en Ucrania, o en muchos de Africa?"

Nos acercamos un año más al aniversario de nuestros mártires de la Uca, vamos a celebrar juntos un nuevo 16 de noviembre, donde no sólo recordaremos, como cada año, a nuestros mártires, sino donde renovaremos la experiencia evangélica de unos hombres y mujeres, que dieron la vida por causa del evangelio, unos hombres y mujeres, que como ha dicho Jon Sobrino, refiriéndose a ellos, son “mártires por la justicia”, mártires por defender lo que tanto Monseñor Romero como miles de salvadoreños y salvadoreñas han defendido: que Dios es Padre de todos, que Dios no admite la pobreza, y que todos somos iguales por ser hijos e hijas  del mismo Dios. Esa fue la única causa de su delito: decir que Dios nos quiere a todos como hijos e hijas, y decir que la fe solo tiene sentido cuando se vive desde la fraternidad. En los mártires de la UCA, como en el resto de los mártires salvadoreños vemos la causa del mártir Jesús de Nazaret: el reconocimiento desde la fe en un Dios que es nuestro Padre, y que precisamente por eso todos tenemos la misma dignidad por ser hijos  de Dios.

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En aquella noche del 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados seis jesuitas, en su casa, en su comunidad de la UCA, junto a la señora que los cuidaba, Elba y a su hija, Celina de apenas 16 años y fueron asesinados en plena ofensiva del ejército, cuando la ciudad estaba tomada por él, y lo hicieron de manera impune, incluso diciendo después “que el ejército no se había enterado”, y queriendo culpar de esa manera cruel a la misma guerrilla, cuando como digo toda la ciudad en aquel momento estaba tomada por el ejército. 

Un ejército que, dicho sea de paso, lo que hizo durante toda la guerra es asesinar a los pobres, asesinar a los que no tenían nada, que eran la mayoría de los salvadoreños, en aquel momento. Un ejército apoyado y financiado por los que siempre financian a los ricos, los Estados Unidos de América, que bajo el disfraz de querer ayudar siempre apoyan a los mismos, a los poderosos, a los ricos. El ejército salvadoreño financiado por los Estados Unidos, hizo lo que solían hace entonces todos los ejércitos, asesinar a los pobres, asesinar a los débiles.

La guerra salvadoreña y el asesinato de los jesuitas no fue una guerra civil normal, no había en esa guerra ideologías de ningún tipo, aunque así se quería vender y se ha vendido después. No era la lucha contra los “comunistas” representados por la guerrilla, y por los jesuitas de la UCA. Era la guerra de los ricos contra los pobres. Era la opresión del dinero la que humillaba y mataba diariamente a miles de salvadoreños y salvadoreñas, cuya única idea y móvil era solo intentar vivir, o mejor dicho poder vivir de manera digna, con todas sus familias.

"No fue un motivo ideológico, como en casi ninguna de las guerras, fue un motivo económico. Los ricos y su riqueza son los responsables de todas las guerras del mundo"

Es conocido que el pequeño país de El Salvador es probablemente de los países más injustos y desiguales del planeta, donde entonces y ahora son los ricos, minoría minoritaria (siempre se ha dicho que siete familias tenían la riqueza de todo el país), los que oprimen y crucifican a los pobres. Y cuando los pobres se levantan y dicen basta ya, es todo el poder opresor de la riqueza, el que va contra ellos. La riqueza, representada en los poderosos del país, asesinó a Monseñor Romero, y fue la misma que asesinó a miles de salvadoreños, y por supuesto a los jesuitas de la UCA. No fue un motivo ideológico, como en casi ninguna de las guerras, fue un motivo económico

Los ricos y su riqueza son los responsables de todas las guerras del mundo, porque todas las guerras son originadas por los mismos, pero se las disfraza de motivos ideológicos e incluso de motivos religiosos. A los jesuitas de la UCA no los asesinaron por que defendían una ideología, o porque eran simplemente “cristianos”, los asesinaron porque lo que defendían era la justicia. No fueron mártires por la fe sino que fueron mártires por la justicia. Su defensa era la de los derechos humanos para todos los salvadoreños y para todas las personas del mundo, aunque es evidente que su seguimiento de Jesús les imponía de modo decisivo ese compromiso por la justicia.

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Precisamente por seguir el proyecto de Jesús, que El llamó del Reino de Dios, es por lo que estaban comprometidos con la justicia social, no con un partido político. Su única actuación política era la que emanaba de la lectura del texto de Mt 25, 31-45: “tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, estuve en la cárcel o enfermo y fuisteis a verme”. Su actuación política se basaba en ver en el pobre, en el desamparado, en el deshauciado por los ricos a un ser humano, a un hermano que me necesita. El pobre es el rostro del Dios crucificado en Jesús de Nazaret, y esa fue sin duda su único pensamiento.

A los jesuitas de la UCA los asesinó el poder del dinero, el poder de unos pocos, el mismo poder que mató a Jesús de Nazaret, que mató a miles de salvadoreños, y que sigue matando a millones de seres humanos en muchas partes de nuestro mundo. Esa injusticia es la que los jesuitas, con el Evangelio en la mano, y dese ese mismo evangelio, criticaban, y esa denuncia de la injusticia fue lo que sin duda alguna, les costó la vida. 

Por eso, después de treinta y cuatro años su causa y el motivo de su vida, sigue siendo actual, porque nuestro mundo continua asesinando a los pobres, porque la riqueza de los más ricos continua siendo la causa de todas las guerras del planeta. Los ricos tienen mucho que defender, y por eso cuando los más pobres salen a la calle, son aplastados con el poder de las bombas y de los tanques.

"Su actuación política se basaba en ver en el pobre, en el desamparado, en el deshauciado por los ricos a un ser humano, a un hermano que me necesita"

La causa de los jesuitas permanece viva y actual porque su causa es la defensa del débil y del pobre. Su única arma era el diálogo y la denuncia de la injusticia. Y todo su empeño se basaba en releer el mismo evangelio de Jesús desde esa misma causa. Se les acusaba de incitar al desorden, a la revolución, como ya se acusó a Jesús. Se les acusaba de que para ellos la fe era motivo de lucha, una fe que solo basaban en el reconocimiento de los derechos para todos. 

¿Qué dirían hoy nuestros mártires cuando vieran los miles de muertos en Palestina, o en Yemen, o en Siria, o en Ucrania, o en muchos de Africa? ¿Qué dirían cuando vieran que los pobres siguen siendo aplastados por el poder de la riqueza y del dinero?

Monseñor Romero, el obispo del pueblo, canonizado desde el mismo momento de su asesinato por el pueblo, seguiría apoyando y diciendo lo que dice el mismo himno salvadoreño que compuso el músico y cantautor Guillermo Cuellar, unos pocos meses antes de que Romero fuera asesinado, que al mártir Romero le gustó mucho y que se ha adoptado como canto del Gloria en la misa popular salvadoreña, vinculada a la celebración del Divino Salvador del Mundo, patrono de el Salvador: “Por ser el justo y defensor del oprimido, porque nos quieres y nos amas de verdad, venimos hoy todo tu pueblo decidido, a proclamar nuestro valor y dignidad”. “Pero los dioses del poder y del dinero se oponen a que haya transfiguración, por eso ahora vos, Señor, sos el primero en levantar tu brazo contra la opresión”. Estas palabras del himno fueron las que citó precisamente Romero en su última homilía del 23 de marzo de 1980, antes de ser asesinado. 

Esos “dioses del poder y del dinero” son los que mataron a los jesuitas, a “toda la familia de Jon Sobrino”, como diría el mismo al poco tiempo de enterarse del asesinato. Y no solo era la familia de Jon Sobrino, sino también la familia para muchos pobres de El Salvador que encontraban en ellos un motivo para seguir creyendo en el Jesús del Evangelio, y para seguir luchando por hacer de su pueblo, de este pequeño país centroamericano, un lugar donde todos pudieran vivir dignamente. 

Por eso, este año como los últimos treinta cuatro años, desde que los asesinaron, se siguen reuniendo los “pobres” de El Salvador para rendir el homenaje merecido a sus mártires. Se reúnen para gritar con voz potente que sus vidas siguen siendo modelo para todos, que son también santos para el pueblo porque han derramado su sangre por él, porque han dado su vida por denunciar la injusticia y proclamar la dignidad de todos.

En la procesión de los farolillos que se lleva a cabo cada año, con motivo de su aniversario, hay un deseo de proclamar que ellos siguen siendo luz para muchos de los hogares salvadoreños, siguen diciendo que no han muerto como querían y quieren los ricos del país, sino que siguen estando vivos no solo en el corazón de cada uno de ellos, sino en cada una de las casas y de las familias del país. Siguen diciendo que su vida es ejemplo para cada uno de ellos y que por muchos años que pasen nunca les van a olvidar. 

Los mártires de la UCA nos siguen diciendo que merece la pena seguir e proyecto de Jesús de Nazaret, que es un proyecto que nos puede hacer a todos felices, porque nos hace reconocer que todos somos hermanos, y no hay nada más bonito para cualquier persona que reconocer esa fraternidad y dignidad universal de todos . Nos siguen diciendo que son modelo de vida y seguimiento cristiano para cada uno de nosotros. Siguen denunciando la injusticia que aún pervive en este pequeño país. 

La fuerza devastadora del ejército salvadoreño, en unión con la fuerza cruel de los Estados Unidos, no hizo sino acelerar el final del enfrentamiento civil. La guerra salvadoreña comenzó con el asesinato del mártir Romero, a pesar de las llamadas que había hecho el propio Monseñor antes de ser asesinado, y terminó con el asesinato de la UCA, porque uno y otro genocidio marcó algo irreparable en la sociedad salvadoreña y hasta mundial: esos crímenes fueron de un escándalo de tal magnitud que el mundo entero se conmovió con ellos. Ambos sucesos crueles no hicieron sino demostrar al mundo la única realidad que se vivía, y aún se vive, en El Salvador: que la riqueza es la causa de los enfrentamientos, las guerras y las injusticias en todo el mundo, y que los cristianos estamos llamados a denunciarlas. 

"Deberíamos dejar de llamarnos seguidores de Jesús, cristianos, si seguimos consintiendo esa injusticia en nuestro mundo. Este genocidio no invita a tomar partido, nos invita a ir en ayuda de los que son más maltratados"

El compromiso creyente de los jesuitas de la UCA hasta el final, nos demuestra cada año, que solo podemos ser fieles al seguimiento de Jesús si nos tomamos en serio el amor al hermano y la defensa del débil. Nos sigue denunciando su vida cada día, y nos sigue llamando a una conversión profunda en el seno de nuestra Iglesia. Y lo hace de tal modo que hasta deberíamos dejar de llamarnos seguidores de Jesús, cristianos, si seguimos consintiendo esa injusticia en nuestro mundo. Este genocidio no invita a tomar partido, nos invita a ir en ayuda de los que son más maltratados, nos invita a ser y hace lo que hacía San Romero de América: “ser voz de los sin voz”.

Un año más celebramos con orgullo y alegría este acontecimiento, aunque llenos de tristeza, porque estos crímenes siguen estando impunes. Nos llena de alegría haber podido compartir con los jesuitas, y con Elba y Celina un mismo acontecimiento: la fe en Dios Padre-Madre común de todos, y la llamada al compromiso desde la fe. El papa Francisco desde el comienzo de su pontificado, sigue haciendo presente también esta llamada al compromiso,  llamada a hacer de la Iglesia una comunidad fraterna y misericordiosa, donde todos podamos estar, y a hacer de esa comunidad una familia comprometida entre los más necesitados. El papa apela a ponernos de parte de los colectivos más débiles, especialmente de aquellos que salen de sus países buscando poder vivir, y son enterrados en el mayor cementerio de nuestro mundo, como él mismo dice, en el cementerio del mar.

Una vez más conmemorar y celebrar el aniversario del martirio de los jesuitas, nos debe llevar a preguntarnos qué hacemos como Iglesia para defender a los pobres, nos debe llevar a preguntarnos qué lugar ocupan os pobres en nuestras asambleas; nos debe llevar en definitiva a reformar nuestras comunidades y hacer de ellas comunidades militantes en pro de un mundo mejor y más feliz al estilo del evangelio. Nos debe llevar a reconocer que lo único importante en la vida de la Iglesia es lo que hacemos, que o la fe nos lleva a cambiar de vida o no es fe. O lo que es lo mismo, y aparece también en el evangelio, nos debe llevar a no separar el amor a Dios, a quien no vemos, del amor al prójimo, con el que cada día compartimos nuestra vida. Debemos revisar si nuestras comunidades son o no comunidades samaritanas, que buscan siempre el bien  y la dignidad de todos. 

"Una vez más conmemorar y celebrar el aniversario del martirio de los jesuitas, nos debe llevar a preguntarnos qué hacemos como Iglesia para defender a los pobres. Un año más GRACIAS, gracias a todo el pueblo salvadoreño por su empeño en seguir luchando cada día"

Un año más GRACIAS, gracias a todo el pueblo salvadoreño por su empeño en seguir luchando cada día, y especialmente gracias a nuestros mártires, sin ellos no tendría sentido poder seguir luchando. Ellos nos han aventajado primero, pero su causa sigue viva. Y nos unimos a las palabras de Monseñor Romero: “Si me matan, morirá un pastor, pero la Iglesia que es el pueblo seguirá siempre viva”. Mataron a los jesuitas, pero siguen resucitados en el pueblo, junto a Monseñor, junto a los asesinados en esos años, y junto al Jesús, también resucitado, que sigue presente en nosotros y en cada pueblo, cada vez que vivimos y actuamos como El actuó, a pesar de que eso nos pueda costar la fama, el puesto  y sobre todo la propia vida. 

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