"Concentrarse en lo esencial" La familia a la luz de la misericordia
(Francisco J. de la Torre, en Vida Pastoral).- "No existe familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de unos a otros. Nos decepcionamos los unos a los otros. Por lo tanto, no existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón"... Estas palabras fueron pronunciadas por el papa Francisco el 15 de agosto de 2015, día de la Asunción a las familias.
El Papa llama a concentrarse en lo esencial (EG 35) y a no insistir en lo secundario (EG 34). Concentrarse en lo esencial implica reconocer una jerarquía de verdades morales (EG 36) en cuya cima está la misericordia. Su Santidad Francisco ha recordado con santo Tomás que la misericordia, en cuanto al obrar exterior, "es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece el volcarse en los otros y, más aún, socorrer sus deficiencias" (EG 36-37).
Es un misterio bello sentir profundamente ese amor y esa misericordia en el interior de tantas familias a las que la vida ha golpeado o no ha favorecido; en aquellas que han sido maltratadas, abandonadas, limitadas o que han sufrido rupturas. Es todo un signo descubrir cómo la misericordia, que implica el "estar volcados en los otros", es lo que conduce interiormente las vidas de las personas en familia.
Un deber imprescindible en nuestros días es el descubrir la fragilidad de los vínculos de las familias (EG 66), pero a la vez sus riquezas, la fuerza salvífica de sus vidas, su bondad propia, su valor (EG 198-199), su sentido de fe. Porque ciertamente hay una profunda belleza de lo pequeño, lo pobre y lo escondido que se muestra en los "admirables gestos de heroísmo cotidiano a favor de la defensa y el cuidado del núcleo familiar" (cfr. EG 212).
La verdadera misericordia es la que sabe ver en el corazón los caminos de crecimiento; es la que acompaña el desarrollo y los pequeños pasos de las personas; la que manifiesta "siempre el bien deseable; la que hace propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, y bajo la cual puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla" (cfr. EG 168). La misericordia no hay que vincularla esencialmente con la debilidad, la impotencia o el pecado, no hay que relacionarla primordialmente con una ley que no alcanzamos a cumplir a plenitud.
La misericordia, ante todo y sobre todo, implica una mirada profunda de amor, divina y humana, que descubre nuestras capacidades, que estimula caminos de crecimiento moral, que acompaña procesos personalizados que ayudan a madurar. La misericordia se vincula con el crecimiento hacia adelante: "Yo no te condeno, vete y en adelante no peques más" (Jn 8). La misericordia implica alentar caminos de crecimiento y, a la vez, caminar al lado de aquellos que recorren dichos caminos.
El gran modelo de misericordia en este mundo es Jesús de Nazaret. La misericordia se inspira en el modo en que Jesús se acercó a los hombres y mujeres. Jesús no aparece en los evangelios nunca al lado de una pareja "perfecta" rodeada de varios hijos. Lo único que aparece en los evangelios es un Jesús que acoge con cariño muchas situaciones familiares dramáticas, llenas de dolor, sufrimiento y muerte. Jesús acoge a padres preocupados por sus hijos enfermos (tal como aparece en el pasaje del muchacho epiléptico, la mujer cananea, la hija de Jairo, el funcionario real...), consuela a padres que lloran a sus hijos muertos (la viuda de Naím), acoge a Marta y María que lloran a su hermano fallecido, escucha a los padres que hablan de su hijo ciego de nacimiento, acoge la enfermedad de la suegra de Simón Pedro.
Jesús "acoge y bendice" a los niños; toca, cuida, cura y llama a muchas mujeres. Mujeres y niños eran las personas más vulnerables de la familia de su tiempo. Jesús sorprende por estar acompañado regularmente de muchas mujeres, dialogar con ellas, dejarse tocar por ellas, sentarse a comer o beber con ellas, defenderlas de un repudio fácil o de una ley inmisericorde.
La misericordia de Jesús tiene cuatro dimensiones irrenunciables que se descubren claramente en el episodio paradigmático en el cual entra en contacto con la adúltera:
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