Puerta a la libertad



Al cabo de los años uno descubre que libertad es responder a lo más hondo de uno mismo, al horizonte que llevamos inscrito en nuestro interior. Allí hay una puerta que se abre al anchuroso campo, la luz, el espacio sin medida. La percepción mística (no hay que asustarse del término) es directa, no es un pensamiento, está más allá del pensamiento. A veces aparece entre dos respiraciones, al escuchar una música, al leer un poema, al contemplar un árbol, una flor. Es como si captaras el ser en e Ser. No por mucho razonar se encuentra la verdad y la luz de dentro. Así sucede, por ejemplo, en los momentos claves de la vida: cuando te enamoras, te nace un hijo, en un momento de gran alegría o punzante dolor. No depende de que seas joven o viejo, guapo o feo, sano o enfermo: siempre eres.

La verdadera religión hace hombres libres y quita los miedos. Permite leer de otra manera el universo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. La verdadera religión no es una moral, ni un puñado de dogmas, sino una actitud por la que te sientes parte un Todo. ¡Cuántos oprimidos por el sentimiento de culpa, de raza, de género, de nación, de normas absurdas, de mil sectas!
Es cierto que tenemos que vivir en el mundo de la manifestación, que es temporal y cambiante, pero basta con contemplar ese no sé qué que hay detrás, algo no tornadizo que llevo dentro para ser libre en cualquier estado o condición. San Juan de la Cruz: “Por toda esta fermosura / nunca yo me perderé / sino por un no sé qué / que se alcanza por ventura”.
Eso no quita que haya que luchar por la libertad exterior, sobre todo contra la explotación de los más esclavizados de nuestro mundo. Pero la verdadera libertad empieza dentro, cuando abres la puerta y sales de ti mismo a correr campo a través y beber en la fuente de la Samaritana el agua que “salta a la vida eterna”.
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