Nueva estructura de las diócesis catalanas El obispo Deig y la conferencia de Prada

(Josep Miquel Bausset).- El título íntegro de la conferencia pronunciada por el obispo Antoni Deig en un de los seminarios de la Universitat Catalana d'Estiu (Universidad Catalana de Verano) de Prada de Conflent, el 22 de agosto de 1991, hoy hace 25 años, era: "Reestructuración de las Iglesias en los Países Catalanes. Obispados y instituciones comunes".

Hace falta recordar que en la edición de 1991 de la Universitat Catalana d'Estiu, no había ningún seminario sobre el hecho religioso, y fue por medio de mossèn Climent Forner, que se invitó al obispo de Solsona a presentar una propuesta.

Deig preparó una intervención, en la cual, partiendo de la realidad histórica de las diócesis catalanas, propuso una nueva reestructuración de estos obispados: Tarragona, Lleida, Girona, Vic, Urgell, Tortosa, Solsona y Barcelona y la creación de dos diócesis nuevas, Terrassa-Sabadell i Vilafranca del Penedès. De hecho, trece años más tarde, el 2004, con la división del arzobispado de Barcelona, se creaban las diócesis de Terrassa y de Sant Feliu de Llobregat, como había propuesto el obispo Deig, cuando mencionaba la posibilidad de crear los obispados de Terrassa-Sabadell y de Vilafranca.

La propuesta de Deig también contemplaba que las diócesis de Mallorca, Menorca e Ibiza, dependientes de la archidiócesis de València, formaran una Provincia Eclesiástica propia, como seria lo más lógico y no que dependiese de la archidiócesis de València como pasa ahora. El obispo Deig también trataba sobre las relaciones de las diócesis catalanas con los otros obispados con los que se comparte la misma lengua y la misma cultura.

Después de una primera parte sobre las notas históricas en la formación y en la evolución de las diócesis catalanas, el obispo Antoni Deig propuso la conveniencia de una Conferencia Episcopal Catalana, ya que "a una realidad nacional catalana, le correspondería una Iglesia con personalidad propia, dotada de recursos propios, de instituciones adecuadas, de personal necesario, de centros de reflexión para estudiar la realidad, planificar la actuación".

Deig pensaba en una CEC no solo de nombre, sino de derecho y de hecho, ya que el Cánon 448/2 deja abierta la posibilidad de una conferencia episcopal para un territorio menor que el estatal. De aquí que Deig pidiera iniciativas y formas de cooperación, que llevasen a "una desconexión progresiva de Madrid y a fortalecer la identidad y la personalidad de la Iglesia Catalana".

La propuesta del obispo Antoni Deig, plasmada en aquella conferencia en la Universitat Catalana d'Estiu, se basaba en una idea enraizada en el obispo de Solsona: "Yo creo que lo que conviene a nuestro Pueblo, es que sus pastores se puedan reunir para hablar de los problemas que les afectan, y que puedan tomar decisiones que no hayan de estar supeditadas a una Conferencia a 500 kilómetros. No solo de distancia física, sino a muchos años de determinados aspectos de visión social, sociológica o de sensibilidad eclesial".

Para su propuesta, Deig se basaba en el Derecho Canónigo, que tiene previsto que las conferencias episcopales no se hayan de circunscribir, necesariamente, a un estado, como podemos ver en el Reino Unido, con tres conferencias episcopales: Irlanda del Norte, Gales y el resto de la Gran Bretaña.

La propuesta del obispo Deig se politizó, aunque la decisión del obispo Antoni estaba en consonancia con el documento de los obispos catalanes, "Arrels Cristianes de Catalunya" (Raices cristianas de Cataluña). Por eso la reacción a la conferencia de Deig fue, como dice Josep Pont, "tan grande (incluso recibió violentas amenazas), que Deig, acompañado del arzobispo Pont i Gol, de mossèn Josep Mª Pairot y de mossèn Jordi Orobig, se tuvo que refugiar en un chalet que un tío de mi esposa Lluïsa, tenia en el Grau de Castelló".

En aquella conferencia, con un fuerte impacto mediático, Deig solo proponía que se estudiara la posibilidad de crear una Conferencia Episcopal Catalana, y que si así se decidía, alguien la pidiera, ya que podía ser posible.

Medio año después de la conferencia del obispo Deig en Prada, concretamente en febrero de 1992, los obispos catalanes descartaron la propuesta del obispo Antoni. Y tres meses después, en mayo de aquel mismo año, el arzobispo de Tarragona y Primado, Ramon Torrella, en el marco de la celebración del IX centenario de la restauración de la Sede Matropolitana de Tarragona, y ante la sorpresa de todos los participantes en aquel acto celebrado en el monasterio de Poblet, anunció, la convocatoria de un Concilio Provincial Tarraconense que se celebró desde enero a junio de 1995. Este Concilio (en el cual Deig defendió la necesidad de una Conferencia Episcopal Catalana) con una amplia participación de laicos, religiosos y religiosas, además de los obispos de Catalunya, acordó "estudiar las diversas posibilidades y ventajas, según la legislación eclesiástica vigente", para encontrar "de acuerdo con la Conferencia Episcopal Española, la correspondiente solución jurídica".

Como ha escrito mossèn Francesc Romeu en la Miscelánea de homenaje al obispo Antoni Deig (presentada en mayo de 2015) "han pasado los años y nada de nada, porque las luchas con la Conferencia Episcopal Española fueron muy duras". Al final todo acabó con la creación de una Región Eclesiástica. Pero como los obispos españoles tenían que cambiar los estatutos, "primero perdieron los papeles (literalmente) y luego cambiaron sus estatutos, pero ralentizaron, tanto como pudieron, su presentación en Roma para ser aprobados", como afirma mossèn Romeu.

Ramon Segués, en la misma Miscelánea de homenaje al obispo Deig, afirmaba que "desde el episcopado de Vicent Enrique i Tarancon, no había habido un obispo que diese notoriedad a la diócesis de Solsona, ni que tuviese una gran sintonía con los fieles", como pasó con el obispo Antoni Deig.

Los once años del ministerio episcopal del obispo Deig en Solsona estuvieron marcados, como ha dicho Ramon Segués, "por un afán de renovación espiritual y eclesial", ya que fueron once años "de familiaridad, de humildad de armonía". Por eso cuando murió el obispo Deig en agosto de 2003, la escritora Isabel-Clara Simó escribía: "Ha muerto Antoni Deig, el obispo bueno, el obispo patriota, el obispo sensible, el obispo amigo. Una figura irrepetible, un puntal para los creyentes y para los no creyentes".

A pesar de la "losa que se puso sobre su memoria", como dijo sor Lucía Caram, el obispo Antoni Deig fue, como decía esta monja dominica, "un hombre de gran personalidad y de compromisos firmes, que nunca escondió la verdad". Y es que Deig fue "un obispo del pueblo, por eso la gente se lo hizo suyo".

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