Cristianismo mesiánico-profético y tradición neoplatónica-agustiniana ¿Qué cristianismo para nuestro tiempo?

Cristo y Romero
Cristo y Romero

"El cristianismo mesiánico-profético en la unidad de la mística y la política será el sello de la nueva época de la Iglesia, la Iglesia del tercer milenio, si sabe superar su propia patología, el fanatismo celote o el intento de instaurar el reino de Dios por la fuerza"

"En la nueva época de la Iglesia, ambas respuestas –la mística del amor a Cristo en el fondo del alma y la combinación de mística y política en la búsqueda del Señor en los pobres, los que sufren y en la lucha contra toda injusticia que podamos cambiar– tendrán que entrelazarse más claramente que antes"

"Estamos acostumbrados a declarar santos a los representantes destacados del primer tipo de cristianismo, pero con los cristianos del segundo tipo la Iglesia suele tener sus dificultades"

"Oscar Romero descubrió la religión de tipo mesiánico-profético, caracterizada por el hambre y la sed de justicia, así como por la ortopraxis, como matriz del cristianismo"

En la Biblia encontramos dos formas de entender el reino de Dios y la relación del hombre con él: una más ontológica-cultual y otra más mesiánica-profética. La primera tiende al ritualismo, la otra a la comprensión del reino de Dios como un reino de justicia y paz, de verdad y libertad, que también debe tomar forma en este mundo. En la última época de la Iglesia no faltaron los representantes de un cristianismo mesiánico-profético, pero el ritualismo como patología tuvo a veces una cierta preponderancia, como en la época de Jesús en el judaísmo, y contra esto se levantaron los humanistas, reformadores y místicos en el Renacimiento.

El cristianismo mesiánico-profético en la unidad de la mística y la política será el sello de la nueva época de la Iglesia, la Iglesia del tercer milenio, si sabe superar su propia patología, el fanatismo celote o el intento de instaurar el reino de Dios por la fuerza. Pues el fin no justifica los medios.

Justicia

Una de las cuestiones que tendrá una importancia central en la nueva época de la Iglesia es dónde mora el Señor y dónde hay que buscarlo. A la pregunta "Maestro –, ¿dónde moras?" (Jn 1,38) la tradición cristiana –aparte de la presencia sacramental en la Eucaristía– da básicamente dos respuestas: 

Una se refiere a Jn 14,23: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". En consecuencia, hay que buscar a Dios en nuestro interior, en el "fondo del alma", porque ahí ha hecho su morada y desde ahí nos invita tiernamente a la amistad, a la oración interior como conversación de amor, al autoconocimiento y al conocimiento de Dios. Esta tradición neoplatónica-agustiniana es el punto de partida del emplazamiento radical de la plenitud del Reino de Dios en el otro mundo y de la individualización de la historia, que Adolf von Harnack hacia 1900 consideraba como la "esencia del cristianismo". 

Otra respuesta –siguiendo a Mt 25,40 ("cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis")– busca al Señor fuera, en los pobres y en los que sufren. Es un cristianismo mesiánico y profético que parte de la ortopraxis. Esta tradición fue subrayada por el Concilio Vaticano II en la transición a la nueva época de la Iglesia, cuando dice en "Lumen Gentium" 8 que la Iglesia "reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo". El Concilio dice también algo parecido en "Gaudium et Spes" 1.

Justicia

Estas dos formas de encontrar a Dios no son antitéticas, sino complementarias. En la nueva época de la Iglesia, ambas respuestas –la mística del amor a Cristo en el fondo del alma y la combinación de mística y política en la búsqueda del Señor en los pobres, los que sufren y en la lucha contra toda injusticia que podamos cambiar– tendrán que entrelazarse más claramente que antes. Estamos acostumbrados a declarar santos a los representantes destacados del primer tipo de cristianismo, pero con los cristianos del segundo tipo la Iglesia suele tener sus dificultades. 

Que los signos de los tiempos para la transición a la nueva época de la Iglesia han sido comprendidos también en este ámbito se desprende de la beatificación y canonización de Óscar Romero (2015/2018), seguidas recientemente (22.01.2022) de la beatificación del jesuita Rutilio Grande por el Papa Francisco. Romero fue inicialmente un clérigo conformista, un típico representante de las élites sacerdotales latinoamericanas que son enviadas a Roma para realizar estudios superiores y luego se esfuerzan en no caer mal entre la jerarquía, esperando un obispado u otras dignidades eclesiásticas.

Su pastoral era convencional, apelando a la caridad más que a la justicia ante la pobreza. En 1970, fue nombrado obispo auxiliar en San Salvador con esta mentalidad. De 1974 a 1977 fue Obispo de la Diócesis de Santiago de María, y durante este tiempo parece haberse iniciado en él un proceso de cambio interior como resultado de experiencias concretas: a través de la percepción de la miseria de los campesinos, de la dimensión política y estructural de los problemas subyacentes, y de la represión de la Guardia Nacional. 

Romero

Y, sin embargo, estos cambios internos pasaron en gran medida desapercibidos, pues de lo contrario no habría sido nombrado arzobispo de San Salvador en 1977. Después del asesinato de Rutilio Grande, el 12 de marzo de 1977, por haber predicado poco antes un sermón profético contra la injusticia, Romero era un hombre diferente, un obispo cambiado. Pasó de la caridad tradicional a la denuncia de las estructuras o causas de la pobreza y la injusticia. La reputación de Romero como defensor de los derechos humanos y hombre de diálogo crecía día a día, también en el extranjero. 

El 2 de febrero de 1980, unas semanas antes de su asesinato el 24 de marzo de 1980, Romero pronunció un famoso discurso sobre "La dimensión política de la fe y la opción por los pobres" con motivo de la concesión del doctorado honoris causa en Lovaina: "Porque ha elegido a los explotados y oprimidos, la Iglesia vive en el ámbito de lo político, y se realiza también como Iglesia en el ámbito de lo político. No puede ser de otra manera si, como Jesús, se dirige a los pobres".

En resumen, dice al final: "Los primeros cristianos decían: ‘Gloria Dei, vivens homo’. Podríamos decir más concretamente: ‘Gloria Dei, vivens pauper’ – la gloria de Dios son los pobres que viven dignamente. Creemos que podemos decir –desde la trascendencia del Evangelio– cuál es la vida real de los pobres, y también creemos que sabremos cuál es la verdad eterna del Evangelio cuando estemos al lado de los pobres e intentemos que tengan una vida digna. La dimensión política de la fe se descubre sólo en el servicio práctico y concreto a los pobres".

Romero

La homilía que Romero pronunció en la capilla del hospital el día de su muerte fue sobre el grano de trigo, que tiene que ser enterrado para dar futo. Era el Evangelio del día. Fue durante la ofrenda cuando se produjo el disparo mortal.

El proceso de conversión y evolución de Romero tuvo su brújula en la contemplación, en la lectura de la Biblia, "Gaudium et spes", "Populorum progressio", "Evangelii nuntiandi" y los textos de Medellín y Puebla, pero también en la espiritualidad de Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Su "nueva mirada" en 1977 le ayudó a descubrir a Cristo en los pobres y oprimidos de su país, como en su día hizo el obispo dominico Las Casas en el siglo XVI cuando vio Cristos flagelados en los indios maltratados, e instó a un cambio de perspectiva en sus contemporáneos para juzgar los acontecimientos del Nuevo Mundo como si "fuéramos indios".

Oscar Romero descubrió la religión de tipo mesiánico-profético, caracterizada por el hambre y la sed de justicia, así como por la ortopraxis, como matriz del cristianismo. En 2015, el profesor de dogmática en Viena, Jan-Heiner Tück, señaló en un prestigioso periódico de Zurich que el Papa Francisco, con la beatificación de Romero como mártir, "desplazó la semántica del concepto de martirio hacia lo político".

Romero

Tück resalta que para los opositores a estas beatificaciones, Romero no perdió la vida luchando por su fe, sino por la justicia. Con la beatificación, el odio a la justicia (odium iustititae) se equiparó ahora con el odio a la fe (odium fidei), ya que el compromiso político de Romero con los desfavorecidos y la justicia se consideró una expresión de su fe. Y finaliza así: "Óscar Romero no aceptó la división estéril de que la Iglesia debe ocuparse de la salvación de las almas y la política de la configuración del mundo. De este modo, dio un rostro creíble al Evangelio. Como mártir de un mundo más justo, es un modelo para nuestro tiempo".

Primero, Religión Digital


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