Mil años de presencia monástica, siempre, en esta montaña santa Del abad Oliba al abad Manel

Según el Necrologio, “desde el siglo XI y hasta mediados del siglo XIX, murieron unos 2250 monjes de nuestro monasterio” y “desde la entrada de Montserrat en la Congregación Sublacense, el año 1862, han muerto” centenares de monjes, unos noventa de los cuales yo he conocido
Presente al corazón de Cataluña, Montserrat, como ha dicho el abad Manel, “nos enraíza a una cultura, a un pueblo y a su futuro”, ya que “las abadías benedictinas, allí donde se encuentran, se convierten en puntos de referencia y de identidad”
Del abad Oliba, fundador del monasterio de Montserrat el año 1025, al abad Manel Gasch, han transcurrido mil años. Mil años de presencia monástica, siempre, en esta montaña santa, donde los monjes, siguiendo la Regla de San Benito, hemos orado y trabajado, acogiendo, a lo largo de estos diez siglos, a los huéspedes y a los peregrinos que han subido a Montserrat, al centro de esta montaña serrada, para venerar la entrañable imagen de Santa María, la llamada coloquialmente la “Moreneta”, patrona de Cataluña.
Según el Necrologio, “desde el siglo XI y hasta mediados del siglo XIX, murieron unos 2250 monjes de nuestro monasterio” y “desde la entrada de Montserrat en la Congregación Sublacense, el año 1862, han muerto” centenares de monjes, unos noventa de los cuales yo he conocido. Monjes como el abad Cassià Mª Just, un hombre de una gran sabiduría y bondad y el abad emérito de Filipinas, Bernardo López, un hombre con un sentid del humor muy fino y que pasó en Montserrat los últimos años de su vida.
Y al lado de estos abades que conocí, también quiero recordar monjes admirables y de corazón bueno, como los hermanos Carles Solà, Anselm Tetas, Maur Alcalà, Ángel Caminos, Ángel Prieto y Pere Damià Jutglar, monjes sencillos, fieles a la oración y al trabajo. Intelectuales como los PP. Josep Massot, Jordi Pinell, Miquel Estradé, Andreu Marquès, Joan Carles Elvira y Lluís Duch. Grandes compositores musicales como los PP Gregori Estrada, Ireneu Segarra y el hermano Odiló Planàs. Liturgistas como los PP. Adalbert Franquesa, y Francesc Xavier Altès. Teólogos como los PP. Evangelista Vilanova y Cebrià Mª Pifarré. Biblistas, como los PP. Guiu Camps, Pius Tragan y Romuald Díaz. Patrólogos como el P. Alexandre Olivar. Historiadores como los PP. Hilari Raguer y Cebrià Baraut. Artistas como los PP. Agustí Figueras, Oriol Diví, Pere Crisòleg Picas y Pere Busquets. Y aún quiero recordar el prior, Josep Mª Cardona, un monje risueño y con un corazón inmenso, trabajador incansable, solícito por ayudar en todo lo que se le pedía. Son muchos otros (y de todos ellos guardo un recuerdo entrañable), los que, como una cadena ininterrumpida, han hecho posible el Montserrat que yo he conocido y donde he vivido: los monjes que pasaron a la casa del Padre durante los últimos años del siglo XX y los que han fallecido en los veinticinco primeros años del siglo XXI.
Pero también cabe recordar en estos mil años de vida de Montserrat, otros monjes que nos precedieron y que son como las anillas de esta cadena milenaria montserratina: los abades Bartomeu Garriga, Garcia Jiménez de Cisneros, Miquel Muntadas, Josep Deàs, Gregori Suñol, Pere Celestí Gusi, Antoni Mª Marcet, Emilià Riu, Aureli Escarré o Gabriel Brasó. Y también, monjes como los PP Bonaventura Ubach, insigne biblista, los compositores, Anselm Viola, Narcís Casanoves o Manuel Guzman, el botánico Adeodat Marcet, el cardenal Anselm Albareda, los músicos Anselm Ferrer y David Pujol y de una manera particular los 21 monjes testigos de la fe y mártires de Montserrat, que dieron su vida por Jesucristo.
Al lado de los monjes que hemos vivido durante mil años en Montserrat, también hemos de dar gracias a Dios por los cientos de escolanes que a lo largo de los siglos, con sus bellos cantos, han embellecido más, si cabe, la oración de los monjes y de los peregrinos
Al lado de los monjes que hemos vivido durante mil años en Montserrat, también hemos de dar gracias a Dios por los cientos de escolanes que a lo largo de los siglos, con sus bellos cantos, han embellecido más, si cabe, la oración de los monjes y de los peregrinos. Y también cabe recordar la presencia y el testimonio de los cofrades de la Cofradía y de los oblatos benedictinos. Y aún, hemos de tener presentes a los trabajadores que hacen posible el día a día en Montserrat, trabajadores que forman como una familia, acogidos por la mirada maternal de Santa María. Y todavía, hemos de destacar en este milenario, la importancia y el trabajo de la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, que con sus más de cien años de vida, divulgan y promueven la devoción a la Virgen Morena. Y aún, también, forma parte de Montserrat el equipo de enfermería, com Jordi Blancafort a la cabeza, que cuida la salud de los monjes y de los peregrinos que suben a esta montaña santa. Si antes los responsables de este equipo eran la Dra. Elisabet Díaz y el enfermero Antoni Puigbò, en jubilarse estos magníficos profesionales de la sanidad, tomaron el relevo el enfermero Jordi Blancafort, con su equipo de enfermeros y auxiliares de enfermería.
Fundador de nuestro monasterio, ahora hace mil años y abad de los monasterios de Santa María de Ripoll y de San Miquel de Cuixà, Oliba fue un gran líder espiritual y un excelente consejero político, que favoreció la vida intelectual, con la creación de scriptoriums y bibliotecas y que impulsó i difundió la Paz yTregua de Dios.
Bisnieto de Guifré el Pelós, Oliba nació en 971 y fue el tercer hijo de los Condes de Cerdanya y de Besalú. En 1002, con 31 años, entró como monje en el monasterio de Santa María de Ripoll, donde fue elegido abad de este monasterio, y poco después, de Cuixà, en 1008.
Como defensor de la justicia, en un contexto donde los excesos de poder eran frecuentes, el abad Oliba consiguió que los señores devolviesen aquello que retenían injustamente. Y como promotor de la paz, Oliba tenía la sabiduría de encontrar el punto de concordia entre litigantes, y por eso se convirtió en un abanderado para impulsar y establecer, el año 1027 en Toluges, la Paz y Tregua de Dios, destinada a suprimir la violencia en determinados periodos del año.
Del abad Oliba al abad Manel han transcurrido mil años de vida monástica benedictina en esta montaña santa. Mil años donde (como dijo el abad Manel), “el don de estabilidad, vivido comunitariamente, ha dado el fruto de Montserrat tal como es hoy, un fruto preparado durante siglos”. Y es que para los monjes, como nos ha recordado el abad Manel, “así como vivimos la vocación como un don de Dios, podemos vivir el Montserrat actual y celebrar los mil años de lo que hemos completado juntos, como otro don de Dios”.
Presente al corazón de Cataluña, Montserrat, como ha dicho el abad Manel, “nos enraíza a una cultura, a un pueblo y a su futuro”, ya que “las abadías benedictinas, allí donde se encuentran, se convierten en puntos de referencia y de identidad”.
Custodios de la Moreneta, la patrona de Cataluña, los monjes, como ha dicho el abad Manel, somos “conscientes que María está en el centro de la historia de nuestra comunidad como estrella resplandeciente que ilumina las rutas de los monjes y de los peregrinos”.
A lo largo de mil años, con aciertos y también, ciertamente, con errores, los monjes de Montserrat hemos intentado ser testigos del Evangelio, hombres de cultura y defensores de la lengua catalana, tantos años perseguida. A lo largo de estos mil años, los monjes de Montserrat hemos intentado ser hombres acogedores y signos de fraternidad, de paz y de esperanza.
Por eso en este año del Milenario de la fundación de nuestro monasterio y en la solemnidad de la Virgen de Montserrat, damos gracias a Dios, porque desde el abad Oliba, en 1025, al abad Manel, durante mil años, en Montserrat se ha hecho presente la vida monástica benedictina.
Damos gracias a Dios porqué, por su gracia y con su ayuda, los miles de monjes que han vivido en esta montaña santa, hemos intentado ser fieles (en estos mil años de presencia benedictina) al “ora et labora”.
Desde el año 1025, cuando los monjes de Ripoll enviados por el abad Oliba fundaron una pequeña comunidad, Montserrat es un cenobio que abierto a todo el mundo se ha convertido en un santuario y monasterio para alabar a Dios y para acoger a los miles de peregrinos que ininterrumpidamente han subido a esta montaña para venerar a Santa María. Ella, que es madre de consuelo y de esperanza, nos ampara y nos acoge para que estando abiertos a la voluntad de Dios, seamos, en este tercer milenio del cristianismo, testigos de paz y de comunión.
Montserrat, mil años después de su fundación, tiene que ser fiel a la vida monástica, y por lo tanto a la misión que el papa Pablo VI le pedía al abad Gabriel Brasó: “La Iglesia espera de Montserrat, que sea una fuente de vida cristiana para todos los que se ponen en contacto. Que se preocupe, especialmente, de los intelectuales. Que los mismos monjes cultiven la ciencia y sean hombres de cultura. Pero aún más que todo eso, esperamos de Montserrat la autenticidad de una vida monástica. Hoy la Iglesia tiene la necesidad de todo: de sacerdotes dados a una pastoral actual, de eclesiásticos que cultiven la ciencia y sean capaces de orientar cristianamente a los intelectuales; pero sobre todo tiene necesidad de hombres que vivan de cara a Dios. Estos, hoy, son pocos porque nuestro mundo está atraído por el vértigo de la acción”. Y el papa Montini acababa así: “Por eso es preciso que los monjes sean fieles a su vocación monástica, como una necesidad de Iglesia. Como buenos benedictinos, anteponed el “ora” al “labora”. Que la oración ocupe siempre el primer lugar. Una oración litúrgica, sincera, solemne, como lo hacéis en Montserrat y que es la mejor lección que podéis dar a los sacerdotes y a los seglares. Pero sobre todo una oración que se confunda con vuestra vida misma, vida de hombres dedicados a estar siempre de cara a Dios”.
Por eso damos gracias a Dios por estos mil años de vida monástica en esta montaña santa.
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