"¿Qué puntos luminosos recibe y aporta la Iglesia-en-salida a la luz de la situación actual?" Ximo García Roca: "Recrear el potencial de la esperanza que lleva 'crespones negros' por las vidas dañadas por la pandemia"

Resurrección
Resurrección Cortés

"La actual pandemia sanitaria es el primer escenario mundial y universal en el que se pone a prueba el alcance de una Iglesia en salida, se acredita socialmente, se convalida eclesiásticamente y se legitima en un espacio global que afecta a toda la humanidad"

"La pandemia revela la esencial e histórica voluntad de vida, verdad, bondad y justicia, al tiempo que despliega capacidades inéditas en el sentir solidario, vivir saludable y actuar responsable"

"Las grandes batallas de la humanidad hoy no son la secularización social, ni la laicidad política, ni el relativismo cultural, que fueron prioritarios en otras épocas"

"Evitar la deriva que conduce a la Iglesia a instalarse en el reino de la abstracción que le llevó a interesarse más por la Familia que por las personas que viven en familia, más por la Vida que por los seres vivos, a preocuparse más por el Divorcio que por las personas que sufren irreversiblemente la ruptura del amor, más por la Homosexualidad que por las personas que aman de otro modo"

Preguntado el Papa cómo vive la crisis causada por el Covid-19 responde “que es la hora de descender al subsuelo, al mundo de los despojados, y pasar de la sociedad hipervirtualizada, sin carne, a la carne sufriente del pobre”. Propone “salir no para volver a donde estábamos antes sino para abrir creativamente horizontes nuevos, abrir ventanas, abrir trascendencia hacia Dios y hacia los hombres, y redimensionarse en la casa” Y al hacerlo ve en la pandemia “el funcionamiento de la teoría del descarte” (8 abril 2020). Descender, pasar, abrir y crear son el andamio de la Iglesia-en-salida y, de este modo, cumple el propósito anunciado al comienzo de su ministerio “evitar la auto-referencialidad y el narcisismo, mirarse a sí misma y estar encorvada sobre sí” (Carta CEA 25-03-2013).

La actual pandemia sanitaria es el primer escenario mundial y universal en el que se pone a prueba el alcance de una Iglesia en salida, se acredita socialmente, se convalida eclesiásticamente y se legitima en un espacio global que afecta a toda la humanidad e implica a todos los actores sociales. El COVID-19 ha desvelado las experiencias que sostiene una propuesta de liberación y salvación. Por una parte, muestra la fragilidad esencial de los seres humanos y la desigualdad en el actual contexto socio-político, el carácter interdependiente de la humanidad y la destrucción de las condiciones de vida. Asimismo, la pandemia revela la esencial e histórica voluntad de vida, verdad, bondad y justicia, al tiempo que despliega capacidades inéditas en el sentir solidario, vivir saludable y actuar responsable.

El Concilio Vaticano II reconoció que estas experiencias -a la vez esenciales e históricas- poseen autoridad y están disponibles al modo de las canteras de piedras, -pierre d´atente, les llamaba Dominique Chenu- que esperan ser utilizadas en la regeneración de la Iglesia y en la reconstrucción del mundo según Dios. Horas antes de su muerte, se le preguntó a Juan XXIII, según relata su secretario personal, qué esperaba del Concilio que él había convocado; respondió que encendiera unos puntos luminosos. ¿Qué puntos luminosos recibe y aporta la Iglesia-en-salida a la luz de la situación actual?

Oración del Papa en la Plaza vacía

Ilumina la emergencia de un mundo común e interdependiente que nos abarca a todos -a creyentes y ateos-, en todas partes- a Oriente y Occidente- a todas las clases sociales -ricos y pobres; un mundo común que trae aquí y ahora lo que creíamos que estaba fuera y lejos, en los países empobrecidos y en las pateras, en los CIES y en las fronteras. Esta luz cuestiona la representación de Iglesia y mundo como territorios ajenos y extraños; de la preocupación por acceder al mundo, insertarse en él e inculturarse por él, pasamos a la voluntad de construir un “nosotros” que rompa trincheras entre dentro y fuera, y celebre la común dignidad y fraternidad en el cuidar y ser cuidados, proteger y ser protegidos.

¿Qué comunidad eclesial no vive, sufre o celebra como propio el confinamiento? ¿Quién se atreve a diferenciar los cuerpos, depositados en la morgue, entre los nuestros y los de ellos? La Iglesia-en-salida no se considera espectador de la tribulación sino afectada e involucrada en los cuerpos dañados, en las vidas perdidas y en los insospechados efectos sociales, políticos, culturales y económicos. Comparte las mismas dudas, la misma desolación, e idéntico desconcierto sobre el origen, las causas y los remedios de la enfermedad.

Abandona, de este modo, las claves medievales y símbolos apocalípticos, que sirvieron en otras épocas para explicar las pestes, para secundar a los expertos, a los científicos y a los políticos, democráticamente elegidos, en lo que respecta al origen y tratamiento de la enfermedad. Una Iglesia en salida se conforma en acompañar a las personas que sufren, proponer estilos de vida alternativos a una sociedad patógena, defender a los que han quedado fuera de los sistemas de protección, e incluir a los desechados y descartados.

Peste negra
Peste negra

Se ilumina, así mismo, la propuesta conciliar acerca de la “jerarquía de verdades”. Sin duda, en situaciones de emergencia, se resitúan las prioridades. “¿Qué dirían del médico, pregunta Francisco, que ante un accidente mortal, pregunta por el colesterol?”. Y así advierte que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.” Las grandes batallas de la humanidad hoy no son la secularización social, ni la laicidad política, ni el relativismo cultural, que fueron prioritarios en otras épocas.

La salida ilumina igualmente los potenciales para la marcha. Recrea los actores: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca estamos todos, no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. El sujeto colectivo abandona el clericalismo, la comunidad se convierte en pueblo, y los santos en vecinos de la puerta de al lado. Como parte del “nosotros”, una Iglesia en salida colabora, activa y proféticamente, con los agentes sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos en la construcción del vivir juntos y en la producción del nuevo orden mundial justo y solidario. El diálogo y la alianza son sacramentales de un pueblo que camina hacia una Patria sin males.

La barca de la Iglesia
La barca de la Iglesia

Recrea asimismo la caridad como condición de toda verdad. Y de este modo evita la deriva que conduce a la Iglesia a instalarse en el reino de la abstracción que le llevó a interesarse más por la Familia que por las personas que viven en familia, más por la Vida que por los seres vivos, a preocuparse más por el Divorcio que por las personas que sufren irreversiblemente la ruptura del amor, más por la Homosexualidad que por las personas que aman de otro modo. Se recrean así, en palabras de Francisco “los espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.” Ya es suficiente discernir los signos de los tiempos, sino producirlos en el mundo común y compartido del trabajo y el descanso, la enfermedad y la salud, la paz y el conflicto, la vida y la muerte.

Recrea el potencial del silencio que nace cuando se mira la realidad desde las periferias y se asoma a los desagües de la historia y al reverso de la sociedad. En el silencio se sabe que la realidad es más que lo expresable por expertos y científicos. Es el silencio del Sábado Santo que estos días se ha instalado en las calles y los pueblos, en los hospitales y en los campos de refugiados; el silencio de quienes no podrán enterrar a sus padres ni siquiera acercarse al sepulcro. En silencio orante de Francisco ante la cruz, en el viernes de oración por el desgarro colectivo del coronavirus, está la última y más profunda verdad de una Iglesia-en-salida.

Recrea el potencial de la esperanza que lleva, como quería Ernst Bloch, “crespones negros” por las vidas dañadas por la pandemia; lleva crepones negros mientras haya desaparecidos en el Mediterráneo o en cualquier Río Grande; lleva crespones negros por las desigualdades, por la sociedad excluyente, por la destrucción de la tierra. Sin embargo, en la densidad de tanta oscuridad hay una apuesta incondicional por la Alegría del Evangelio que permite soñar que el poder del mal es pasajero y no buscar entre los muertos al que está vivo.

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