Antonio Aradillas La memoria de las calles

(Antonio Aradillas).- El Cardenal Enrique Pla y Daniel, nombrado obispo de Ávila en 1918, desplegó una gran actividad en el apostolado social, sobre todo en la promoción y apoyo de los sindicatos obreros. Trasladado a la sede de Salamanca, en septiembre de 1935 publicó una Carta Pastoral en la que abogó por la participación de los ciudadanos en las cuestiones tanto políticas como sociales.

El día 1 de julio de 1937 se adhirió a la"Carta Colectiva del Episcopado Español", redactada por expresa indicación de Franco, por el entonces Arzobispo Primado de Toledo, el Cardenal Gomá, en la que se justificaba teológicamente la Guerra Civil como "guerra santa", dando su aprobación a la designación y tratamiento de "Cruzada". El entonces obispo de Salamanca, Pla y Daniel, le cedió a Franco el uso de su palacio episcopal. Nombrado Arzobispo Primado de Toledo y Cardenal en 1946, se le debe la erección de la Universidad Eclesiástica de Salamanca, así como la organización de la Acción Católica en movimientos especializados, como las Hermandades Obreras -HOAC-.

Acaba de hacerse noticia recientemente este Cardenal a consecuencia de la decisión tomada por el Ayuntamiento salmantino de retirar de su callejero el nombre, con invocación de la "Ley de la Memoria Histórica" y "por haber colaborado y asentido en la denominación de "Cruzada" al golpe de Estado protagonizado por Franco".

Es posible que, entre tantas, las siguientes reflexiones contribuyan a situarse ante noticias como estas, con la sacrosanta y exclusiva intención de que, por encima de todo, la paz y la justicia, a la vez que la misericordia, sean referencias exactas y evangélicas para la convivencia entre los ciudadanos, y más si nos intitulamos católicos por la gracia de Dios.

. Sin ocurrírseme dudar de la legitimidad y constitucionalidad de la corporación municipal al dictaminar la eliminación del callejero salmantino del nombre citado, parecería procedente que idéntica medida se tomara en tantas otras ciudades, al nombre de cuyos obispos se les dedicó y dedica barrios, avenidas y calles de importancia y relieve, que subscribieron la "Carta Colectiva", sin escrúpulos de conciencia, convencidos además de interpretar en gran parte hasta la misma voluntad pontificia papal, refrendada en el posterior Concordato y en otros tratados.

. En el libro firmado por quien esto subscribe, publicado en enero de 1986, por la editorial "Plaza y Janés", con el título "La Iglesia en el cambio: piedra de escándalo", con párrafos literales tomados de las Cartas Pastorales de los obispos a la muerte de Franco, adelanto que en la práctica totalidad e las mismas el nombre del "Generalísimo" aparece todavía con las aureolas propias de "el salvador de la religión, de la patria y el propulsor de los valores sustantivamente cristianos". Su lectura, aún despojada de ciertas incertidumbres y agradecimientos tanto espirituales como terrenales, sigue siendo de provecho. La concesión de "entrar bajo palio" en lugares y en ceremonias sagradas, encarece más aún el reconocimiento político- religioso debido al representante de la autoridad, conferida "por la gracia de Dios".

. Al libro "Cien Españoles y Franco", de José María Gironella y Rafael Borrás, editado por "Planeta" en febrero de 1979, sería de utilidad recurrir con la seguridad de encontrar frase como la de que, "pasados unos cuantos - no más de tres- años, Franco habría de ser canonizado, con todos los honores por la Iglesia, con el devoto asentimiento de buena parte del agradecido colegio episcopal.

. A los callejeros de ciudades y pueblos de España les sobran nombres de obispos, de curas y frailes, sin excluir los de los Papas. De tales callejeros puede afirmarse que, en demasía, están clericalizados y, por tanto, a la espera de que sus calles sean hisopeadas, de vez en vez, con el arrepentimiento y propósito de enmienda de quienes corresponde tal tarea ciudadana y convivencial. Los nombres clericales, en muy raras ocasiones, y solo por iniciativa puramente popular debieran rotular calles y plazas. A los clérigos en general les gusta perpetuarse en lápidas conmemorativas por obras y restauraciones que se hicieron en tiempos del ejercicio de su actividad pastoral y por estricta exigencia de su propio trabajo. La vanidad también tiene nombres y apellidos clericales.

. Idéntica apreciación y juicio es obligado efectuar respecto a calles y plazas bautizadas, y rebautizadas, con nombres y apellidos de políticos. La vida ciudadana es demasiado importante como para que transcurra, se desarrolle y defina en el marco y las coordenadas políticas del signo que sea, sometida, por tanto, al albur de circunstancias, de por sí cambiantes, y la mayoría, al dictado de intereses propios o de los respectivos partidos, cuyos carnés les fueron, les son y les seguirán siendo otras tantas fuentes de rentabilidad y provecho.

. Otra reflexión adjunta al tema es la relativa a la asombrosa, flagrante y extraña desproporción que se registra en los callejeros entre los nombres masculinos y femeninos, con tan amplia, "lógica" y "natural" inclinación hacia los primeros y más si estos son -fueron- santos, y no santas.

Coloco, por ahora, el punto y aparte a estas consideraciones, formulándoles "a quienes corresponda", esta pregunta, paralela o colateral: ¿que pasará, o pasaría, si también en el Santoral oficial de la Iglesia, brillara el nombre, o los nombres, de quienes también firmaran, o hubieran firmado, aquella "Carta Colectiva del Episcopado Español" y se adhirieron - se adhieren- , a la misma "con alma, vida y corazón"? ¿Sería del agrado de muchos que, con ocasión de las celebraciones previstas para el Quinto Centenario de la Reforma Luterana, se promocionara rotular calles con nombres, por ejemplo, de Martín Lutero, Juan Calviño, Knox, Zuinglio, Hus, Melanchthon y otros?

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