Cuando la Justicia falla




El veredicto es un Thriller clásico antisistema de tema jurídico, muy riguroso, que pretende ser un alegato contra la indefensión que producen los llamados “defectos de forma”, algo muy de actualidad

El thriller jurídico, subgénero exitoso del cine negro, ha marcado grandes hitos en la historia del cine, desde Testigo de cargo (1957) a El dilema (1999), pasando por Matar a un ruiseñor (1962), Anatomía de un asesinato (1959) o En el nombre del padre (1993), entre muchos. A la intriga policíaca, siempre eficaz, se suma en estos filmes la capacidad del cine para la penetración psicológica a través del primer plano, la agudeza mental de los diálogos y la tensión ética y argumental hasta que conocemos el veredicto. Precisamente así, El veredicto, se titula la obra que comentamos, suceso de taquilla en Bélgica y premio en Montreal.

Una noche fatídica convierte en un infierno la vida feliz del ingeniero Luc Segers,
a punto de ascender a la dirección de la empresa donde trabaja. Al salir de una fiesta, acompañado de su esposa y su pequeña hija, cuando se detienen en una gasolinera y ella se dirige a comprar pan: un facineroso la atraca y la apalea. Tras encaminarse Luc a salvar a su mujer, la niña que sale del coche, es arrollada por un automóvil. Capturado el asesino, cuando el ingeniero emprende acciones legales contra éste, el juicio y la ulterior condena son anulados del todo por un defecto de forma, el simple olvido de un juez, que no estampó su firma, quedando el delincuente en libertad. El resto de la película es la reacción de Luc, y el drama judicial y humano que se le plantea.

El veredicto plantea un tema de rabiosa actualidad: los agujeros del sistema democrático, según los cuales muchos delitos quedan sin castigo con la consiguiente indefensión de no pocos ciudadanos honrados. Luc, venciendo su repugnancia de persona normal y ciudadano honrado, se toma la justicia por sí mismo. El resto del film aborda el verdadero asunto: ante la injusticia del sistema, ¿es ético sustituirlo mediante la venganza personal? Aquí el reo no es ya el asesino, que está muerto, sino el propio Estado de Derecho, cuando, sea por la acumulación de casos, la burocracia o el exceso de formalismo, falla garrafalmente.

Como siempre, las virtudes de la película residen en el tratamiento. Jan Verheyen (Alias, Dossier K), autor también del guion, ha optado por el rigor y el clasicismo al tratar esta historia llena de fuerza, que socava uno de los cimientos de la democracia: la separación de poderes y su debilidad. Se ha dicho que en el fondo se trata de un western a la europea, donde el “muchachito bueno” o vengador de turno, según la moral archirrepetida del código social estadounidense, es un europeo y por tanto viene a ser un alegato, en nuestras coordenadas, a favor del individuo justiciero. Aunque tal afirmación no carece de fundamento, la diferencia está en el matiz. La riqueza de los diálogos, la sobriedad de la interpretación y la realización, carente en todo momento de concesiones, la contención del tratamiento y hasta la belleza clásica de la contrastada fotografía, contribuyen a reforzar la excepcionalidad del caso. Aparecen como coadyuvantes la presión mediática, la trayectoria anterior del acusado y la crítica a un sistema judicial corrupto o al menos repetidamente falible.

Es cierto que de un modo extremadamente hábil Verheyen, bajo apariencias de objetividad, ha conseguido ponernos al favor del acusado-victima, gracias a presentarnos como sutilmente antipáticos a sus contrincantes. Pero con ello no hace otra cosa que representar en la pantalla el rechazo social que están provocando hoy los poderes públicos, cuando no parecen estar a favor de la gente, sino de sí mismos y de un sistema caduco que hace agua por sus cuatro costados.

Es admirable el manejo de la elipsis fílmica. Extraordinaria, la violenta secuencia inicial, necesaria para suscitar no solo la captación narrativa, sino la indignación ante los ulteriores acontecimientos; sobria y llena de sinceridad, la interpretación del protagonista Koen De Bouw (Loft, La memoria del asesino) acompañado por el veterano Johan Leysen (El americano, Joven y bonita) y la original Veerle Baetens (Alabama Monroe, Loft). Pero sobre todo brillan el guion, la realización y el montaje, que mantienen el interés hurtándonos elípticamente secuencias esperadas, como los disparos del vengador o el veredicto del jurado, para mostrárnoslo como saltos atrás o sobreentendidos en otros momentos del film. Si arte o poesía es evocar o “decir sin decir”, la película lo consigue con creces.

Puede alegarse en contra que “el malo” queda en el análisis relegado a un segundo plano, solo esbozado parcialmente en los atenuantes de su vida pasada, expuestos por el procurador, y que en este aspecto el film es un tanto maniqueo. Pero hay que tener en cuenta que el verdadero acusado del film es el sistema mismo, que aun a favor de este “asesino a su pesar”, deja muchas preguntas abiertas a la reflexión: ¿Deben los jueces aplicar férreamente la ley sin interpretaciones o epiqueyas? ¿Deberían los legisladores revisar con mayor frecuencia la legislación vigente para tapar los agujeros que se detectan en la práctica? ¿Es venganza o autodefensa la ejecución en este caso? ¿Es siempre creíble conforme a justicia nuestro actual Estado de Derecho? ¿No debería tener sus propios mecanismos de retractación cuando se equivoca de forma palmaria?

Desde luego si Hollywood se lanzara a producir un remake a la americana de El veredicto, mucho nos tememos que no dudaría, además en adobarlo con más sentimentalismos, en ahorrarse muchos de estos matices, para caer en la figura del cowboy justiciero una vez más, que tanto ha fomentado en ese país la posesión y uso de las armas. Ahora bien, aunque el film evoca al final el vacío del protagonista, la pregunta clave queda por responder: ¿Le aporta paz a Luc asesinar al asesino o mayor soledad? En todo caso la película, muy verbal, es al mismo tiempo un regalo para los ojos y la mente.
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