JUAN PABLO SOMIEDO De santidades y otras lindezas
(Juan Pablo Somiedo).- La Iglesia es una institución jerárquica donde las decisiones las toman unos pocos, pero durante mucho tiempo fue una institución que "tenía oídos" para escuchar y "ojos para ver" lo que otros opinaban y veían.
Mucho me temo que eso ha cambiado y que ahora, como recuerda el salmo 115 "tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen oídos, y no oyen". Tengo que confesar que ni en mis peores sueños pude imaginar una Iglesia como la que le ha tocado presidir al Papa Francisco, donde se fuerzan santidades, se inventan milagros y se dispensan nulidades matrimoniales a ritmo de euros (ya se sabe que en cuanto la moneda suena en el cofre, un alma sale del purgatorio).
Juan Pablo II no fue santo. Esto hay que decirlo alto y claro. Fue un político hábil y un hombre carismático pero no fue santo. Testigos de esto han sido muchos de los compañeros jesuitas de este Papa que vieron con sus propios ojos el terrible trato que se dispensó a Arrupe y cómo el Papa intervenía a la Compañía de Jesús.
Desde luego, con solo ver esto uno se da cuenta que las virtudes heroicas y los valores evangélicos no parecían adornar la cabeza de Juan Pablo II y por eso se han tenido que inventar milagros. Dejando a un lado que se crea o no se crea en los milagros, me parece una auténtica tomadura de pelo. ¿Por qué no canonizar a Pedro Arrupe?. ¿Por qué Oscar Romero ha tenido que esperar tanto?.
No hace falta establecer muchas inferencias para encontrar la respuesta. Que los jesuitas a estas alturas no hayan puesto el grito en el cielo, nos da una pista y es un indicador de cómo está la Iglesia, carente totalmente de capacidad crítica y de valentía para llevarla a cabo absorbida y anulada completamente por los movimientos conservadores.
El daño que Juan Pablo II ha hecho a la institución (consciente o inconscientemente) tardará años en cicatrizar. Entre otras cosas, su apoyo al Opus Dei y a los Kikos configuró una Iglesia dogmática, conservadora y poco adaptativa a las nuevas corrientes sociales propiciadas por el cambio de modelos sociales y el advenimiento de las nuevas tecnologías. Por otro lado, tuvo conocimiento de los problemas de pederastia y trato, no de solucionarlos, sino de taparlos, con la esperanza de que, como muchas otras cosas dentro de la Iglesia, nunca salieran a la luz. Fue un error de cálculo porque los casos eran muchos más de los que se pensaba en un primer momento.
El Vaticano comete un enorme despropósito al canonizar, casi por la fuerza y por motivos de política eclesial, a Juan Pablo II. Un enorme sector de los fieles no creen que este Papa sea santo y no le van a rezar. El despropósito de forzar santidades hace que la gente deje de creer en santos que sí lo fueron y que supieron cristalizar en su vida los valores del evangelio y las virtudes heroicas.
La Iglesia es una organización donde la política y el poder importan más que la opinión de los fieles, donde la aplicación de las normas y los principios que siempre habían guiado a la institución se hace de una forma totalmente arbitraria y torticera. Los obispos, que son elegidos a dedo y no por sus cualidades humanas, pueden permitirse el lujo de malgastar fondos económicos en enormes mansiones y de aplicar sus fobias y filias personales a los curas de una manera completamente subjetiva (sobre todo a los que son valientes, no les bailan el agua, y les cuentan las verdades del barquero que a sus finos oídos les molesta escuchar). Y todo esto, sin esperar ningún tipo de llamada de atención por parte del Vaticano.
Una institución así es sencillamente ingobernable y no está a la altura de los cambios que se han producido en el mundo en los últimos cincuenta años. No puedes aspirar a ser el valedor del orden político y moral en el mundo cuando eres incapaz de imponerlo en tu propia organización. Como escribía San Agustín de Hipona: "Guarda el orden y el orden te guardará a ti".
Una astilla más a la hora de configurar la biografía de un Papa jesuita que vino a intentar recuperar la credibilidad maltrecha de la Iglesia y que, de momento, dejando a un lado el saneamiento del IOR, ha dado carta de legitimidad de nuevo a los Legionarios de Cristo y va a hacer santo a un hombre que no lo fue. En menos de un año y como bien apunta un número de la Revista Política Exterior en su penúltima edición, ya nadie está muy seguro de si este Papa es un superhéroe o un cuerpo incierto.