El manifiesto de jóvenes cristianos y el encuentro con el Papa en Tor Vergata El órdago de la juventud al mundo y a la Iglesia

“No somos turistas de lo espiritual. Venimos con mochilas llenas de dudas, heridas, canciones y esperanza. Y con una certeza en el corazón: Cristo está vivo. Y nos llama”
Este manifiesto y el encuentro de León XIV con la juventud tiene dos direcciones: el mundo y la propia Iglesia. Este proyecto que seguirá en Santiago en 2027 y que culminará en el Jubileo extraordinario en Jerusalén en el 2033 señala el problema más grave que tiene Occidente y el mundo rico y es la falta de respuestas a las grandes preguntas del sentido que están viviendo las generaciones jóvenes actuales
Otro mundo es posible, otra vida es posible, y lo tenemos en Cristo porque vive, camina con nosotros. Sólo depende si aceptas este peregrinaje en la esperanza y una parte importante de la juventud está decidida a llevarlo a cabo en el seno mismo de las tinieblas que cubren el mundo de hoy
La juventud de hoy está cansada de esas etiquetas de curas y cardenales progresistas, conservadores, de centro, de misas tridentinas y de vuelta al latín y minucias varias. De obispos y cardenales que parecen príncipes y no servidores de la causa de Cristo
Otro mundo es posible, otra vida es posible, y lo tenemos en Cristo porque vive, camina con nosotros. Sólo depende si aceptas este peregrinaje en la esperanza y una parte importante de la juventud está decidida a llevarlo a cabo en el seno mismo de las tinieblas que cubren el mundo de hoy
La juventud de hoy está cansada de esas etiquetas de curas y cardenales progresistas, conservadores, de centro, de misas tridentinas y de vuelta al latín y minucias varias. De obispos y cardenales que parecen príncipes y no servidores de la causa de Cristo
| José Miguel Martínez Castelló
Uno de los problemas de todas las grandes convenciones y encuentros mundiales de cualquier institución del planetaes si todo lo dicho y expresado ahí se queda días y semanas después en el baúl de los recuerdos. Y tengo que admitir que eso creía que iba a pasar cuando al principio de julio se comenzaban a calentar los motores para la preparación del encuentro que León XIV iba a tener en agosto con la juventud por la celebración del Jubileo. Es tal la desidia institucional, moral y política que vivimos a nivel nacional e internacional que cualquier iniciativa a nivel mundial que hable de esperanza puede sonar a una broma de mal gusto tras lo que estamos viviendo en los últimos años y meses.
La decrepitud moral de los poderes del mundo está alcanzando niveles inimaginables que creíamos superados después de la supuesta lección de corto siglo XX como lo tildaba el historiador británico Eric Hobsbawm. Sin embargo, como nos enseñó Zweig, hay momentos estelares de la humanidad, pequeños gestos, que pueden marcar un pequeño giro que haga reconstruir y transformar la historia. Y eso ha pasado casi desapercibido, pero se ha dado.
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El viernes 1 de agosto cientos de jóvenes de todo el mundo se reunían en la basílica de Santa María in Trastevere en el marco del Jubileo de los jóvenes. Ahí se pronunciaron unas palabras que pueden pasar a la historia, que pueden marcar un punto de inflexión, y que han obligado a toda la jerarquía de la Iglesia, desde obispos a sacerdotes, a inspirarse en sus intervenciones de dicha energía y profundidad. No tienen desperdicio: “No somos turistas de lo espiritual. Venimos con mochilas llenas de dudas, heridas, canciones y esperanza. Y con una certeza en el corazón: Cristo está vivo. Y nos llama”.

Este es el inicio del Manifiesto de los Jóvenes cristianos de Europa, en el seno de un continente envejecido y sin una orientación clara de su destino. Dichas palabras no son un cheque en blanco, no son de postín para la ocasión, es un mensaje, no sólo para el mundo, sino para la Iglesia, donde la exigencia y el inconformismo va a ser muy claro a partir de ahora porque o el mundo y el pueblo de Dios toman cartas en el estado actual de las cosas, o el porvenir de la humanidad tiene los días contados. Que nadie extraiga de estas palabras ningún atisbo de apocalipsis;todo lo contrario, sino más bien un baño de realidad donde hay circunstancias y situaciones que no pueden darse ni permitirse. Y la inspiración la tenemos en un hombre de carne y hueso que nos lo enseñó hasta en el momento de su muerte en la cruz y su posterior Resurrección.
Este manifiesto y el encuentro de León XIV con la juventud tiene dos direcciones: el mundo y la propia Iglesia. Este proyecto que seguirá en Santiago en 2027 y que culminará en el Jubileo extraordinario en Jerusalén en el 2033 señala el problema más grave que tiene Occidente y el mundo rico y es la falta de respuestas a las grandes preguntas del sentido que están viviendo las generaciones jóvenes actuales.

El documento describe la herida profunda que acampa en los diferentes contextos y momentos de la juventud actual: “Más del 70% de los jóvenes europeos entre 16 y 29 años se declaran no religiosos, Europa tiene la tasa más alta de suicidios del mundo y el 42% de los jóvenes europeos sienten que su vida carece de sentido”. ¿Qué hacer ante ello? Poner a Cristo en el centro de nuestras vidas: en estos encuentros se respira paz, fraternidad, respeto, amor, tolerancia, donde lo altercados, los disturbios no existen a pesar de los problemas de la aglomeración que se derivan de la acumulación de miles y miles de personas. Lo han hecho juntándose personas católicas, maronitas, siríacos, melquitas, todos con un grito claro y unido por la paz. Se ha dado un mensaje al mundo de confianza entre personas diferentes, donde el diálogo y la escucha son caminos fundamentales y necesarios para cambiar el rumbo de la historia y de nuestro mundo. Sí, este mundo necesita de Cristo quien derribó las diferencias raciales, de sexo, de procedencia económica y religiosa.
Por esta razón León XIV en la misa del domingo e inspirado por las lecturas del día los animó a lo siguiente: “Aspirad a cosas grandes, a la santidad. No os conforméis con menos”. Estas palabras se entroncaban de lleno con su intervención del pasado mes de julio ante instituciones religiosas e invitó a una expresión que puede marca su papado: “Pensad en grande”. Estas palabras, salvando las distancias, nos recuerdan al grito de Ortega y Gasset allá por los años 20 y 30 cuando clamaba la necesidad de eso mismo: “Pensar en grande”.

Tanto el Papa como el pensador español apuntan a lo mismo: sólo se progresa cuando se mira lejos a partir de metas que transformen la realidad, con trabajo, compromiso e ilusión. Objetivos ambiciosos y trascendentes y no ir a lo fácil, a lo que ofrece el mundo sin esfuerzo. El sentido de la vida no está en comprar, consumir o acumular, sino en compartir, en darse, de la misma forma que Jesús se partió por nosotros y compartió su cuerpo. ¿Cabe gesto más revolucionario? Una parte de la juventud está yendo más allá del “acá” diario y normal, para ir a un “más allá” que sacie su sed. León XIV acertó cuando habló de los sucedáneos del mundo que no apagan la sed, sino que vacían todavía más el espíritu humano. El contenido del más allá lo tenemos en la urgencia del servicio al hermano, a mi prójimo. La conexión aquí con Francisco a través de las periferias es perfecta. Sólo nos sacia y nos llena el amor y el servicio, pero no como un eslogan más, sino como el fundamento y la base de todo un proyecto de vida. Por ello la palabra más repetida en este encuentro ha sido la paz. Es posible, claro que sí, porque depende de decisiones humanas desde el ejercicio mismo de la libertad. Otro mundo es posible, otra vida es posible, y lo tenemos en Cristo porque vive, camina con nosotros. Sólo depende si aceptas este peregrinaje en la esperanza y una parte importante de la juventud está decidida a llevarlo a cabo en el seno mismo de las tinieblas que cubren el mundo de hoy.
Ahora bien, digámoslo alto y claro: este encuentro es una advertencia en toda regla a la misma estructura y jerarquía de la Iglesia. Y quien no quiera verlo, se equivoca. La juventud de hoy está cansada de esas etiquetas de curas y cardenales progresistas, conservadores, de centro, de misas tridentinas y de vuelta al latín y minucias varias. De obispos y cardenales que parecen príncipes y no servidores de la causa de Cristo.
¿Todavía creemos que la liturgia como la entendemos hoy es sostenible para las próximas generaciones? ¿No estamos ante un toque de atención de que la Iglesia tiene que comprender los signos nuevos de los tiempos?
Mucho se está hablando de ese catolicismo cool, de los encuentros de Effetá, Emaús, La llamada de Samuel o todo lo que gira en torno a Hakuna. A mi juicio, estamos ante una generación joven que está buscando respuestas dentro de un mundo que está cambiando todos sus cimientos anteriores. Claro que la tradición de la Iglesia es importante, anunciar a Cristo, pero dicho anuncio tiene que cambiar. ¿Todavía creemos que la liturgia como la entendemos hoy es sostenible para las próximas generaciones? ¿No estamos ante un toque de atención de que la Iglesia tiene que comprender los signos nuevos de los tiempos? Esto no significa sumisión, todo lo contrario.

Lo que debemos prestar atención es que estamos ante una generación que se ha quedado desnuda, sin referentes morales, políticos y sociales. Y es ahí donde la Iglesia puede ejercer un papel de liderazgo claro, audaz y atrayente. ¿Qué grupo musical, movimiento social o partido político puede reunir a más de un millón de jóvenes en el mundo? Sólo la Iglesia que tenga como referencia a Cristo; pero Cristo salía al encuentro de la gente, de igual forma que la juventud está saliendo al encuentro de la realidad a través de sus formas de comunicación y lenguajes. Tiempo habrá para analizar el futuro de todos estos movimientos. Como profesor de bachillerato y padre de adolescentes sólo puedo decir que todo lo que llega, y es mucho, de todas estas experiencias es que algo hay que les cambia, los ilusiona y aprenden valores como el silencio, la contemplación y la unión con otras personas que nada tienen que ver con ellas, pero les une algo que les trasciende. Por ahora sólo un “pero” que el tiempo dirá. En todos estos encuentros se echa en falta, es una apreciación personal, la raíz del compromiso con el hermano. La contemplación del Señor sólo se puede ver en el sufrimiento del otro, en la implicación radical en las causas del mundo.
El papado de León XIV ya tiene un filón que va a desarrollar y es qué hacer ante todos los desafíos y retos de las redes sociales y la inteligencia artificial. Para llevarlo a cabo tiene que contar con la juventud porque es la única realidad que puede atisbar y trazar un nuevo mundo en el que todas las personas tengan su espacio y su lugar, sin exclusiones ni privilegios. Esta va a ser una de las tareas titánicas que las nuevas generaciones van a tener que afrontar. Ojalá la Iglesia este ahí para ser cobijo y espacio de encuentro de una humanidad herida y sin rumbo.
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