"La cárcel es un lugar privilegiado de presencia de Dios" Silencio y adoración en la cárcel de Navalcarnero: desde el sufrimiento a la vida

" Decir que la cárcel es un lugar privilegiado de experiencia de Dios, puede parecer exagerado, pero no en vano, en semana santa, recordamos y actualizamos la condena a muerte de un preso, de un delincuente, que es tratado como tal por las autoridades religiosas y civiles del momento"
" El momento de perdón fue importante al comenzar la celebración, porque además todos rezamos juntos que Dios cuenta con nosotros cada día, que somos sus manos, sus pies, sus labios"
"En el momento antes de la consagración, yo hice lo que me gusta hacer todos los años, renovar mi compromiso sacerdotal, allí en la cárcel, lo vengo haciendo los últimos dieciséis años"
"Días especiales como cada año los vividos en la cárcel durante la semana santa, días de encuentro profundo con Dios y con el resucitado, días donde desde el dolor más profundo hemos palpado también la vida"
"En el momento antes de la consagración, yo hice lo que me gusta hacer todos los años, renovar mi compromiso sacerdotal, allí en la cárcel, lo vengo haciendo los últimos dieciséis años"
"Días especiales como cada año los vividos en la cárcel durante la semana santa, días de encuentro profundo con Dios y con el resucitado, días donde desde el dolor más profundo hemos palpado también la vida"
| Javier Sánchez, capellán de la cárcel
Si decidiéramos celebrar la semana santa en un sitio especial, donde nos parece que mejor se podría vivir la muerte y resurrección de Jesús, quizás, a primera vista, nunca pensáramos en hacerlo en la cárcel, porque parece como que la cárcel no es ni un lugar religioso, ni desde luego un lugar donde se pueda vivir esa experiencia con intensidad y profundidad. En la cárcel están personas que han cometido delitos, de experiencia religiosa dudosa o casi nula, y desde luego donde el grado de implicación de las personas que están allí no es el adecuado. Nosotros siempre, cuando llegan estos días, sin embargo, intentamos invitar a personas de otras comunidades cristianas para que puedan vivir esa experiencia con los chavales de la cárcel, y tengo que decir que siempre los resultados y las opiniones de quien acceden a ir, son no solo beneficiosos sino que todos quedan maravillados.
Decir que la cárcel es un lugar privilegiado de experiencia de Dios, puede parecer exagerado, pero no en vano, en semana santa, recordamos y actualizamos la condena a muerte de un preso, de un delincuente, que es tratado como tal por las autoridades religiosas y civiles del momento. El delincuente Jesús de Nazaret es ajusticiado, asesinado, como lo eran los mayores bandoleros de la época: es crucificado porque la muerte en la cruz es una muerte lenta, dolorosa, y según las autoridades judías, sobre todo, los maleantes importantes no podían morir en el instante, sino que tenían que hacerlo lentamente, porque así el sufrimiento era mayor.

Y además es una muerte que sirve como escarmiento al resto de los delincuentes que puedan contemplar la escena. Por tanto, si el ajusticiado es un delincuente, que ha estado preso, que ha sido injuriado por sus múltiples delitos, que dicen las autoridades religiosas, y que va a ser crucificado, está claro que los que pueden entender mejor a este delincuente, son otros delincuentes como él.
El ajusticiado Jesús de Nazaret, crucificado por sus delitos, es entendido por eso de modo especial por los crucificados presos de la cárcel de Navalcarnero. Y desde luego que esta especie de simbiosis se percibe perfectamente cuando se pisa el lugar sagrado, la tierra santa de la cárcel. Dios se muestra presente en los dolores y sufrimientos de los presos, como se hizo presente en los dolores y sufrimientos del preso Jesús de Nazaret. De ahí que la cruz para los presos sea una realidad que se palpa a cada momento entre las rejas de la cárcel, y especialmente, en estos días santos, nos hacen percibir una presencia especial del “Dios crucificado”, del que habla Moltman; ese Dios que habla y se percibe en los sufrimientos, lágrimas y encrucijadas de cada uno de los presos de la cárcel.
Una vez más, y quizás en contra de lo que muchos sectores hasta de la Iglesia creen y proclaman, la cárcel es un lugar privilegiado de presencia de Dios, porque solo desde el compartir el dolor, el sufrimiento y la cruz, es desde donde se puede percibir al Dios de la vida, al Dios resucitado, al Dios Padre-Madre de Nuestro Señor Jesucristo. De ahí que la cárcel, no sea “una sucursal de Dios”, sino utilizando ese lenguaje que algunos utilizan, la cárcel sea “la central de Dios”. En cada lágrima, en cada gesto de ternura, en cada abrazo, en cada cruz se percibe la cruz de Jesús, y se percibe la llamada a “bajar de la cruz” a tantos crucificados que allí se encuentran.
Pues un año más, algunos hemos tenido la suerte de poder celebrar la semana santa, lo que llamamos el Triduo Pascual, en este lugar especialmente santo, dolorido y sufriente, pero a la vez lleno de vida y de esperanza, y abierto al futuro del evangelio, un evangelio que solo los pobres de este mundo, entre los que están los presos, son capaces de percibir y disfrutar.

Comenzamos nuestra semana santa con la celebración del domingo de Ramos, un domingo especial para todos pues además de ser el inicio de esta semana especial, contemplamos a Jesús que, a lomos de un borrico, es contemplado como rey. Es evidente que en la cárcel se depura toda la parafarnalia que se da en otras parroquias con respecto a los ramos, pero lo que sí que celebramos en este día allí es descubrir que Jesús es importante para nuestras vidas, que es un Dios cercano y que se hace cercano en muchas de nuestras situaciones. Este año hicimos la bendición de los ramos en el vestíbulo de la zona llamada “sociocultural”, porque éramos menos que otros años, y desde luego fue un momento de hacer de Jesús ese centro de la vida de cada uno.
El Salmo que luego rezamos en la celebración, como siempre entre todos y que luego fuimos haciendo eco, nos invitaba a “poner nuestra vida en manos de Dios, y a reconocer que Dios nos comprende”, a través de tantos gestos de humanidad y de expresión de cariño que tenemos en la cárcel y con nuestras familias. La petición de la oración final era una invitación a sentirnos solidarios con todos y a vivir esos días santos desde el encuentro con Dios y con los demás: “que sintamos tu pascua, tu paso por nuestras vidas y por la de nuestras familias. Que seamos solidarios con los que sufren y podamos resucitar contigo, haciendo posible que en este lugar de dolor y de cruz pueda brotar la vida”.
El jueves santo comenzamos la celebración de nuestro triduo pascual, y ese dia habían venido personas de otras comunidades cristianas para celebrarlo con nosotros. El lema que, en un bonito cartel había preparado uno de los chavales decía: “Solidarios desde el servicio”. Y la reflexión que queríamos hacer en este día giraba en torno a cómo el poder es la causa de guerras, violencias y envidias, y cómo Jesús nos hacia ver una nueva forma de poder desde el servicio. Reconocer que todos somos iguales es siempre algo fundamental en el centro penitenciario, reconocer que por encima de nuestros delitos y equivocaciones todos seguimos siendo personas y no perdemos nuestra dignidad como tales.
Es siempre una lucha fundamental reconocer esto, en el tratamiento de los presos, en la actitud que todos podemos tener hacia ellos, y en el reconocimiento de cada uno de los derechos que tenemos todos como personas, independientemente de nuestros delitos. La prepotencia se lleva a cabo en este lugar a veces de manera desmedida y es necesario que el respeto se lleve a cabo por todas las partes, salvando todas las medidas de seguridad necesarias evidentemente, pero sin perder esa realidad: todos somos personas, y además como cristianos mantenemos y defendemos que todos somos hijos de Dios. En este día reflexionamos acerca de esa igualdad, y así la celebramos; demostrar que el poder que todos tenemos es importante, pero unidos a un Jesús servidor que lava los pies de los discípulos, y desde ese gesto, nos invita a hacer también nosotros lo mismo, aquí en la cárcel.

El momento de perdón fue importante al comenzar la celebración, porque además todos rezamos juntos que Dios cuenta con nosotros cada día, que somos sus manos, sus pies, sus labios y que depende de todos el ambiente que se cree en la cárcel, de poder humillante y opresivo como casi todos los poderes del mundo, o de servicio, de acogida y de ayuda a todos, especialmente a los más débiles. Rezamos juntos el salmo uniéndonos a la petición de reconocer “que en el módulo sepa estar cercano a todos, que sepa llorar con los que lloran y reir con los que rien”. El evangelio del lavatorio de los pies, la reflexión posterior y el gesto del lavatorio de los pies, marcó sin duda toda nuestra celebración.
Tras escuchar las palabras del evangelio de San Juan en este día, hicimos juntos la reflexión personal de lo que significa ese gesto del lavatorio que hace Jesus, y que quizás en nuestros días pueda quedar un poco como “desfasado”, porque hoy no se lleva a cabo en nuestra sociedad, a diferencia de lo que se hacia en la sociedad del tiempo de Jesús. Nuestra reflexión partió de las situaciones concretas que me impiden servir a los otros en la cárcel, quizás nuestro orgullo, a veces nuestro odio o en ocasiones no saber que hacer. El estar disponible a los otros nos parecía algo fundamental en este sitio donde ahora vivíamos, y a la vez tomar conciencia de algo que a todos nos cuesta: sentir que alguien también nos ha lavado a nosotros los pies, y nos ha ayudado en la cárcel.
Ahí, en este punto, fueron muchos los chavales que intervenían diciendo que en la cárcel todos nos intentábamos ayudar, que por encima de lo que a veces se pensaba, en la prisión hay en general un ambiente de ayuda. Y es algo que también yo puedo corroborar: el dolor humaniza siempre y nos hace estar cerca de los débiles. Son muchos los que a menudo me dicen que visite a compañeros porque necesitan algo concreto, desde ropa, peculio o simplemente hablar para tener un rato de escucha. Pero también constatamos que a veces nos cuesta servir a los demás porque quizás no se portan bien con nosotros, porque también hay muchas actitudes de desprecio dentro de la cárcel, tanto entre los funcionarios como entre los propios chavales.
Después de esta profunda reflexión, tuvo lugar un momento muy especial de cada año: el lavatorio de los pies. Cada uno levantaba la mano para que yo como cura fuera a lavarle los pies, pero en ocasiones era yo el que invitaba a que alguien se dejara lavar. Impresionante lavar los pies de los crucificados, desde un silencio que todo lo invadía, y que solo lo llenaban los cantos o el relato de un poema que hace años compuso, Alfonso, una de nuestros voluntarios ya fallecidos y que cada año al escucharlo nos hace vibrar profundamente. Eran pies cansados, pero llenos de vida, eran pies de sufrimiento los que íbamos lavando, y pies de todo tipo de nacionalidades, culturas y colores. Pero eran pies de seres humanos que cada día descubro que me necesitan, que nos necesitan para poder andar. Es verdad que al lavar los pies de cada uno de ellos yo tengo una ventaja porque conozco muchas de las historias que están detrás de ellos y eso me hace que eso hace que sea un momento especial de oración y de adoración.

Lavar los pies de Jose, uno de los chavales toxicómanos, que hace pocos días, el cuarto domingo de cuaresma cuando proclamamos el evangelio del hijo pródigo fue para mí muy especial en este día porque me recordó a mi padre. Llame una vez “alhaja” a Jose en el módulo y él se echó a llorar porque decía que así le llamaba también su padre; yo siempre en este día lavaba los pies en la parroquia a mi padre, porque para mí era un compromiso especial de servicio el que tenía que hacer cada día cerca de él. Este día lavar los pies a Jose fue lavar los pies de nuevo a mi padre, que ya no está conmigo, pero que sigo sintiendo cerca; era como prolongar el servicio a mi padre, ya en brazos de Dios, ahora en el servicio a Jose y a cada uno de los chavales de la prisión. Confieso que unas lágrimas de emoción cayeron por mi rostro y luego, después del beso del pie, fue Jose el que me dio un fuerte abrazo, y en ese abrazo sin duda la sonrisa de mi padre, y desde luego del mismo Dios.
Esa adoración y servicio siguió lavando los pies de Felix, de Erlan, de Paul, de Abel, de Carlos… y de tantos otros que iban llenando mi corazón y también el de Dios. El momento diferente fue también cuando me lavaron los pies a mí, y cuando sentí que yo también necesitaba de los demás; que sea un preso el que te lava los pies te hace sentir que yo no soy el importante, que yo soy como ellos, que a la cárcel yo voy también a llenarme de vida, que o también les necesito a ellos para vivir como cristiano y por supuesto como cura. El Dios servidor de todos se hizo presente en ese gesto y comprendí lo que a veces nos cuesta comprender: “si no nos dejamos lavar, no tenemos parte con Jesús”, si no me dejo lavar yo también los pies por el Jesus presente en los chavales de la cárcel yo tampoco soy de “los de Jesús”.
También fueron voluntarios los que lavaban a chavales y chavales que lavaban a voluntarios, pero todo desde lo que yo creo que ha marcado la celebración de todos estos días: “la adoración y el silencio”; una adoración al Jesús real y presente, una “adoración perpetua”, podríamos decir en el lenguaje que algunos utilizan, pero adoración del Dios presente en cada uno de las personas que allí compartíamos, un Jesús al que desde el silencio cada uno sentíamos, besábamos y abrazamos de una manera especialmente cercana y real.
En el momento antes de la consagración, yo hice lo que me gusta hacer todos los años, renovar mi compromiso sacerdotal, allí en la cárcel, lo vengo haciendo los últimos dieciséis años, que tengo la suerte de compartir este momento con ellos y pedí a Dios lo que le pido siempre: que me ayude a estar al servicio de todos por encima de mis prejuicios en ocasiones o mis comodidades. Este momento siempre me hace recordar el momento de mi ordenación, hace ya treinta y dos años, y desde luego que en ese momento no podía imaginar este servicio concreto y agraciado que en estos últimos años estoy realizando en la cárcel, desde mi humildad y desde mi debilidad y pecado. Y, tras la renovación, este año todos arrancaron en un aplauso, que lejos de creerme que yo era importante me hizo profundizar en el sentido de mi responsabilidad como servidor de cada uno de los que allí estaban.
Continuamos después toda la celebración de la Eucaristía, hicimos el gesto de partir el pan azimo que habían preparado los compañeros del taller de cocina, y comulgamos juntos con el Dios que nos reunía desde el servicio. Desde la oración final de la Madre Teresa de Calcuta se nos invitaba a estar cerca de quien nos necesitara: “cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida… cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos….”, nos invitaba la santa.

Terminamos la celebración contando lo que sucedía con Jesús en esa noche, como después de la cena fue al huerto de Getsemaní a rezar con los discípulos, después fue prendido por los judíos con Judas a la cabeza y como luego fue juzgado y llevado a prisión. Y les hice que en esa noche pensaran que estaba también el “preso Jesús” como ellos, que se hacía también solidario en esa noche en su prisión. Y recordamos las palabas que el papa Francisco dirigió hace unos años a los capellanes de prisión, en Italia:
“Por favor, decidles que rezo por ellos, que les llevo en el corazón. Pido al Señor y a la Virgen que ellos puedan superar positivamente este período difícil de sus vidas. Que no se desanimen, que no se cierren. Decidles con gestos, con las palabras, con el corazón, que el Señor no se queda fuera de sus celdas, no se queda fuera de la cárceles: está dentro, estás allí. Podéis decirles esto: el Señor está dentro con ellos; también El es un preso ahora de ¿eh? De nuestros egoísmos, de nuestros sistemas, de tantas injusticias que acaban por pagar los más débiles ¿no? Pero los peces gordos nadan libremente en las aguas ¿no? Ninguna celda está tan aislada que excluya al Señor, ninguna: El está allí, llora con ellos, trabaja con ellos, espera con ellos”(20- Febrero- 2017).
El viernes santo es un día de emoción y de ternura del Dios crucificado el que vivimos todos los años en la cárcel. La celebración siempre suele ser muy densa y así fue también este año. En este día invitamos a sentirnos solidarios, haciendo nuestro el dolor y el sufrimiento de los otros, pero a la vez sintiendo que el crucificado se hace solidario con todos. El cartel que uno de los chavales nos hizo decía precisamente eso: Solidarios, haciendo nuestro el dolor y sufrimiento de los otros. Después de explicar el día y lo que sucede con Jesús, dimos paso a la proclamación de la pasión de Jesús. Antes de proclamarla invité a que no hiciéramos “arqueología” o mero recuerdo de lo sucedido sino a que nos metiéramos en el relato que íbamos a escuchar no como espectadores sino como parte activa del mismo, incluso que nos identificáramos con los personajes: con el Pedro miedoso que niega a Jesus, con el Judas discípulo de Jesús que luego lo vende, con el pueblo que dice no conocer al maestro o con el Pilato que se lava las manos para evitar complicarse la vida y comprometerse. Así hicimos la proclamación del evangelio, y como siempre lo hicimos también con las voces de los diferentes personajes y entrecortada por canticos que llamaban a la reflexión. Impresionante resultaba el grito de todos los presos diciendo: “crucifícale”.

Tras la lectura de la pasión, tuvimos una breve reflexión, poniendo el énfasis en los dolores y sufrimientos tantos personales como de los demás y con la idea de hacernos solidarios con ellos; Jesús no soporta ver “dolerse” nadie, y por eso toda su lucha fue ir en contra del sufrimiento para intentar aliviarlo. En este día sentimos que hay también mucho dolor en nuestra cárcel y que nosotros tenemos que intentar como creyentes en el Dios crucificado aliviar también aquí esos dolores.
La reflexión sobre la pasión de Jesús y la nuestra nos introdujo en un momento fundamental de este día: la celebración del perdón. Pedimos perdón especialmente a las personas que más queremos, sobre todo a nuestras familias. Recibimos el perdón sacramental de Dios a través del sacramento de la penitencia. Nos preguntamos a quién queríamos pedir perdón, de qué nos gustaría pedir perdón y quién nos gustaría que nos perdonase. En un silencio sobrecogedor que envolvía todo el ambiente, todos delante del Señor nos pusimos en actitud de arrepentimiento y de petición de perdón. Algunos lo dijeron en voz alta: querían pedir perdón a sus familias por todo el dolor causado, pero también algunos pidieron perdón a las personas que causaron con su delito ese dolor, es decir a las victimas. Y después se fueron acercando para recibir la imposición de manos, que expliqué era como “el abrazo y la acogida de Dios”. Los cristianos para comunicarnos con Dios necesitamos de gestos simbólicos, tan reales como el resto, y que nos permiten ese diálogo con el Padre.
Fue un momento impresionante; de nuevo yo jugaba con ventaja porque conocía sus historias y sus vidas, y por eso al imponerles las manos decía en silencio su nombre y le pedía personalmente a Dios por ellos desde recordar su propia historia. Y sobre todo le pedía a Dios lo que le pido siempre: que sea mediador de El, que los presos pudieran captar el abrazo y la acogida de Dios en ese momento sacramental. Me sentí, como en otras ocasiones, muy agraciado por el don de esa mediación y por la confianza que sentía el mismo Dios ponía en mí. Les hice ver que no perdonaba yo, sino Dios a través de mí y de ese gesto sacramental. Después recibimos todos la absolución general de nuestros pecados y nos propusimos el compromiso de querer cambiar, desde la fuerza del Espíritu de Jesús.
El momento de la oración universal con gestos y símbolos nos hizo descubrir que la muerte y pasión de Jesús es redentora para todos; pedimos por la Iglesia con las manos extendidas en forma de petición; por los crucificados, poniéndonos de rodillas para unirnos a su dolor; por los que cada día curan y alivian el dolor de los demás, con las manos en forma de cruz en el pecho y finalmente por los presos y todas sus familias, haciendo una gran cadena de abrazo unos a otros.
Momento central y especialmente emotivo es en este día la procesión y recibimiento de la cruz y la adoración posterior por parte de cada uno de los que estamos allí celebrando. Salimos en procesión de uno de los laterales del salón de actos, al ritmo de la música de vangelis 1492, tres chavales llevaban la cruz y yo iba detrás de ellos. Nada más empezar el silencio volvió a llenar de nuevo todo el salón y los chavales comenzaron a ponerse de pie ante su paso, y otros se ponían de rodillas. Era estremecedor realmente el paso del crucificado, entre los crucificados. Dimos la vuelta al salón y luego la pusimos delante del altar, para que todos pudieran pasar a adorarla, cada uno como quisiera. Fueron saliendo para la adoración, siguiendo con el silencio que lo invadía todo. Algunos al acercarse lloraban, abrazaban la cruz, la tocaban, se arrodillaban… era sinceramente emocionante contemplarlo.

De nuevo los crucificados eran los que se volvían a entender un año más. Mientras que lo adoraban me vino a la cabeza la imagen de los niños que juegan en el parque, que no se conocen, pero que de pronto se juntan y comienzan a jugar juntos, porque les une el mismo juego, las mismas motivaciones y el mismo deseo de pasarlo bien. En este momento sucedía algo similar: quizás no se conocían cada uno de los crucificados, pero a todos les unía el mismo dolor y la misma cruz, sus mochilas llenas de lágrimas aparecían unidas ante el rostro de un Jesús yacente que les esperaba y que acogía sus llantos. Al acercarme, ya casi al final, toque la cabeza del Cristo crucificado como quien toca con cariño a alguien muy especial, y lo que le pedí es que me hiciera a mi capaz de tocar siempre así a cada uno de los crucificados que allí se encontraban. No se puede explicar quizás en un puñado de palabras lo que allí vivimos y contemplamos. Fue una mañana de adoración profunda y de contemplación del misterio del dolor y a la vez de la vida.
Escuchamos después el padrenuestro de Pedro Casaldáliga, del pobre y del marginado, y sentimos también la presencia de este Santo del pueblo, que entregó su vida como Jesús por los más pobres. Y después escuchamos también los testimonios de los chavales de cuarto de la eso del colegio de las Mercedarias en Madrid, donde Margarita, religiosa mercedaria vive y también es voluntaria en nuestra cárcel y donde yo también participo con ellas en el colegio. En el colegio hemos acogido a chavales ucranianos y ellos contaban cómo estaba siendo ese momento de acogida. Y junto a estos testimonios sencillos de los chicos del colegio, escuchamos también el testimonio de Manolín, misionero hace quince años en Mozambique que nos contó también como vive la gente allí. Los testimonios también nos estremecieron y al terminar arrancaron un gran aplauso por parte de todos.
Fue un día muy entrañable de compartir muchas experiencias, el silencio nos hizo meditar y profundizar en el misterio que estábamos contemplando y nos preparó para vivir la gran vigilia pascual del sábado santo por la mañana.
El sábado tuvimos la vigilia pascual por la mañana, porque allí no puede celebrarse por la noche por los horarios del centro, como lo hacemos también el dia de nochebuena. En la cárcel, entre los pobres, Jesús nace antes y también resucita antes. La reflexión la centramos en este día partiendo de la resurrección de Jesús para profundizar en la vida que desde El comunicada podíamos nosotros también comunicar en la cárcel. Comenzamos con la liturgia de la luz, que la hacemos siempre de manera diferente, al no poder hacer fuego ni encender velas. Al entrar se les entrega a los chicos un posic y en él cada uno va escribiendo o pensando que es lo que quiere romper, tirar o quemar de su vida. Y después se van levantando para pegarlo en un papel blanco en la pared. Una vez pegados todos rompemos el papel como signo de que queremos también quemar y romper todo lo negativo, para poder resucitar y vivir con la vida nueva de Jesús.
Hicimos después una oración de petición de perdón y luego trajimos en procesión desde el final del salón el cirio pascual, que además este año había pintado de modo especial y con todo cariño, Isabel, creyente comprometida de la parroquia de Nuestra Señora de Belén en Fuenlabrada, donde tenemos también el grupo de atención a familias de presos y acogida para los chicos de la cárcel. El pregón pascual, leído y con cantos, cerró esta primera parte.

Después escuchamos el relato del Génesis sobre la creación pero leído entre varios y con imágenes que ilustraban el texto, contemplando la frase que se va repitiendo “Y vio Dios que era bueno”; proclamamos también la lectura del profeta Ezequiel que nos hablaba del nuevo corazón de carne que Dios nos da, y seguidamente cantamos el himno del Gloria, antes de escuchar el evangelio de San Lucas, donde los ángeles dicen a las mujeres “no busquéis entre los muertos al que vive”.
En el rato de reflexión posterior al evangelio todos también participaron como siempre, y centramos nuestro dialogo en torno a los signos de vida y de esperanza que veíamos a nuestro alrededor, y cómo allí también en la cárcel nosotros podemos también transmitir vida a todos, haciendo cada día la cárcel mas humana y de algún modo más feliz, a pesar del sufrimiento que allí se vive. Pero también aterrizamos en los gestos de vida que podemos poner en nuestras familias, sobre todo en lo relativo a lo que a veces les exigimos, y caímos en la cuenta no solo de que ellas también sufren sino de que además tampoco a veces tienen medios para darnos todo lo que les pedimos, y tenemos que ser comprensivos y pacientes con ellos, como también lo son con nosotros. Esa noche de resurrección, Andrea, una chica joven de la misma parroquia de Belén se iba a bautizar y hace unos días contó su testimonio en la parroquia, en ese momento también nosotros lo escuchamos, y nos llenó de esperanza ver cómo una chica joven, enfermera de profesión, se había encontrado con el resucitado y también quería unirse a su grupo de seguidores.
La liturgia bautismal la comenzamos leyendo la carta de San Pablo a los Romanos, donde nos invita a reconocer que el bautismo significa morir y resucitar con Cristo, morir a la vida antigua y resucitar con El a la nueva vida. Tras bendecir el agua y proclamar el credo de la vida, nos unimos también a la intercesión de aquellos hombres y mujeres que nos han precedido en el camino del seguimiento de Jesús, y por supuesto hicimos también presentes a los que nos habían transmitido la fe directamente a nosotros, como son sobre todo nuestros padres y nuestras familias; a ellos también nos acogimos en este día especial de vida y de esperanza. Después fuimos todos a “mojarnos” con el agua del bautismo, renovando nuestra intención de seguir a Jesús, con la fuerza de su Espíritu, y a pesar de nuestras debilidades y pecados.
Proseguimos la Eucaristía normal, comulgamos con el pan azimo como el día del jueves santo; recibimos la tarjeta de felicitación con la frase: “Si me matan resucitaré y estaré en medio de vosotros”, y terminamos con la oración final todos juntos. En esa oración rezábamos todos juntos para que percibiéramos la vida resucitada de Jesús en los pequeños gestos y nosotros también pudiéramos transmitir esa misma vida a los demás, desde expresiones sencillas, en el módulo, con los compañeros, con las familias…. En el cada día de la vida.

Finalizamos la celebración de este gran día de resurrección con el ya sabido canto de Color esperanza, donde todos, a pleno pulmón, proclamamos y cantamos que la esperanza no la podemos perder y que siempre “se puede quitar los miedos, y tentar al futuro con el corazón”. Por fin este año además, después de dos años sin hacerlo pudimos compartir unos roscones, que también habían hecho en el curso de cocina los compañeros, y unos refrescos para terminar la fiesta, y estos tres días que juntos habíamos compartido y convivido, desde la mirada y el abrazo atento del Dios de la vida.
Días especiales como cada año los vividos en la cárcel durante la semana santa, días de encuentro profundo con Dios y con el resucitado, días donde desde el dolor más profundo hemos palpado también la vida. En este lugar de muerte, de lágrimas y en ocasiones de desesperación, es sin duda donde está brotando la vida en cada momento. Para los que hemos tenido la suerte de compartirlo, días de dicha y de profunda gracia de Dios. Quizás como he ido diciendo no se entienda pero los que pisamos a diario la cárcel así lo percibimos y percibimos también la presencia sagrada en aquel lugar, es la tierra santa por excelencia. Y hay un detalle más. El sábado santo hacia las nueve de la noche me llamó por teléfono Santiago, un chaval que estaba de permiso y que había quedado en ir a la parroquia, me dijo que si iba a estar en la vigilia para pasar con su mujer. La sorpresa fue cuando a las once menos cuarto apareció en la parroquia de Belén, me dio un abrazo fuerte y me dijo que quería celebrar la pascua con nosotros. Me emocioné y me hizo sentir muy bien. El y su mujer leyeron un texto ante al fuego encendido a la puerta.
Y después, en la homilía, yo pregunté a la comunidad si habían visto signos de vida, y dijeron que existían en muchos sitios esos signos. Santiago estaba sentado justo en el primer banco, y el dijo: “Sí, yo he visto signos de vida en la prisión”. Y al escucharlo no pude por menos que emocionarme por dentro y dar gracias a Dios; lo dijo de manera espontánea sin miedo a que nadie le criticara. Y pensé, Santiago es en esta noche un signo de vida del resucitado. Cuando terminó la celebración, los llevé al metro y le di las gracias por no importarle reconocer en público que estaba en prisión, que eso le engrandecía, y sus palabras fueron: “Claro, no tengo que esconder nada, estoy allí porque he metido la pata y ahora estoy intentando cambiar”. Y de nuevo agradecí a Dios que la parroquia fuera “la central de los crucificados de la cárcel”, porque en el fondo era la central de Dios.
Termino con las palabras con que comenzaba: no imaginamos que en la cárcel se pueda vivir la semana santa, y sin embargo es un lugar privilegiado de celebración. Y de nuevo las palabras del evangelio: “Te doy gracias Padre Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”…. Ellos y solo ellos entienden al Dios de Jesús… los listos, los jefes y los de arriba no lo entienden porque se creen ellos los dioses, creen que ellos son los superiores y no son capaces de acercarse a los de abajo: aquellos por los que Jesús de Nazaret fue crucificado, murió y resucitó, aquellos con los que estuvo durante toda su vida, y a los que intentó bajar se sus cruces, de sus sufrimientos diarios, esos comprenden perfectamente al Jesús humillado y maltratado, y ellos perciben también su vida resucitada. Gracias, Padre, por permitirme vivir esta experiencia de encuentro contigo, gracias por permitirnos a los que pisamos tierra santa percibir el olor y el sabor del auténtico evangélico. Ayúdame a estar siempre cerca de ellos, y a no creerme el importante, dame capacidad para, aunque a veces desde arriba no se entienda, poder servir a los de abajo, porque así me has enseñado Tu a hacerlo.

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