FRANCISCO BERNAL
A medida que conocemos el entorno histórico de los pueblos que se relacionaban con el Israel bíblico, aparecen nuevos vestigios que coinciden –y por lo tanto respaldan- el marco que la narración bíblica expresa. Los documentos hallados lógicamente aportan otra perspectiva, con énfasis diferente y descripciones distintas de los mismos hechos. Este es el caso del imperio Neo-Asirio.
Desde los primeros descubridores en la alta Mesopotamia, como Paul Émile Botta, que localizó el impresionante palacio de Sargón II en Khorsabad, o Austen Henry Layard descubridor en Nimrud del conocido Obelisco Negro de Salmanasar III, numerosos materiales de la cultura asiría han salido a la luz. Entre ellos están las inscripciones cuneiformes, con referencias a reyes de Israel, que amplían la información de la Biblia y confirman su historicidad.
Uno de los reyes mencionados es Acab; segundo rey de la dinastía Omrita al que se le atribuye la terminación de las grandes construcciones de su capital Samaria. Participó en la batalla de Qarqar en Hamat cerca del río Orontes sobre el año 853 aC. El acontecimiento no está narrado en la Biblia, pero lo conocemos por la inscripción realizada sobre la estela del rey asirio Salmanasar III, descubierta por J.E. Taylor en Kurkh, cerca de Diyarbekir, junto al río Tigris.
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El rey Acab en la `prensa de piedra´ asiria